Temerario II - El Trono de Jade

—Entonces tendremos que apa?arnos así —Laurence apenas levantó la mirada al decir esto. Estaba ordenando su ropa y desechando las prendas más gastadas por el viaje y que ya no eran presentables—. El punto más importante en lo que concierne a la seguridad es cerciorarse de que la Allegiance echa el ancla a una distancia que Temerario pueda alcanzar sin dificultad en un solo vuelo. Se?or —a?adió dirigiéndose a Staunton, al que había invitado a que bajara a sentarse con ellos—, ?puedo convencerle de que acompa?e al capitán Riley si sus deberes se lo permiten? Nuestra partida los va a dejar de golpe sin intérpretes y sin la autoridad de los embajadores. Estoy preocupado por las dificultades que puedan encontrar en su viaje al norte.

 

—Estoy enteramente a su servicio y al de ellos —respondió Staunton, inclinando la cabeza. Hammond no parecía del todo satisfecho, pero dadas las circunstancias no podía oponerse, y Laurence se alegró en su fuero interno de haber hallado esta forma tan diplomática de tener a Staunton cerca como asesor, aunque su llegada se retrasara.

 

Como era natural, Granby iba a acompa?arle, así que Ferris tendría que quedarse para controlar a los miembros de la tripulación que no podían ir con ellos. Elegir al resto fue más doloroso. A Laurence no le gustaba dar la impresión de favoritismo, y tampoco quería dejar a Ferris sin los mejores hombres. Del equipo de tierra se decantó finalmente por Keynes y Willoughby; había llegado a confiar en las opiniones del cirujano, y a pesar de que tendría que dejar el arnés en el barco, creía que era necesario llevar con él al menos a uno de los hombres encargados de dicho arnés por si surgía alguna emergencia y Willoughby tenía que dirigir a los otros para que improvisaran algún tipo de guarnición.

 

El teniente Riggs interrumpió sus deliberaciones y las de Granby para pedirles con gran vehemencia que los llevaran a él y a sus cuatro mejores tiradores.

 

—Aquí no nos necesitan. Tienen a bordo a los infantes de marina, y si algo va mal a usted le vendrán mucho mejor los fusiles —dijo.

 

Desde el punto de vista táctico era verdad, pero también era cierto que los fusileros como grupo eran los más pendencieros de entre sus jóvenes oficiales. Laurence dudaba de que fuera conveniente llevarse a tantos juntos a la corte después de haber pasado casi siete meses en altamar. Cualquier ofensa a una dama china podía acarrear graves consecuencias, y la atención del propio Laurence iba a estar demasiado ocupada en otras cosas como para tenerlos controlados.

 

—Nos llevaremos al se?or Dunne y al se?or Hackley —dijo finalmente—. No. Comprendo sus argumentos, se?or Riggs, pero para este trabajo quiero gente seria y que no se descarríe. Supongo que sabe a qué me refiero. Muy bien. John, también nos llevaremos a Blythe, y de los lomeros a Martin.

 

—Aún quedan dos —dijo Granby, a?adiendo los nombres a la lista.

 

—No me puedo llevar a Baylesworth. Ferris necesita un segundo que sea de fiar —repuso Laurence tras sopesar brevemente la posibilidad del último de sus tenientes—. En su lugar, nos llevaremos a Therrows, de los ventreros. Y, por último, a Digby. Es algo joven, pero está funcionando bastante bien y la experiencia le será muy útil.

 

—Los tendré en cubierta dentro de quince minutos, se?or —contestó Granby poniéndose en pie.

 

—Sí, y mándeme abajo a Ferris —le pidió Laurence, que ya estaba escribiendo las órdenes—. Se?or Ferris, confío en su buen juicio —prosiguió cuando el segundo teniente en funciones se presentó ante él—. En las circunstancias actuales, es imposible prever ni una décima parte de las contingencias que pueden surgir. He escrito para usted una serie de órdenes por si nos pasara algo al se?or Granby o a mí mismo. Si eso ocurre, su primera preocupación debe ser la seguridad de Temerario, y en segundo lugar velar por la tripulación y conseguir que vuelvan a Inglaterra sanos y salvos.

 

—Sí, se?or —dijo Ferris, alicaído, y aceptó el paquete sellado. Aunque no intentó discutir para que lo incluyeran en el grupo, salió del camarote con los hombros encorvados.

 

Laurence terminó de embalar su arcón. Por suerte, al principio del viaje había apartado el sombrero y la casaca mejores que tenía y los había envuelto en papel y en hule al fondo del baúl con la idea de reservarlos para la embajada. Ahora se puso la chaqueta de cuero y los pantalones de pa?o grueso que usaba para volar: no estaban demasiado viejos, ya que eran más resistentes y no los había utilizado demasiado durante el viaje. De lo demás, sólo merecían la pena dos camisas y unos cuantos pa?uelos de lazo. El resto lo lió en un peque?o bulto y lo guardó en la taquilla del camarote.