Temerario II - El Trono de Jade

—?Limpien el ca?ón con la esponja! —ordenó tan pronto como se disipó el humo, preparando otro disparo.

 

Sin embargo, pasarían al menos tres minutos hasta que pudieran hacer fuego de nuevo, entorpecidos por la extra?a posición del ca?ón y por la confusión que organizaban tres dotaciones de artilleros juntos.

 

De pronto una sección de la borda de estribor, justo al lado de la carronada, se rompió bajo la presión, y salieron disparadas astillas de gran tama?o, casi tan mortíferas como las que hubiera hecho saltar el impacto de un ca?ón. Una se clavó en el brazo de Purbeck, y al momento la manga de su chaleco se ti?ó de púrpura. Chervins manoteó entre gorgoteos para arrancarse el fragmento que tenía clavado en la garganta y se desplomó sobre el ca?ón. Dyfydd apartó su cuerpo y lo dejó en el suelo, sin flaquear un segundo a pesar de la astilla que le atravesaba la mandíbula y le asomaba por debajo de la barbilla goteando sangre.

 

Temerario seguía revoloteando cerca de la cabeza de la serpiente. Aunque la amenazaba con gru?idos, aún no había rugido; tal vez tenía miedo de hacerlo tan cerca de la Allegiance: una ola como la que había destruido a la Valérie podía echarlos a pique con tanta facilidad como la propia serpiente. Pese a ello, Laurence tenía la tentación de ordenárselo, pues aunque los hombres seguían cortando frenéticamente el cuerpo del monstruo, la piel era muy dura y se les resistía, y en cualquier momento la Allegiance podía romperse sin remedio. Si las ligazones se partían o, peor aún, la quilla se doblaba, probablemente no podrían llegar a puerto con ella.

 

Pero, antes de que le dijera nada, Temerario emitió un grave gru?ido de frustración, batió las alas una vez y luego las cerró de repente. Cayó como una piedra sobre la cabeza de la serpiente con las garras extendidas y la hundió bajo la superficie. Su impulso le hizo sumergirse también bajo las olas, y una gran mancha de color púrpura se extendió por el agua.

 

—?Temerario! —gritó Laurence.

 

Trepó sin precaución ninguna por el cuerpo de la serpiente, que no dejaba de temblar y sacudirse, y a medias corrió y a medias gateó resbalando sobre la sangre que anegaba la cubierta. Después saltó por encima de la borda hacia las cadenas del palo mayor, mientras Granby trataba de agarrarle sin conseguirlo.

 

Laurence se quitó las botas y las dejó caer al agua, sin ningún plan coherente: no sabía nadar apenas y no tenía ni cuchillo ni pistola. Granby estaba intentando trepar para unirse a él, pero era incapaz de mantener el equilibrio, ya que la nave no dejaba de zarandearse de un lado a otro como un caballito de cartón. De pronto, un fuerte temblor recorrió en sentido inverso el larguísimo cuerpo plateado de la serpiente, lo único que se veía de ella. Sus patas traseras y su cola emergieron en una gran convulsión, volvieron a hundirse con un tremendo chapoteo, y por fin la criatura se quedó inmóvil.

 

Temerario rompió la superficie del aire como un corcho, se elevó unos metros en el aire y volvió a zambullirse. Estaba tosiendo y jadeando, y también escupía, ya que tenía las mandíbulas llenas de sangre.

 

—Creo que está muerta —anunció jadeando, entre bocanada y bocanada de aire. Lentamente nadó hasta la nave, pero en vez de encaramarse a bordo se recostó contra la Allegiance, respirando hondo y confiando en su flotabilidad natural para no hundirse. Laurence se acercó a él trepando por las tallas que adornaban el barco como si fuera un crío y se quedó allí acariciándolo, tanto para su propio alivio como para el de Temerario.

 

Como Temerario estaba demasiado cansado para subir a bordo todavía, Laurence tomó uno de los botes y remó a su alrededor mientras Keynes le inspeccionaba en busca de lesiones. Tenía varios ara?azos —en una herida se le había quedado clavado un diente de aspecto bastante feo y con borde de sierra—, pero ninguno era grave. Sin embargo, Keynes volvió a auscultar el pecho de Temerario y, con gesto serio, dictaminó que le había entrado un poco de agua en los pulmones.

 

Animado por Laurence, Temerario intentó encaramarse a bordo. La Allegiance se balanceó más de lo normal, tanto por el cansancio del dragón como por los da?os de la propia nave, pero al final consiguió subir, aunque provocó algunos desperfectos más en la regala. Ni siquiera Lord Purbeck, siempre preocupado por el aspecto del barco, le echó en cara que hubiera roto una barandilla. De hecho, cuando por fin cayó sobre la cubierta con un ruido sordo, los marineros le dedicaron un ?hurra? fatigado pero sincero.

 

—Asoma la cabeza por la borda —le pidió Keynes cuando el dragón se asentó en la cubierta. Temerario, que sólo quería dormir, protestó un poco, pero obedeció.