Tras inclinarse con cierto peligro y quejarse con voz sofocada de que se estaba mareando, consiguió expulsar cierta cantidad de agua salada. Una vez satisfecho Keynes, Temerario retrocedió con cuidado hasta que su posición sobre el barco fue más segura y se acurrucó en el suelo.
—?Quieres comer? —preguntó Laurence—. ?Algo fresco? ?Una oveja? Haré que te la preparen como tú quieras.
—No, Laurence. Ahora soy incapaz de comer nada —respondió Temerario, con voz apagada. Había escondido la cabeza bajo las alas y tenía un temblor visible entre los omóplatos—. Por favor, diles que se la lleven de aquí.
El cuerpo de la serpiente marina aún yacía tendido sobre la Allegiance. La cabeza había salido a flote a babor y ahora podía apreciarse la impresionante longitud de su cuerpo. Riley envió a unos cuantos hombres en bote para medirlo de cabeza a cola. La criatura superaba los setenta metros, más del doble que el Cobre Regio más grande del que Laurence tuviera noticia. Eso hacía que la serpiente fuese capaz de rodear todo el barco, aunque el diámetro de su cuerpo no superaba los seis metros.
—Es un Kiao, un dragón marino —sentenció Sun Kai cuando subió al puente para ver qué había pasado.
Les informó de que en el Mar de China había criaturas parecidas, aunque solían ser más peque?as.
Nadie sugirió que se la comieran. Una vez tomadas las medidas y tras dejar que el poeta chino, que también era un artista, hiciera un dibujo del monstruo, le aplicaron las hachas una vez más. Sackler dirigió las tareas con eficaces golpes de su cuchilla ballenera, y Pratt seccionó la gruesa y blindada espina dorsal con tres potentes golpes. Después, su propio peso y el lento avance de la Allegiance hicieron el resto del trabajo: la carne y la piel que quedaban sin separar se desgarraron con el sonido de un trapo al romperse, y ambas mitades de la serpiente resbalaron por los costados opuestos de la nave.
En las aguas que rodeaban el cuerpo ya se observaba una actividad frenética: había tiburones, y también otros peces, mordiendo la cabeza. Ahora empezó una lucha cada vez más furibunda junto a los extremos cortados y ensangrentados de ambas mitades.
—Vamos a seguir la marcha lo mejor que podamos —le dijo Riley a Purbeck.
Aunque las velas y las jarcias del palo mayor y de la mesana estaban muy da?adas, el trinquete y sus aparejos seguían intactos, salvo algunos cabos enredados, y consiguieron largar algo de velamen al viento.
Dejaron atrás el cadáver que aún flotaba en la superficie y prosiguieron viaje. Una hora después, la serpiente no era más que una línea plateada en el agua. Ya habían limpiado la cubierta: la habían fregado, la habían frotado con arenisca y habían vuelto a baldearla bombeando el agua con gran entusiasmo. Mientras, el carpintero y sus ayudantes estaban ocupados tallando un par de palos para reemplazar la verga del palo mayor y la de sobremesana.
Las velas habían sufrido graves da?os. Tuvieron que traer lona de las bodegas y, para gran enojo de Riley, descubrieron que estaba roída por las ratas. La remendaron a toda prisa, pero el sol se estaba poniendo ya, y hasta la ma?ana siguiente no podrían colocar el cordaje nuevo. Dejaron cenar a los hombres por turnos y después los mandaron a dormir sin la inspección habitual.
Laurence, que seguía descalzo, tomó un poco de café y unas galletas que le había traído Roland, pero no se apartó del lado de Temerario, que seguía mustio y sin apetito. Laurence trató de animarlo, preocupado por la posibilidad de que hubiera sufrido una herida interna que no se advirtiera a primera vista, pero Temerario le dijo con voz apagada:
—No. No tengo ninguna herida, ni estoy enfermo. Me encuentro perfectamente.
—Entonces, ?por qué estás tan disgustado? —preguntó Laurence en tono dubitativo—. Lo has hecho muy bien, y has salvado la nave.
—Lo único que he hecho ha sido matarla. No creo que sea como para estar orgulloso —respondió Temerario—. No era un enemigo que tuviera motivos para combatirnos. Creo que si se acercó era porque tenía hambre, y sospecho que después la asustamos con los disparos y por eso nos atacó. Ojalá pudiera haberme hecho entender para convencerla de que se marchara.
Laurence se le quedó mirando. No se le había ocurrido que Temerario pudiera ver a la serpiente marina como algo distinto de la monstruosa criatura que era ante sus propios ojos.
—Temerario, no pienses que esa bestia era algo parecido a un dragón —le dijo—. No tenía habla ni inteligencia. Estoy casi seguro de que tienes razón y vino buscando comida, pero cualquier animal sabe cazar.