Temerario II - El Trono de Jade

Temerario se quedó inmóvil, contemplando la dentellada del monstruo con ojos de horror y la gorguera aplastada sobre el cuello. Laurence gritó su nombre y el dragón volvió a la vida. Entre él y la serpiente marina se interponían el palo mayor y el de trinquete. Como no podía alcanzar directamente a la criatura, saltó por la proa y sobrevoló la nave en un círculo estrecho para atacarla por detrás.

 

La serpiente giró la cabeza siguiendo su movimiento y se elevó aún más alto por encima del agua; al levantarse, apoyó en la borda las patas delanteras y abrió las membranas que se extendían entre sus dedos, provistos de unas garras exageradamente largas. Su cuerpo era mucho más delgado que el de Temerario y apenas se ensanchaba a lo largo, pero tenía la cabeza más grande, con unos ojos como bandejas que no parpadeaban y resultaban aterradores en su estúpida brutalidad.

 

Temerario se lanzó en picado. Sus garras resbalaron sobre la piel plateada, pero consiguió rodearle prácticamente el cuerpo con las patas delanteras: pese a la longitud de la serpiente, era lo bastante fina como para que el dragón la agarrara. El monstruo volvió a emitir un gorgoteo desde las profundidades de su garganta y se aferró a la Allegiance, mientras los pliegues de carne que tenía bajo el cuello vibraban con sus gritos. Temerario tiró hacia atrás batiendo las alas con furia: la fuerza combinada de ambas criaturas hizo que la nave se escorara de forma peligrosa, y sonaron gritos desde las escotillas, ya que empezaba a entrar agua por las ca?oneras inferiores.

 

—?Temerario, suéltala! —gritó Laurence—. ?La nave va a volcar!

 

Temerario tuvo que dejar libre a la serpiente, que, al parecer, sólo tenía en la cabeza una idea: huir de él. Reptó sobre la nave, empujando a un lado las vergas del palo mayor y desgarrando las jarcias al zigzaguear con la cabeza de un lado a otro. Laurence vio su propio reflejo, extra?amente alargado, en la pupila negra del monstruo. Después la serpiente parpadeó, una gruesa membrana de piel translúcida resbalando sobre el globo ocular, y pasó de largo, mientras Granby empujaba a Laurence hacia la escalera.

 

La criatura era inmensamente larga: la cabeza y los brazos desaparecieron bajo las olas al otro lado del barco cuando sus cuartos traseros aún no habían emergido. Las escamas de la parte posterior eran de un azul más oscuro con irisaciones púrpura conforme el cuerpo seguía pasando, serpenteando hacia delante. Era diez veces más grande que cualquiera que hubiese visto Laurence en su vida. Las serpientes del Atlántico no superaban los cuatro metros ni siquiera en las aguas cálidas de la costa de Brasil, mientras que las del Pacífico se sumergían cada vez que un barco se acercaba y lo más que se veía de ellas eran sus aletas rompiendo las olas.

 

Sackler, el ayudante del primer oficial, subía por la escalera con una gran pala de destazar ballenas de casi veinte centímetros de ancho que había atado a toda prisa en un palo; antes de alistarse había sido primero de a bordo en un buque ballenero de los mares del sur.

 

—?Se?or, se?or! ?Dígales que tengan cuidado! ?Oh, Dios, nos va a hacer un nudo! —gritó al ver a Laurence por la puerta, al tiempo que lanzaba la pala a cubierta y subía la escalera a continuación.

 

Al oír a Sackler, Laurence recordó haber visto en una ocasión cómo izaban a bordo un pez espada o un atún con una serpiente marina enroscada a su alrededor: era su forma favorita de atrapar a las presas. Riley también había oído la advertencia y estaba ordenando que trajeran hachas y espadas. Laurence agarró un arma de la primera cesta que apareció por la escalera y empezó a dar tajos junto con una docena de hombres más, pero la serpiente seguía moviéndose sin detenerse, y aunque abrieron algunos cortes en la grasa pálida y grisácea, no llegaron a alcanzar su carne y en ningún momento atravesaron su cuerpo.

 

—?La cabeza! ?Atentos a la cabeza! —bramó Sackler, de pie en la borda con la pala preparada, aferrando el asta con fuerza y haciéndola girar entre sus mano. Laurence le dio el hacha a otra persona y corrió a darle instrucciones a Temerario, que seguía suspendido en el aire, frustrado e incapaz de enzarzarse con la serpiente de mar mientras estuviera enredada en los mástiles y las jarcias del barco.

 

La cabeza de la serpiente volvió a emerger del agua por el mismo lado, tal como les había advertido Sackler, y la criatura empezó a apretar los anillos de su cuerpo. La Allegiance crujió y la regala se agrietó y comenzó a ceder bajo la presión.

 

Purbeck tenía el ca?ón en posición y listo.

 

—?Preparados! ?Esperen a que la nave esté abajo!

 

—?Esperad! ?Esperad! —gritó Temerario.

 

Laurence no podía ver por qué. Purbeck hizo caso omiso del dragón y gritó: ??Fuego!?. La carronada rugió y el proyectil silbó sobre las aguas, golpeó a la serpiente marina en el cuello y siguió volando hacia delante antes de hundirse. El impacto desplazó a un lado la cabeza de la criatura y todos notaron un olor a carne quemada, pero el golpe no fue mortal: el monstruo sólo gorgoteó de dolor y apretó aún con más fuerza.

 

Purbeck siguió en su puesto impertérrito, pese a que tenía el cuerpo de la serpiente a menos de un palmo de él.