Ya hemos adelantado a tres mercantes franceses en nuestra aproximación, más de los que estaba acostumbrado a ver en esta parte del mundo, aunque han pasado siete a?os desde mi última visita a Cantón, y los barcos extranjeros de todo tipo son más numerosos que antes. En este momento, una niebla que a veces oscurece la vista cubre el puerto y me impide ver por el catalejo, de modo que no puedo estar seguro, pero me temo que puede haber un buque de guerra, aunque tal vez sea holandés más bien que francés; ciertamente, no es uno de los nuestros. Por supuesto, la Allegianceno está en peligro, ya que es de una magnitud muy superior y está bajo la protección del Trono Imperial, al que los franceses no se atreverían a ofender en esta agua, pero nos tememos que los franceses puedan estar preparando su propia embajada, que como es natural habrá trazado un plan o lo estará dise?ando para boicotear nuestra propia misión.
Sobre el asunto de mis sospechas anteriores, no puedo a?adir nada más. Al menos no se han producido intentos posteriores, aunque nuestros efectivos, tristemente reducidos, habrían hecho más fácil un ataque de tal índole. Empiezo a creer que tal vez Feng Li actuó por algún motivo inescrutable que sólo él conocía, y no siguiendo las órdenes de otros.
La campana ha sonado, debo ir al puente. Permite que te envíe con estas líneas todo mi afecto y mi respeto, y puedes estar seguro de que siempre soy
Tu seguro servidor,
Wm. Laurence
16 de junio de 1806
La niebla persistió durante toda la noche, hasta que la Allegiance hizo la aproximación final hasta el puerto de Macao. La larga extensión curvada de arena, rodeada por edificios cuadrados y ordenados al estilo portugués y una hilera de arbolillos meticulosamente plantados, ofrecía la tranquilidad de algo familiar, y la mayoría de los juncos que tenían las velas aún enrolladas podrían haber sido botecillos anclados en Funchal o Portsmouth. Incluso las monta?as verdes y redondeadas por la erosión que aparecieron a la vista cuando la bruma gris se disipó no habrían desentonado en cualquier puerto del Mediterráneo.
Temerario llevaba un rato en pie sobre las patas traseras, nervioso y expectante; ahora renunció a mirar y se dejó caer sobre la cubierta, insatisfecho.
—Vaya, no parece tan diferente —dijo, decepcionado—. Además, no veo ningún otro dragón.
La propia Allegiance, que venía desde el mar, se hallaba bajo una capa de niebla más espesa. Al principio, aquellos que estaban en la orilla no podían distinguir con claridad su silueta, que sólo se reveló cuando el sol que se alzaba con pereza terminó de disipar la bruma y la nave se adentró más en el puerto, mientras un soplo de viento apartaba un jirón de niebla de su proa. La reacción que se produjo entonces fue casi violenta: Laurence, que ya había estado antes en la colonia, se esperaba cierto bullicio, acaso exagerado por el enorme tama?o de la nave, que era desconocido en aquellas aguas, pero le sorprendió el griterío casi explosivo que se elevó desde la orilla.
—?Tien-lung! ?Tien-lung!
Muchos de los juncos de menor tama?o, que también eran más ágiles, surcaron las aguas del puerto para recibirle; había tantos y estaban tan cerca unos de otros que a menudo sus cascos chocaban entre sí y con el de la propia Allegiance, mientras la tripulación gritaba todo lo posible para tratar de apartarlos de su camino.
La gente que estaba en la orilla siguió botando lanchas mientras ellos echaban el ancla con gran precaución, debido a aquella compa?ía tan inoportuna y cercana. Laurence se sorprendió al ver mujeres chinas que bajaban hasta el borde del agua con sus andares extra?os y amanerados, algunas de ellas vestidas con ropas elegantes y sofisticadas y acompa?adas por ni?os peque?os e incluso por bebés; después, sin preocuparse de sus vestidos, se api?aban a bordo de cualquier junco en el que hubiera espacio libre. Por suerte, el viento era suave y la corriente mansa; de lo contrario aquellas embarcaciones bamboleantes y sobrecargadas habrían zozobrado con una terrible pérdida de vidas. Fuere como fuere, consiguieron abrirse paso hasta la Allegiance, y cuando se acercaron a ella, las mujeres cogieron en brazos a sus hijos y los levantaron sobre sus cabezas, agitándolos para saludar al barco.
—?Qué demonios pretenden?
Laurence nunca había presenciado una exhibición similar. Según su experiencia anterior, las mujeres chinas tenían muchísimo cuidado para mantenerse apartadas de las miradas occidentales, y ni siquiera sabía que vivieran tantas en Macao. Lo extravagante de su conducta ya estaba atrayendo también la curiosidad y la atención de los occidentales del puerto, tanto a lo largo de la orilla como sobre las cubiertas de los demás barcos con los que compartían el desembarcadero. A Laurence se le vino el alma a los pies al comprobar que su estimación de la noche anterior no era desacertada. De hecho, se había quedado corto, pues había dos naves de guerra francesas en el puerto, ambas elegantes y esbeltas: una era un barco de dos cubiertas y unos sesenta y cuatro ca?ones, y la más peque?a era una fragata pesada de cuarenta y ocho.
Temerario, que lo observaba todo con gran interés, resoplaba divertido al ver a algunos bebés que tenían una pinta ridícula con sus túnicas cargadas de bordados y parecían salchichas envueltas en seda y en hilo de oro, y la mayoría lloriqueaba infeliz mientras sus madres los agitaban en el aire.