Temerario II - El Trono de Jade

—Me alegro de que cayera por la borda —dijo con voz venenosa—. Espero que se lo hayan comido los tiburones.

 

 

—Pues yo no me alegro —repuso Granby—. Eso hará que sea mucho más difícil conocer su móvil.

 

—No pudo ser nada de índole personal —replicó Laurence—. No llegué a cruzar ni diez palabras con él, y aunque lo hubiese hecho no me habría entendido. Me imagino que a lo mejor se volvió loco —a?adió sin convicción.

 

—Dos veces, y una en mitad de un tifón —le refutó Granby en tono desde?oso, desechando la sugerencia—. No, eso no me convence. Por mi parte, estoy seguro de que debió recibir órdenes, lo que significa que lo más probable es que su príncipe esté detrás de todo esto, o en todo caso algún otro de esos chinos. Lo mejor será que lo averigüemos de inmediato, antes de que lo intenten otra vez.

 

Temerario apoyó esta moción con gran energía, y Laurence respiró hondo y suspiró.

 

—Mejor será que le diga a Hammond que venga a mi camarote y le cuente esto en privado —contemporizó—. Quizás a él se le ocurra qué motivos pueden tener, y en cualquier caso necesitaremos su ayuda para interrogarlos.

 

Cuando se reunió con él bajo cubierta, Hammond escuchó las noticias con visible y creciente alarma, pero sus ideas eran bien distintas.

 

—?En serio me propone que interroguemos al hermano del emperador y a su séquito como si fueran una banda de vulgares criminales, que les acusemos de conspiración para asesinar, que les pidamos coartadas y pruebas…? Es mejor que le prenda fuego a la santabárbara y barrene el barco. Nuestra misión tendrá las mismas probabilidades de éxito así que de la otra manera. No, rectifico, más probabilidades. Al menos, si estamos todos muertos y en el fondo del mar, no habrá motivo para un conflicto.

 

—Bueno, ?y qué propone usted? ?Que nos quedemos aquí sentados y les sonriamos hasta que consigan asesinar a Laurence? —le preguntó Granby, cada vez más furioso—. Supongo que a usted le vendría de perlas: una persona menos para ponerle pegas cuando les entregue a Temerario, y la Fuerza Aérea que se vaya al diablo, porque a usted le da igual, ?no?

 

Hammond se volvió para encararse con Granby.

 

—Mi primera preocupación es mi país, antes que ningún hombre o ningún dragón, y también debería ser la suya si tuviera un mínimo sentido del deber…

 

—Ya basta, caballeros —les cortó Laurence—. Nuestro primer deber es establecer una paz firme con China, y nuestra primera esperanza debe ser conseguirla sin perder el poder de Temerario. Esos dos puntos no admiten discusión.

 

—Pues esa forma de actuar no beneficiará a ninguno de dichos puntos —le espetó Hammond—. Si consigue encontrar alguna prueba, ?qué podríamos hacer después? ?Cree que podemos encadenar y encerrar al príncipe Yongxing? —Hammond hizo una pausa para poner en orden sus ideas—. No veo motivo ni prueba alguna para sugerir que Feng Li no estuviera actuando solo. Dice usted que el primer ataque se produjo después de A?o Nuevo: tal vez le ofendió en la fiesta sin saberlo. A lo mejor era un fanático al que le indignaba ver que Temerario estaba en su poder, o simplemente un chiflado. O quizá se equivoca usted de medio a medio. De hecho, me parece lo más verosímil. Ambos incidentes se produjeron en circunstancias de gran confusión: el primero, bajo la influencia de la bebida, y el segundo en plena tormenta…

 

—?Por los clavos de Cristo! —le interrumpió Granby en tono grosero, lo que provocó que Hammond le mirara de hito en hito—. ?Y Feng Li empujó a Laurence por la escotilla y trató de abrirle la cabeza porque tenía motivos para hacerlo, claro!

 

El propio Laurence se había quedado momentáneamente sin habla ante la ofensiva insinuación de Hammond.

 

—Si alguna de sus suposiciones es cierta, se?or, la investigación lo demostrará así. Si Feng Li era un demente o un fanático, seguro que no pudo ocultárselo a sus compatriotas, aunque nosotros no lo supiéramos. Y si le ofendí en algo, sin duda le habría hablado a alguien de ello.

 

—Y para que la investigación determine todo eso, lo único que hace falta es insultar gravísimamente al hermano del emperador, el mismo que puede decidir nuestro éxito o nuestro fracaso en Pekín —dijo Hammond—. No sólo no le voy a apoyar, caballero, sino que lo prohíbo tajantemente. Y si intenta seguir adelante con esa idea tan insensata y desacertada, haré todo lo que pueda para convencer al capitán de este barco de que su deber para con el rey es encerrarle a usted.

 

Esto, como es natural, puso punto final a la discusión, al menos por lo que se refería a Hammond, pero Granby volvió después de cerrar la puerta a su espalda con más fuerza de la que era estrictamente necesaria.