Laurence se quedó a su lado en cubierta durante todas las noches que duró su enfermedad. Mientras el dragón dormía tuvo oportunidad de presenciar hasta qué grado de absurdo llegaban los hombres para evitar al fantasma: iban de dos en dos a la proa y se acurrucaban junto a las dos lámparas que había en cubierta en vez de dormirse. Incluso el oficial de guardia estaba nervioso y no se alejaba demasiado, y se ponía pálido cada vez que tenía que cruzar el puente para darle la vuelta al reloj de arena y tocar la campana.
El único remedio era que surgiera alguna distracción, y las perspectivas eran escasas. El tiempo era bueno y existían pocas posibilidades de toparse con algún enemigo que presentara batalla, ya que cualquier barco que no quisiera enfrentarse a ellos podía dejarlos atrás fácilmente. En cualquier caso, Laurence no deseaba ninguna de estas dos soluciones. Habría que convivir con la situación hasta que llegaran a puerto; una vez allí, era de esperar que el mito se disolviera por sí solo durante aquella pausa en su viaje.
Temerario sorbió en sue?os, se despertó a medias con una tos húmeda y dejó escapar un triste suspiro. Laurence le puso la mano encima y volvió a abrir el libro que tenía en el regazo. Alumbrado por la luz de la linterna que se balanceaba su lado, aunque fuera inestable, leyó despacio y en voz alta hasta que los párpados del dragón volvieron a cerrarse con pesadez.
Capítulo 9
—No pretendo darles consejos sobre su trabajo —dijo el general Baird, demostrándoles que no tenía el menor reparo en dárselos—, pero en esta época del a?o, con el monzón de invierno recién terminado, los vientos que soplan hacia la India son imprevisibles. Es muy probable que los empujen de regreso hacia aquí, así que será mucho mejor que esperen a que llegue Lord Caledon, sobre todo después de estas noticias sobre Pitt.
Era un hombre joven, pero tenía el rostro largo y serio y una boca que demostraba decisión; el cuello alto y recto de su uniforme empujaba contra la barbilla y le daba un aspecto rígido y estirado. El nuevo gobernador inglés no había llegado, Baird estaba temporalmente al mando de la colonia de Ciudad del Cabo y se había refugiado en el gran castillo fortificado que se levantaba en el centro de la ciudad, al pie de la gran monta?a de la Mesa con su cima plana. El patio brillaba bajo el sol, las bayonetas de las tropas que hacían la instrucción con elegancia arrojaban destellos blancos, y los muros que lo rodeaban bloqueaban la mayor parte de la brisa que les había refrescado cuando subían desde la playa.
—No podemos quedarnos en tierra hasta junio —repuso Hammond—. Es mucho mejor que nos hagamos a la vela y suframos un retraso en el mar, siempre que sea evidente que intentamos darnos prisa, que quedarnos ociosos delante del príncipe Yongxing. Ya me ha estado preguntando cuánto tiempo esperamos que dure la travesía y cuántas escalas más vamos a hacer.
—Por mi parte, estoy dispuesto a reemprender el viaje tan pronto como terminemos de reabastecernos —intervino Riley, dejando la taza de té vacía y haciéndole una se?a al criado para que la rellenara—. La Allegiance no es una nave rápida, desde luego, pero apuesto mil libras por ella por muy mal tiempo que nos podamos encontrar.
Más tarde, mientras volvían a la Allegiance, le comentó a Laurence en tono algo nervioso:
—Evidentemente, no es que quiera ponerla a prueba durante un tifón. Nunca he pretendido referirme a algo así, estaba pensando tan sólo en el mal tiempo ordinario, como mucho un poco de lluvia.
Sus preparativos para la larga extensión de océano que aún les quedaba por delante prosiguieron: no sólo comprar animales vivos, sino también guardar y conservar más carne salada, ya que en el puerto no había ya más provisiones oficiales de la Armada. Por suerte, los suministros no escaseaban; los colonos, que no se habían tomado demasiado a mal aquella benévola ocupación, estaban lo bastante contentos como para venderles cabezas de ganado. Laurence estaba más ocupado con la cuestión de la demanda, porque Temerario había perdido bastante apetito desde su resfriado y ahora se dedicaba a escoger su comida de forma melindrosa, quejándose de la falta de condimento.
No había una base para dragones propiamente dicha; pero, alertado por Volly, Baird había previsto su llegada y había hecho despejar un gran espacio verde cerca de la pista de aterrizaje a fin de que Temerario pudiera descansar cómodo. Keynes pudo hacerle un examen médico en condiciones cuando voló hasta aquel lugar ya más estable. Tras indicarle al dragón que pusiera la cabeza en el suelo y abriera las mandíbulas de par en par, el cirujano entró con una linterna, escogiendo con mucho cuidado su camino entre aquellos dientes del tama?o de una mano para asomarse a la garganta de Temerario.