—Un kilómetro son unos dos li —dijo Hammond, frunciendo el ce?o mientras calculaba.
Laurence, más rápido, se quedó mirando a la dragona. Si no había exagerado, eso quería decir que Yu Ping había volado doscientos kilómetros. A tal velocidad, y con correos volando en relevos, el mensaje podía venir realmente desde Pekín, que estaba a más de tres mil kilómetros. La idea resultaba casi inconcebible.
Yongxing, que les había escuchado, dijo en tono impaciente:
—Nuestro mensaje es de máxima prioridad y ha viajado toda la ruta transportado por dragones Jade. Por supuesto que hemos recibido respuesta. No podemos perder el tiempo de este modo cuando el emperador ha hablado ya. ?En cuánto tiempo estará listo para partir?
Laurence, que aún no salía de su asombro, recobró la compostura y alegó que no podía dejar la Allegiance aún, ya que tenía que esperar a que Riley estuviera lo bastante bien para levantarse de la cama. Fue en vano. Yongxing ni siquiera tuvo que protestar, ya que Hammond se opuso a Laurence a voz en cuello:
—?No podemos empezar ofendiendo al emperador! La Allegiance se puede quedar en este mismo puerto hasta que se recupere el capitán Riley.
—?Por el amor de Dios, eso sólo empeorará la situación! —dijo Laurence, impaciente—. La mitad de la tripulación está enferma de malaria; la otra mitad puede desertar.
Pero el argumento era convincente, sobre todo desde el momento en que lo secundó Staunton, que como habían acordado antes había subido al barco para desayunar con Laurence y Hammond.
—Le puedo prometer que el mayor Heretford y sus hombres ayudarán al capitán Riley en todo lo que esté en sus manos —dijo Staunton—, pero estoy de acuerdo con Hammond: aquí son muy escrupulosos con el protocolo, y descuidar las formas equivale para ellos a un insulto deliberado. Le ruego que no se retrase.
Animado por estas palabras y tras consultar con Franks y Beckett, quienes con más valor que sinceridad afirmaron que estaban preparados para hacerse cargo de todas las tareas ellos solos, y tras una visita al camarote de Riley, Laurence cedió por fin.
—Al fin y al cabo —le se?aló Riley—, no estamos en el muelle por culpa del calado de la nave y en este momento tenemos suficientes provisiones frescas, así que Franks puede izar dentro los botes y mantener a todos los hombres a bordo. Por desgracia, nos vamos a retrasar con respecto a usted pase lo que pase, pero yo estoy mucho mejor, y Purbeck también. Nos pondremos en marcha en cuanto podamos y nos encontraremos con usted en Pekín.
Esto sólo provocó una nueva serie de contratiempos. Cuando ya estaban preparando el equipaje, las cautelosas indagaciones de Hammond determinaron que la invitación de los chinos no era colectiva. Al propio Laurence le aceptaban por necesidad como compa?ero de Temerario, y a Hammond, como representante del rey, le permitían ir también, aunque a rega?adientes, pero la sugerencia de que la tripulación de Temerario pudiese acompa?arle cabalgando al dragón con un arnés fue rechazada con espanto.
—No iré a ninguna parte si no viene también la tripulación para proteger a Laurence —dijo Temerario al enterarse del problema, y se lo comunicó directamente a Yongxing en tono receloso. Para a?adir más énfasis, se acomodó en la cubierta con la cola enroscada para demostrar que no se iba a mover de allí. Poco después se le ofreció un compromiso. Laurence escogería a diez miembros de su tripulación que viajarían a lomos de otros dragones chinos cuya dignidad no sufriría tanto menoscabo por llevar a cabo ese servicio.
—Me gustaría saber para qué sirven diez hombres en el corazón de Pekín —comentó con acritud Granby cuando Hammond les llevó esta oferta al camarote; no había perdonado al diplomático por negarse a investigar el atentado contra la vida de Laurence.
—Y a mí me gustaría saber para qué cree usted que podrían servir cien hombres en el caso de una amenaza real del ejército imperial —le respondió Hammond en tono no menos áspero—. En cualquier caso, es lo mejor que podemos conseguir. Me ha costado mucho trabajo lograr que dieran su autorización para tanta gente.