—Boyne —dijo, asomando la cabeza por la puerta y viendo a un marinero que se dedicaba a empalmar cabos sin demasiado afán—. Suba esto a cubierta, si no le importa —una vez despachado el arcón, escribió unas breves líneas para su madre y para Jane y se las dio a Riley. Aquel peque?o ritual sólo agudizó la sensación creciente de que estaba en vísperas de una batalla.
Cuando subió al puente, los hombres ya estaban reunidos en cubierta y habían cargado en la lancha sus bolsas y baúles. La mayor parte del equipaje de los embajadores se quedaría a bordo, ya que Laurence había comentado que necesitarían casi un día entero para desembalarlo. Aun así, los objetos de primera necesidad que llevaban superaban en peso a los pertrechos de toda la tripulación. Yongxing estaba en la cubierta de dragones entregándole una carta sellada a Lung Yu Ping. Al parecer no veía nada extra?o en confiárselo directamente a la dragona aunque ésta no tuviera jinete. Ella la cogió con la habilidad que da la práctica, sosteniéndola entre sus largas garras con tanta delicadeza como si la sujetara entre el índice y el pulgar. A continuación la metió con mucho cuidado entre la malla dorada que llevaba y su propio vientre.
Después de esto, se despidió con sendas reverencias de él y de Temerario y anadeó hacia delante, pues las alas la entorpecían para caminar. Pero cuando llegó al borde de la cubierta las desplegó de golpe, las sacudió un par de veces y luego dio un tremendo salto en el aire, casi tan largo como ella misma, batió las alas con furia y al poco se convirtió en una mancha diminuta sobre sus cabezas.
—?Oh! —exclamó Temerario con asombro mientras la veía alejarse—. Vuela muy alto. Yo nunca he subido tanto.
Laurence también estaba impresionado y se quedó mirándola por el catalejo unos cuantos minutos; por fin, la dragona desapareció de la vista, aunque el día estaba muy despejado.
Staunton le llevó aparte.
—?Puedo hacerle una sugerencia? Llévese a los ni?os. Por mi propia experiencia cuando era crío, le pueden resultar muy útiles. No hay nada como tener ni?os presentes para transmitir intenciones pacíficas, y los chinos sienten un respeto especial por las relaciones filiales, ya sean por adopción o por sangre. Puede usted alegar con toda naturalidad que es su tutor. Estoy casi seguro de que puedo convencer a los chinos de que no los cuenten en la lista.
Roland captó la conversación, y al momento Dyer y ella se pusieron firmes ante Laurence, con ojos brillantes y esperanzados. Ante aquella silenciosa súplica dijo, aunque con ciertas dudas:
—Está bien. Si los chinos no ponen pegas a que se sumen al grupo…
Sin necesidad de más acicate, desaparecieron bajo cubierta para buscar sus bolsas y volvieron corriendo incluso antes de que Staunton hubiera terminado de negociar su inclusión.
—Me sigue pareciendo una tontería —dijo Temerario en lo que pretendía ser un murmullo—. Podría llevaros a todos sin ningún problema y también la carga que va en esa barca. Si tengo que volar al lado, seguro que tardamos mucho más.
—No es que esté en desacuerdo contigo, pero será mejor que no lo discutamos de nuevo —contestó Laurence con voz cansada, mientras se apoyaba en Temerario y le acariciaba la nariz—. Si lo hacemos, tardaremos más tiempo del que podamos ahorrar con cualquier otro medio de transporte.
Temerario le empujó cari?osamente y Laurence cerró los ojos unos segundos. Aquel momento de tranquilidad tras las tres horas de preparativos frenéticos sacaron de nuevo a flote todo el cansancio acumulado tras una noche sin dormir.
—Sí, estoy listo —dijo enderezándose. Granby estaba a su lado. Laurence se colocó el sombrero y saludó con la barbilla mientras pasaba junto a los miembros de la tripulación que se quedaban a bordo. Ellos respondieron llevándose la mano a la frente, y unos cuantos incluso murmuraron: ?Buena suerte, se?or?, y ?Vaya con Dios, se?or?.
Laurence le estrechó la mano a Franks y pisó la borda, acompa?ado por música de flautas y tambores. El resto de sus hombres ya estaban a bordo de la lancha. Yongxing y los otros embajadores habían bajado ya por la guindola y se habían refugiado a popa bajo un toldo para resguardarse del sol.
—Muy bien, se?or Tripp. Zarpamos —le indicó Laurence al guardiamarina.
Partieron pues, y los altos costados de la Allegiance quedaron atrás cuando izaron la vela mayor de la lancha y el viento del sur los llevó más allá de Macao, hacia la gran extensión del delta del río de las Perlas.
Capítulo 12