Temerario II - El Trono de Jade

El contramaestre repitió la llamada haciendo bocina con las manos y los hombres subieron corriendo a cubierta. Las pisadas sordas de muchos pies resonaron sobre la tablazón mientras empezaba la tarea de plegar velas y poner la nave a favor del viento.

 

La campana sonaba a cada vuelta del reloj de arena, de media hora en media hora. ésa era la única medida del tiempo ahora que la luz se había desvanecido y el crepúsculo sólo consistía en un gradual aumento de la oscuridad. Una fosforescencia gélida y azul ba?aba la cubierta, seguía por la superficie del agua e iluminaba los cables y los bordes de las tablas. A su débil resplandor podían verse las crestas del oleaje, cada vez más altas.

 

Ni siquiera la Allegiance podía romper aquellas olas, sino que debía escalarlas lentamente, y llegaba a levantarse en un ángulo tan inclinado que Laurence podía mirar a lo largo de la cubierta y ver abajo el fondo de las ondas. Después, por fin, la proa atravesaba la cresta. Entonces, casi con un brinco, cabeceaba sobre el otro lado de la ola que ya empezaba a colapsarse, cobraba velocidad y se hundía con devastadora fuerza en la espuma que bullía en el fondo de aquella zanja de agua. El enorme abanico que formaba la cubierta de dragones se levantaba vertiendo agua a raudales y excavaba un hueco en la cara de la ola siguiente; después, la nave empezaba otra vez su lenta escalada desde el principio: sólo la arena del reloj marcaba la diferencia entre una ola y la siguiente.

 

Por la ma?ana, el viento seguía soplando con la misma furia, pero el oleaje era algo más suave, y Laurence se despertó tras haber dormido durante breves intervalos y sin apenas descansar. Temerario se negó a comer.

 

—Aunque pudieran traerme algo, soy incapaz de comérmelo —dijo cuando le preguntó Laurence. Después volvió a cerrar los ojos. Estaba más exhausto que dormido, y tenía los ollares blancos de sal.

 

Granby le había relevado. él y dos miembros más de la tripulación estaban en cubierta, acurrucados junto al otro costado de Temerario. Laurence llamó a Martin y le mandó a buscar unos trapos. La lluvia estaba demasiado mezclada con la espuma del mar para ser dulce, pero por suerte no les faltaba agua potable y habían llenado el barril de proa antes de la tormenta. Aferrándose con ambas manos a las sogas de salvamento que recorrían la cubierta de proa a popa, Martin llegó a duras penas hasta el barril y volvió con los trapos empapados en agua. Temerario apenas se movió cuando Laurence le limpió suavemente la costra de sal que le tapaba el hocico.

 

Sobre sus cabezas reinaba una extra?a y lúgubre uniformidad, sin que se vieran ni el sol ni las nubes. La lluvia les llegaba arrastrada por breves hostigos de viento que los dejaban empapados, y cuando estaban en la cresta de las olas podían ver que aquel mar rugiente y ondulado llenaba todo el horizonte. Cuando llegó Ferris, Laurence envió a Granby bajo cubierta, y él mismo comió unas galletas y algo de queso curado. No se atrevía a abandonar el puente. La lluvia arreció conforme avanzaba el día, más fría que antes. Un fuerte mar cruzado golpeaba a la Allegiance por ambos lados, y la cresta de una ola monstruosa rompió contra ellos casi a la altura del trinquete; la masa de agua se abatió como un pu?o sobre el cuerpo de Temerario y lo despertó de su inquieto sue?o con un sobresalto.

 

La riada derribó a los pocos aviadores que estaban junto al dragón, y los arrancó dando tumbos de los escasos agarraderos que tenían a mano sobre el barco. Laurence sujetó a Portis antes de que resbalara por el borde de la cubierta de dragones para caer sobre las escaleras, pero después tuvo que aguantar hasta que el guardiadragón consiguió aferrarse a la soga de seguridad y recuperar el equilibrio. Temerario estaba tirando de las cadenas, mientras llamaba a Laurence medio dormido y preso de un ataque de pánico. Su tremenda fuerza hacía que la tablazón empezara a curvarse junto a la base de los postes.

 

Laurence avanzó a duras penas por la cubierta empapada para tocar el costado de Temerario y tranquilizarlo.

 

—Sólo ha sido una ola. Estoy aquí —se apresuró a decirle.

 

Temerario dejó de debatirse y se tumbó jadeante sobre la cubierta, pero había tensado demasiado las cuerdas y las cadenas estaban más sueltas justo cuando más necesarias eran y el oleaje era demasiado violento como para que unos hombres de tierra firme, aunque fuesen aviadores, pudieran reasegurar los nudos.

 

Otra ola embistió la aleta de la Allegiance y la hizo escorarse de una forma alarmante. El dragón se deslizó y todo su peso presionó contra las cadenas, tensándolas aún más. Instintivamente clavó las garras para agarrarse a la cubierta. Las planchas de roble se astillaron bajo sus u?as.

 

—?Ferris, venga aquí! ?Quédese con él! —rugió Laurence, mientras él mismo se abría paso sobre la cubierta.