—Voy a preguntarles —dijo, y se inclinó sobre la regala para dirigirse a una mujer particularmente enérgica que había pasado por encima de una rival en su intento de conseguir sitio junto a la borda del bote para ella misma y para su reto?o. El ni?o, un crío gordo de unos dos a?os, se las arreglaba para mantener una expresión resignada y flemática en su rostro mofletudo pese a que su madre prácticamente le estaba metiendo entre los colmillos del dragón.
Temerario parpadeó al escuchar su respuesta y volvió a ponerse en cuclillas.
—No estoy seguro, porque no suena del todo igual —dijo—, pero creo que está diciendo que han venido a verme.
Fingiendo que le daba igual, volvió la cabeza y, con lo que evidentemente creía que debían parecer movimientos disimulados, empezó a frotarse la piel con la nariz para limpiar manchas imaginarias. Después dio rienda suelta a su vanidad y adoptó una pose que le favorecía más: irguió la cabeza, sacudió un poco las alas y volvió a plegarlas de manera que quedaran algo más sueltas contra su cuerpo. Su gorguera estaba abierta en se?al de excitación.
—Da buena suerte ver a un Celestial —Yongxing, cuando se le pidió alguna explicación suplementaria, debió de pensar que se trataba de algo obvio—. De lo contrario, nunca tendrían la oportunidad de ver a uno. Son sólo mercaderes.
Después se apartó de aquel espectáculo con gesto desde?oso.
—Nosotros, con Liu Bao y Sun Kai, vamos a ir a Guangzhou para hablar con el superintendente y con el virrey, y para enviar un mensaje al emperador comunicando que hemos llegado —dijo, utilizando el nombre chino de Cantón. Después aguardó expectante, y Laurence no tuvo más remedio que ofrecerle la barcaza de la Allegiance para ese propósito.
—Le ruego que me permita recordarle, Alteza, que confiamos en llegar a Tientsing dentro de tres semanas, así que tal vez quiera reconsiderar la idea de mantener contacto con la capital.
Laurence sólo pretendía ahorrarle el esfuerzo. La distancia era de más de mil quinientos kilómetros, pero Yongxing explicó con vehemencia que aquella sugerencia era casi escandalosa, ya que no demostraba el debido respeto al trono. Laurence se vio obligado a pedir disculpas por haberla expresado y se excusó alegando que no conocía bien las costumbres locales. Aun así, Yongxing no se dejó aplacar, y al final Laurence se alegró de librarse de él y los otros dos enviados aunque fuera a costa de los servicios de la barcaza. él y Hammond tuvieron que conformarse con la chalupa para bajar a tierra, ya que la lancha de la Allegiance estaba ocupada transportando a bordo barriles de agua y ganado.
—?Hay algo que pueda traer para que se sienta mejor, Tom? —preguntó Laurence, asomándose al camarote de Riley.
El capitán, que estaba tendido junto a las ventanas, levantó la cabeza de los almohadones y le saludó con una mano débil y amarillenta.
—Estoy mucho mejor, pero no diría que no si por un casual encontrara una botella de oporto decente. Creo que esa maldita quinina me ha cauterizado el paladar.
Algo más tranquilo, Laurence fue a despedirse de Temerario, que había engatusado a los alféreces y mensajeros para que le restregaran bien, aunque no hacía ninguna falta. Los visitantes chinos, cada vez más audaces, habían empezado a tirar flores al barco y también otros objetos no tan inofensivos. El teniente Franks corrió a informar a Laurence, pálido y tan alarmado que olvidó hasta su tartamudeo:
—?Se?or, están arrojando incienso encendido contra el barco! ?Haga que se detengan, por favor!
Laurence subió a la cubierta de dragones.
—Temerario, haz el favor de decirles que no se puede arrojar a la nave nada que tenga llamas. Roland, Dyer, quiero que se fijen bien en lo que tiran, y si ven algún otro objeto que pueda suponer peligro de incendio, arrójenlo por la borda enseguida. Espero que no se les ocurra lanzar petardos —a?adió, sin demasiada confianza.
—Si lo hacen, los detendré —le prometió Temerario—. ?Vas a ver si hay algún lugar para que yo pueda ir a tierra?
—Lo haré, pero no tengo demasiada esperanza. Este territorio mide poco más de diez kilómetros cuadrados, y está todo lleno de edificios —respondió Laurence—, pero al menos podemos volar por encima, y quizás incluso sobre Cantón si los mandarines no ponen objeción.
La Factoría Inglesa se levantaba directamente sobre la playa principal, así que no tuvo problemas para localizarla. De hecho, como la multitud congregada les había llamado la atención, los comisionados de la Compa?ía habían enviado un peque?o comité de bienvenida que les estaba esperando en la playa. Al frente del grupo estaba un joven alto que llevaba el uniforme del servicio privado de la Compa?ía de las Indias Orientales; sus patillas agresivas y su nariz prominente y aguile?a le daban un aspecto de depredador que la luz de alerta en sus ojos incrementaba más que disminuía.