Temerario II - El Trono de Jade

—Creo que en la vida había tenido tantas tentaciones de aplastarle la nariz a alguien. Laurence, si le llevamos a esos chinos, Temerario puede traducirnos lo que digan.

 

Laurence meneó la cabeza y se acercó a por el decantador. Estaba alterado y lo sabía. No confiaba en su propio juicio, al menos de momento. Le sirvió una copa a Granby, cogió la suya de la taquilla y se sentó mientras bebía y contemplaba el océano. Había una marejada constante y oscura de poco más de metro y medio que rompía contra el costado de babor.

 

Por fin, dejó la copa.

 

—No. Me temo que tendremos que pensarlo mejor, John. Aunque no me gusta nada la forma de expresarlo de Hammond, no puedo decir que esté equivocado. Piense en ello: si ofendemos a Yongxing y al emperador con una investigación de ese tipo, y sin embargo no encontramos pruebas o, peor aún, ninguna explicación racional…

 

—… ya podemos decir adiós a cualquier posibilidad de conservar a Temerario —completó Granby con resignación—. Supongo que lleva razón. Tendremos que aguantarnos por ahora, ?pero no me gusta nada!

 

El dragón se tomó aún peor aquella decisión.

 

—No me importa si no tenemos pruebas —replicó enfadado—. No voy a quedarme sentado y esperar a que te mate. La próxima vez que suba a cubierta, seré yo quien le mate a él, y todo resuelto.

 

—?No, Temerario, no puedes hacer eso! —dijo Laurence, horrorizado.

 

—Estoy seguro de que sí puedo —discrepó el dragón—. Supongo que a lo mejor no vuelve a salir al puente —a?adió, pensativo—. En ese caso, puedo abrir un agujero en las ventanas de popa y llegar hasta él. O podemos tirarle una bomba.

 

—No debes hacer eso —se corrigió Laurence—. Aunque tuviéramos pruebas, no podemos actuar contra él. Si lo hacemos, nos declararán la guerra inmediatamente.

 

—Si es tan terrible matarle a él, ?por qué no es tan terrible que él te mate a ti? —quiso saber Temerario—. ?Por qué a él no le da miedo que le declaremos la guerra?

 

—Sin pruebas contundentes, estoy seguro de que el gobierno no tomaría esa medida —contestó Laurence. En realidad, tenía la certeza de que el gobierno no declararía la guerra ni siquiera con pruebas, pero presentía que aquél no era un buen argumento en aquel preciso instante.

 

—Pero no nos permiten conseguir pruebas —dijo Temerario—. Y tampoco se me permite matarle, y además se supone que tenemos que ser educados con él, y todo en nombre del gobierno. ?Estoy harto de ese gobierno al que nunca he visto, que siempre insiste en que haga cosas desagradables y que no le hace ningún bien a nadie!

 

—Dejando la política aparte, no podemos estar seguros de que el príncipe Yongxing tuviera algo que ver con este asunto —terció Laurence—. Hay un sinfín de preguntas sin respuesta: por qué me querría ver muerto, por qué envió a un criado a hacerlo en vez de a uno de sus guardias. Al fin y al cabo, Feng Li podía tener algún motivo del que no sabemos nada. No podemos matar gente sin pruebas, basándonos sólo en sospechas; eso nos convertiría en asesinos. Después no te sentirías bien, te lo aseguro.

 

—Pues yo creo que sí —murmuró Temerario, y después agachó la cabeza con el ce?o fruncido.

 

Para alivio de Laurence, Yongxing no volvió a salir al puente hasta pasados varios días del incidente, lo que sirvió para atemperar un poco la ira de Temerario. Cuando por fin reapareció, lo hizo sin alterar en nada su conducta habitual: saludó a Laurence con la misma cortesía fría y distante y le ofreció a Temerario otro recital de poesía. Tras un rato, y a pesar del propio dragón, captó su interés y consiguió que se olvidara de acribillarle con miradas hostiles. Al fin y al cabo, Temerario no era de natural rencoroso. En cualquier caso, si Yongxing tenía algún sentimiento de culpa, lo disimulaba muy bien, y Laurence empezó a cuestionarse sus propias opiniones.

 

—Es posible que esté equivocado —les confesó a Granby y a Temerario sin la menor alegría, cuando Yongxing bajó de la cubierta—. No consigo recordar bien los detalles, y la verdad es que estaba aturdido por culpa del cansancio. A lo mejor ese pobre tipo sólo intentaba ayudarme y yo estoy haciendo una monta?a de un grano de arena. A cada rato que pasa me parece más descabellado que el hermano del emperador de China intentase asesinarme, como si yo supusiera una amenaza para él. Es absurdo. Tendré que acabar dándole la razón a Hammond cuando me llamó loco y borracho.

 

—Pues yo no pienso llamarle ninguna de las dos cosas —insistió Granby—. Yo tampoco le encuentro lógica, pero la idea de que Feng Li quiso abrirle la cabeza porque le dio una ventolera tampoco me sirve. Tendremos que seguir montando guardia para protegerle y esperar que ese príncipe no demuestre que Hammond está equivocado.

 

 

 

 

 

Capítulo 10