Temerario II - El Trono de Jade

En vez de seguir la curva del río hasta Whampoa y Cantón, como era habitual, tomaron antes una rama oriental que llevaba a la ciudad de Dongguan. Dejándose llevar a ratos por el viento, y a ratos remando contra la lenta corriente, pasaron junto a los grandes campos cuadrados de arroz que se extendían a ambas orillas; ahora se veían verdes, pues los brotes empezaban a asomar sobre la superficie del agua. El hedor del abono se cernía sobre el río como una nube.

 

Laurence pasó dormitando casi todo el viaje, vagamente consciente de que la tripulación intentaba guardar silencio en vano. Al decir las instrucciones entre susurros tenían que repetirlas tres veces, lo que aumentaba gradualmente el volumen habitual. Cualquier desliz ocasional, tal como soltar un rollo de cuerda con demasiada brusquedad o tropezar con algún obstáculo, provocaba un torrente de invectivas y órdenes de guardar silencio mucho más ruidoso de lo que habrían sido los sonidos habituales. Aun así durmió, o algo parecido; de vez en cuando abría los ojos y miraba hacia arriba para comprobar que Temerario seguía volando sobre sus cabezas.

 

Despertó de un sue?o más profundo cuando ya había oscurecido. Estaban recogiendo la vela, y momentos después se oyó el suave topetazo de la lancha contra un embarcadero, seguido por las habituales palabrotas de los marineros que la amarraban, aunque en voz baja. Había poca luz a mano, salvo la de las linternas de la barca, que alcanzaban tan sólo a mostrar una escalera ancha que bajaba hacia el agua y cuyos pelda?os inferiores desaparecían bajo la superficie del río; a ambos lados de ella se distinguían únicamente las sombras borrosas de los juncos nativos varados en la playa.

 

Una procesión de linternas venía hacia ellos por la orilla. Era obvio que habían advertido a los lugare?os de su llegada. Acudían con grandes globos luminosos fabricados con seda de color entre rojo y naranja y montados sobre armazones de bambú, y se reflejaban en el agua como llamas. Los portadores de las lámparas se alinearon junto a las paredes en un esmerado desfile y luego, de repente, un gran número de chinos subió a la lancha, agarró los equipajes y se los pasaron a los que estaban en la orilla sin molestarse en pedir permiso, llamándose unos a otros con alegres voces al tiempo que trabajaban.

 

De entrada, Laurence pensó en quejarse, pero no había motivo, ya que toda la operación se había llevado a cabo con una admirable eficiencia. Un funcionario se había sentado al pie de las escaleras con algo parecido a una mesa de dibujo en el regazo, y estaba escribiendo en un rollo de papel una lista con los diferentes paquetes según pasaban a su lado al mismo tiempo que ponía una marca distintiva en cada uno. Así que, en vez de protestar, Laurence se puso en pie y, con discreción, trató de aliviar la rigidez de su cuello con peque?os movimientos a ambos lados sin recurrir a estiramientos poco decorosos. Yongxing ya había bajado de la lancha para dirigirse a un peque?o pabellón levantado en la orilla; en su interior podía oírse la voz retumbante de Liu Bao pidiendo algo que Laurence había aprendido a reconocer como vino en su idioma oriental, y Sun Kai estaba en la orilla conversando con el mandarín local.

 

—Se?or —le preguntó a Hammond—, ?tendría la bondad de preguntarles a los funcionarios locales dónde ha aterrizado Temerario?

 

Hammond hizo algunas preguntas a los hombres de la orilla, frunció el ce?o y le dijo a Laurence en voz baja:

 

—Dicen que se lo han llevado al Pabellón de las Aguas Tranquilas y que nosotros vamos a pasar la noche en otro lado. Por favor, proteste enseguida y en voz alta de modo que yo tenga una excusa para discutir con ellos. No debemos sentar un precedente permitiendo que nos separen de él.

 

Laurence, que si no le hubieran urgido a ello hubiera organizado un buen escándalo, se quedó perplejo cuando Hammond le sugirió actuar. Tartamudeó un poco y dijo en voz muy alta, pero más bien torpe e indecisa:

 

—?Debo ver a Temerario enseguida y comprobar que está bien!

 

Hammond se dirigió a los sirvientes, abriendo los brazos para pedirles disculpas, y habló con ellos en tono apremiante. Sometido a sus miradas ce?udas, Laurence hizo todo lo que pudo por parecer severo e inflexible, aunque en realidad se sentía ridículo y enfadado a la vez; por fin, Hammond volvió y le dijo con satisfacción:

 

—?Excelente! Han aceptado llevarnos con él.

 

Aliviado, Laurence asintió y se volvió hacia la tripulación de la lancha.