Temerario II - El Trono de Jade

Todos se quedaron mirando. Después se desató un maremágnum de gritos y chillidos en cubierta, y la nave gui?ó bruscamente a estribor a la vez que se oía el crujido de la madera destrozada por un disparo. Riley salió corriendo del camarote y los demás le pisaron los talones. Cuando Laurence subió por la escalera, otro golpe sacudió la nave; bajó resbalando cuatro escalones y casi derribó a Granby.

 

Aparecieron en cubierta todos juntos, como si salieran de golpe de un reloj de cuco. En el portalón de estribor se veía una pierna con el zapato abrochado y una media de seda; era todo lo que quedaba de Reynolds, el guardiamarina que estaba de servicio. Dos cuerpos más habían ido a parar contra un boquete en forma de media luna abierto en la regala. Por su aspecto, los habían aporreado hasta matarlos. En la cubierta de dragones, Temerario se había incorporado sobre los cuartos traseros y miraba a todas partes, frenético. Los demás marineros que se hallaban en el puente corrían hacia las jarcias o se abrían paso hacia la escalera de proa, luchando contra los guardiamarinas que también trataban de subir.

 

—?Izad la bandera! —gritó Riley, haciéndose oír sobre el ruido, mientras se abalanzaba hacia el timón y llamaba a otros marineros para que le ayudaran. A Basson, el timonel, no se le veía por ninguna parte, y la nave estaba yendo a la deriva. Sin embargo, se desplazaba de forma constante, lo que significaba que no habían chocado con ningún arrecife, y el horizonte estaba despejado y no se veían se?ales de otros barcos—. ?Todos a sus puestos!

 

El tambor empezó a sonar, ahogando con su estruendo cualquier esperanza de averiguar qué estaba pasando; pero aquélla era la mejor manera de restablecer el orden entre los tripulantes, que eran presa del pánico.

 

—?Se?or Garnett, por favor, arríe los botes! —ordenó Purbeck a voz en grito, mientras se colocaba bien el sombrero. Como era habitual en él, se había puesto su mejor casaca para cenar; su figura era alta e imponente—. Griggs, Masterson, ?qué significa esto? —dijo, dirigiéndose a dos marineros que miraban asustados desde las cofas—. ?Van a estar una semana sin ración de grog! ?Ahora, bajen y atiendan a sus ca?ones!

 

Laurence corrió por el portalón, abriéndose paso entre los hombres que iban ya a ocupar sus puestos. Un infante de marina pasó a su lado saltando a la pata coja mientras trataba de ponerse una bota recién embetunada; sus manos manchadas de grasa resbalaban sobre el cuero. Mientras, los servidores de las carronadas de popa se pisoteaban unos a otros.

 

—?Laurence, Laurence! ?Qué ocurre? —le llamó Temerario al verle—. Estaba dormido. ?Qué ha pasado?

 

La Allegiance se inclinó de golpe hacia un lado, y Laurence se vio lanzado contra la regala. En el extremo más alejado de la nave, un gran chorro de agua se levantó como un surtidor y salpicó la cubierta, y una monstruosa cabeza de saurio se alzó sobre la borda. Los enormes ojos de color naranja miraban aterradores desde detrás de un hocico redondeado, rodeado por crestas onduladas en las que llevaba enredados largos colgajos de algas negras. Un brazo inerte asomaba aún por su boca; la criatura la abrió, echó hacia atrás la cabeza y se tragó el resto de golpe. Sus dientes se veían rojos de sangre.

 

Riley ordenó una andanada por estribor, mientras en la cubierta Purbeck estaba organizando a tres de los equipos de artillería en una de las carronadas: su intención era apuntar directamente hacia el monstruo. Empezaron a desatar las trincas, mientras los hombres más fuertes bloqueaban las ruedas; todos sudaban y guardaban silencio, salvo por los gru?idos de esfuerzo, mientras trabajaban lo más deprisa posible con los rostros descompuestos de miedo: no era fácil manejar aquel ca?ón de cuarenta y dos libras.

 

—?Fuego, fuego, malditos inútiles de culo amarillo! —gritó Macready desde la cofa, a la vez que recargaba su propia arma.

 

Los demás infantes de marina dispararon una descarga descoordinada; pero las balas no penetraron en aquel cuello serpentino, que estaba recubierto por gruesas escamas solapadas de color azul y platino. La serpiente marina emitió un gru?ido grave y ronco y arremetió contra la cubierta, aplastando a dos hombres y llevándose a otro entre los dientes: los chillidos de Doyle se oían desde el interior de su boca, mientras sus piernas se agitaban frenéticas en el aire.

 

—?No! —gritó Temerario—. ?Alto! Arrêtez! —y a continuación soltó una sarta de palabras en chino. La serpiente le miró sin mostrar el menor interés ni se?al de haberle entendido y cerró las mandíbulas. Las piernas de Doyle cayeron cercenadas, soltando un breve chorro de sangre en el aire antes de estrellarse contra la cubierta.