—Después de desayunar estaré por completo a tu disposición —le prometió Laurence. Se quedó acariciando a Temerario mientras el dragón se adormilaba. Su piel seguía caliente al tacto, probablemente por el calor residual que quedaba en la cocina, cuyos hornos por fin estaban descansando tras los largos preparativos. Laurence se puso en pie y bajó al alcázar de popa cuando al fin los ojos de Temerario se convirtieron en dos finas rendijas.
La mayoría de los hombres se habían ido ya o dormitaban en cubierta, salvo los pocos infortunados que tenían turno de vigías y despotricaban contra su suerte subidos a las jarcias. El aire de la noche era fresco y agradable. Laurence paseó un rato para estirar las piernas antes de bajar a su camarote. El guardiamarina que permanecía de guardia, el joven Tripp, estaba dando un bostezo casi tan grande como el de Temerario; pero cerró la boca de golpe y se puso firme algo abochornado cuando pasó Laurence.
—Una noche espléndida, se?or Tripp —dijo Laurence, disimulando una sonrisa. Por lo que le había contado Riley, el chico lo estaba haciendo bien y se parecía poco al crío mimado y perezoso que les había endilgado su familia. Se veían unos cuantos centímetros de mu?eca desnuda sobre el borde de la manga, y le habían descosido tantas veces la parte de atrás de la casaca que al final habían tenido que ampliarla cosiéndole un trozo de lona te?ido de azul, pero como no era del mismo tono que el resto ahora se le veía una extra?a tira de otro color que bajaba por el centro de la espalda. Además, tenía el pelo más rizado y el sol se lo había deste?ido de un rubio claro. Probablemente, ni su propia madre le habría reconocido.
—Oh, sí, se?or —respondió Tripp con entusiasmo—. La comida era estupenda, y al final me han dado una docena de dulces. Es una pena que no siempre podamos comer así.
Laurence suspiró ante esta muestra de resistencia juvenil. él aún se sentía incómodo con su estómago.
—Procure no quedarse dormido de guardia —le dijo. Después de una cena tan opípara sería raro que el chico no cayera en la tentación, pero Laurence no tenía el menor deseo de verle sufrir el ignominioso castigo por tal falta.
—Nunca, se?or —respondió Tripp, tragándose un nuevo bostezo y terminando la frase con un peque?o gallo—. Se?or —a?adió con un susurro nervioso cuando Laurence ya se iba—, ?puedo preguntarle una cosa? ?Cree usted que los espíritus chinos se aparecerán a alguien que no pertenece a su familia?
—Estoy razonablemente seguro de que no verá ningún espíritu en su turno, se?or Tripp, a menos que se haya escondido alguno en el bolsillo de su casaca —respondió Laurence con ironía. Tripp tardó un rato en entender la broma y después soltó una carcajada. Pero aún seguía nervioso, y Laurence frunció el ce?o—. ?Le han estado contando historias? —preguntó, consciente de que tales rumores podían afectar a la moral de un barco.
—No. Es sólo que… Bueno, me pareció ver uno hacia proa cuando fui para darle la vuelta al reloj de arena, pero se desvaneció cuando le hablé. Estoy seguro de que era chino y, ?oh, tenía la cara tan blanca!
—La cosa está muy clara, ha visto usted a un criado que no sabe hablar nuestro idioma y que venía desde la proa, y se ha asustado al verle porque creía que le iba usted a rega?ar de alguna manera. Espero que no sea usted supersticioso, se?or Tripp. En la tropa puede ser tolerable, pero es un defecto grave en un oficial —habló en tono severo, esperando impedir con su firmeza que el chico difundiera el relato. Y si el miedo le mantenía despierto el resto de la noche, aún mejor.
—Sí, se?or —dijo Tripp, en tono lúgubre—. Buenas noches, se?or.
Laurence continuó su circuito por la cubierta, paseando a un ritmo tranquilo que era el más rápido que podía alcanzar. El ejercicio le estaba asentando el estómago. Casi tenía la tentación de darse otra vuelta, pero el reloj de arena estaba cada vez más bajo, y no quería levantarse tarde y decepcionar a Temerario, pero algo le golpeó con fuerza en la espalda cuando estaba a punto de bajar por la escotilla de proa, y Laurence trastabilló, tropezó y cayó de cabeza por la escalera. Su mano buscó automáticamente la barandilla, y tras retorcerse sobre sí mismo encontró los pelda?os con los pies y consiguió agarrarse a la escalera con un topetazo sordo. Miró hacia arriba, furioso, y estuvo a punto de caerse otra vez del susto al ver una cara blanca como el papel e incomprensiblemente deformada que le estaba observando de cerca entre las sombras.
—?Dios del Cielo! —exclamó con sincero asombro. Después reconoció a Feng Li, el criado de Yongxing, y respiró de nuevo: el tipo sólo parecía así de raro porque estaba colgado cabeza abajo por la escotilla, a punto de caerse él también—. ?Qué demonios pretende embistiendo en cubierta de ese modo? —preguntó, a la vez que agarraba la mano temblorosa del chino y la ponía sobre la barandilla para que pudiera enderezarse—. A estas alturas ya debería tener más equilibrio.