Temerario II - El Trono de Jade

—Me parece perfecto —dijo, y asintió con gesto impaciente para que le echaran el guiso sobre la carne. Devoró uno de aquellos bueyes jorobados locales untado en la salsa y después lamió el caldero hasta dejarlo limpio, mientras Laurence lo observaba con gesto dubitativo desde una distancia lo más alejada posible sin parecer descortés.

 

Después de la comida, Temerario se tumbó en el suelo y cayó en una feliz somnolencia, murmurando palabras de aprobación entre las que soltaba algún que otro hipo, casi como si estuviera borracho. Laurence se acercó, algo alarmado al ver que se dormía tan rápido; pero, al notar que le empujaba, Temerario se espabiló, radiante y entusiasmado, e insistió en acariciar con el hocico a Laurence. Su aliento se había vuelto tan insoportable como el hedor original. Laurence apartó el rostro para no vomitar, y se sintió muy feliz cuando Temerario volvió a caer dormido y él pudo escapar del afectuoso abrazo de las patas delanteras del dragón.

 

Tuvo que lavarse y cambiarse de ropa para volver a estar presentable, pero después aún podía captar el olor pegado a su cabello. Pensó que aquello era insoportable y se sintió justificado para elevar una protesta ante los chinos. Con ella no les ofendió, pero tampoco la recibieron con la seriedad que había esperado. De hecho, Liu Bao soltó unas carcajadas estentóreas cuando él describió los efectos de la seta. Y cuando Laurence sugirió que tal vez podían organizar un surtido de platos más convencional y limitado, Yongxing rechazó la idea diciendo:

 

—No podemos insultar a Lung Tien ofreciéndole lo mismo todos los días. Lo único que han de hacer los cocineros es ser más cuidadosos.

 

Laurence se marchó sin salirse con la suya y con la sospecha de que le habían usurpado el control sobre la dieta de Temerario. Sus temores no tardaron en confirmarse. Cuando el dragón despertó al día siguiente tras dormir más horas de lo habitual, se encontraba mucho mejor y ya no tenía congestión. El resfriado desapareció por completo unos días después, pero aunque Laurence insinuó varias veces que ya no necesitaban más ayuda, los platos preparados siguieron llegando. Temerario no tenía nada que objetar, aunque ya estaba recuperando el olfato.

 

—Creo que estoy empezando a distinguir unas especias de otras —dijo, mientras se relamía las garras; había decidido coger la comida con las patas delanteras en vez de alimentarse directamente de los comederos—. Esta cosa roja se llama hua jiao, y me gusta mucho.

 

—Mientras disfrutes de tu comida… —dijo Laurence.

 

Esa misma noche, más tarde, le confió a Granby mientras cenaban en su habitación:

 

—No puedo decir nada más sin ser grosero. Al menos, los esfuerzos de los chinos han conseguido que se encuentre bien y coma mejor. Ahora no puedo decirles ?no, gracias?, sobre todo cuando a él le gusta.

 

—Si quiere saber mi opinión, no deja de ser una intromisión por su parte —dijo Granby, contrariado—. ?Cómo vamos a seguir alimentándolo de esa forma cuando lo llevemos de vuelta a casa?

 

Laurence meneó la cabeza, tanto por la pregunta como por el uso del cuando. Con gusto habría aceptado la incertidumbre sobre el primer punto a cambio de tener alguna seguridad sobre el segundo.

 

La Allegiance dejó detrás áfrica y navegó casi en línea recta hacia el este llevada por la corriente. Riley pensaba que era mejor eso que remontar la costa enfrentándose al capricho de los vientos, que, por el momento, soplaban más hacia el sur que hacia el norte, aunque no le gustaba la idea de abrirse camino a través del centro del índico. Laurence contempló cómo tras ellos el estrecho gancho de tierra se oscurecía y se desvanecía bajo el océano. Llevaban cuatro meses de viaje y aún les quedaba más de la mitad de la distancia hasta China.