Pasaron casi tres semanas más, que transcurrieron sin ningún incidente, antes de avistar la isla de Nueva ámsterdam. Temerario se puso muy contento al ver las manadas de focas relucientes; la mayoría holgazaneaba en las playas, tomando el sol, y las más activas se acercaban al barco para retozar siguiendo su estela. No tenían miedo a los marineros, ni siquiera a los infantes de marina que tenían tendencia a usarlas como blancos para practicar puntería, pero cuando Temerario se tiró al mar, desaparecieron al instante, e incluso las que estaban en la playa se alejaron del agua.
Contrariado por aquella deserción, Temerario nadó en círculos alrededor de la nave y después volvió a trepar a bordo. Con la práctica, la maniobra cada vez se le daba mejor, y ahora la Allegiance apenas se balanceaba. Las focas regresaron poco a poco; no parecía molestarlas que el dragón agachara el cuello para mirarlas de cerca, aunque se sumergían en las profundidades si metía la cabeza demasiado en el agua.
La tormenta los había desviado hacia el sur casi hasta los 40o de latitud, y habían perdido también casi todo su avance hacia el este, lo cual suponía una pérdida de más de una semana de navegación.
—La única ventaja es que creo que el monzón ha empezado por fin —dijo Riley, consultando a Laurence sobre los mapas—. Desde aquí, podemos ir directamente a las Indias Orientales holandesas. Estaremos al menos un mes y medio sin tocar tierra, pero ya he enviado los botes a la isla, y con unos cuantos días de cazar focas para ampliar nuestras provisiones nos debería bastar.
Los barriles de carne de foca en salmuera despedían un olor muy fuerte. También metieron dos docenas de cadáveres frescos en neveras colgadas de la serviola para mantenerlos fríos. Al día siguiente, de nuevo en alta mar, los cocineros chinos destazaron casi la mitad de estos cuerpos, arrojaron por la borda las cabezas, las colas y las entra?as en un escandaloso desperdicio, y le sirvieron a Temerario un montón de filetes chamuscados sólo por fuera.
—No está mal si se le echa mucha pimienta y unas cuantas cebollas asadas más —dijo después de probarlos. Se estaba volviendo muy exquisito.
Tan deseosos de complacerle como siempre, modificaron el plato enseguida a su gusto. Temerario dio buena cuenta de todo con gran placer y se tumbó para echarse una larga siesta, ajeno a la desaprobación del cocinero de la nave, los oficiales de intendencia y la tripulación en general. Los chinos no habían limpiado al terminar y ahora la cubierta superior estaba prácticamente ba?ada en sangre. Era ya por la tarde, y Riley no sabía cómo ordenar a los hombres que la fregaran por segunda vez en el mismo día. Cuando Laurence se sentó a cenar con él y los oficiales superiores, el olor era insoportable, sobre todo porque habían tenido que cerrar las claraboyas para evitar que entrara el hedor de los cadáveres que colgaban en el exterior, aún más penetrante.
Por desgracia, el cocinero de Riley había pensado igual que los chinos. El plato principal era un precioso pastel dorado, en cuya masa había empleado la ración de mantequilla de una semana y los últimos guisantes frescos de Ciudad del Cabo, todo ello acompa?ado por un cuenco de salsa de carne borboteante. Pero cuando cortaron el pastel, el olor de la carne de foca era tan reconocible que todos los comensales se limitaron a picotear de sus platos.
—Es inútil —suspiró Riley, y volvió a poner su ración en la bandeja—. Llévelo a la mesa de los guardiamarinas, Jethson. Es una pena desperdiciarlo.
Todos siguieron su ejemplo y se las arreglaron con el resto de los platos, pero se creó un triste vacío en la mesa, y cuando el camarero se llevó la bandeja se le pudo oír refunfu?ar al otro lado de la puerta sobre ?extranjeros que no saben comportarse civilizadamente y echan a perder el apetito de los demás?.
Se estaban pasando la botella para consolarse cuando la nave dio un extra?o tirón, un peque?o salto en el agua que no se parecía a nada que Laurence hubiera experimentado antes. Riley ya se dirigía hacia la puerta cuando Purbeck dijo de repente:
—?Miren! ?Allí! —y se?aló por la ventana. La cadena de la nevera colgaba suelta y la jaula había desaparecido.