Temerario II - El Trono de Jade

Un nervioso Laurence, que lo estaba viendo desde fuera junto con Granby, pudo ver que la lengua estrecha y bífida de Temerario tenía, en vez del rosa claro habitual, una espesa capa blanquecina moteada de virulentos puntos rojos.

 

—Creo que ésa es la razón por la que no puede saborear nada. No hay nada fuera de lo normal en sus conductos —concluyó Keynes, que se encogió de hombros cuando salió de las fauces de Temerario y recibió un aplauso. Un buen número de ni?os, tanto colonos como nativos, se había congregado junto a la valla del claro para contemplarlo todo, tan fascinados como en un circo—. Y los dragones utilizan también la lengua para oler, lo que debe de estar contribuyendo a este problema.

 

—?Seguro que no es un síntoma habitual? —preguntó Laurence.

 

—No recuerdo haber visto nunca que un dragón pierda el apetito por un catarro —respondió Granby, preocupado—. Normalmente, les entra más hambre.

 

—Lo que pasa es que él es más remilgado con la comida que la mayoría —dijo Keynes—. Tendrás que obligarte a ti mismo a comer hasta que te hayas curado del todo —a?adió con severidad dirigiéndose a Temerario—. Mira, aquí tienes carne fresca de buey. A ver si eres capaz de terminar con toda.

 

—Lo intentaré —dijo Temerario, exhalando un suspiro que su nariz atascada hizo sonar más bien como un gemido—, pero es muy aburrido masticar y masticar cuando no te sabe a nada.

 

Obediente, aunque sin ningún entusiasmo, cogió varios trozos grandes, pero después sólo picoteó unos cuantos más sin tragarse la mayor parte, y volvió a sonarse la nariz en la peque?a fosa que habían cavado para ese propósito, limpiándosela contra un montón de hojas de palmera.

 

Laurence le contempló sin decir nada y después tomó el sinuoso sendero que llevaba desde la pista de aterrizaje hasta la fortaleza. Allí encontró a Yongxing descansando en las habitaciones de los invitados junto con Sun Kai y Liu Bao. Habían colgado unos visillos para amortiguar la luz del sol, en lugar de las gruesas cortinas de terciopelo, y había dos criados junto a las ventanas abiertas de par en par que removían el aire con grandes abanicos de papel plegado. Un tercero llenaba de té las tazas de los embajadores sin que apenas se advirtiera su presencia. En contraste con ellos, Laurence se sentía sucio y acalorado; el cuello de la camisa estaba flácido y empapado de sudor tras los esfuerzos del día y tenía las botas llenas de polvo y manchas de sangre tras la cena interrumpida de Temerario.

 

Una vez que hicieron venir al traductor e intercambiaron los cumplidos habituales, Laurence les explicó la situación y dijo, con toda la cortesía posible:

 

—Les agradecería que me prestaran a sus cocineros para que le preparen a Temerario algún plato guisado a su estilo, ya que puede tener un sabor más fuerte que la simple carne cruda.

 

Aún no había terminado de hablar cuando Yongxing empezó a impartir órdenes en su idioma, y los cocineros fueron enviados de inmediato a la cocina.

 

—Mientras espera, siéntese con nosotros —dijo Yongxing de improviso, e hizo que le trajeran una silla cubierta con una funda larga y estrecha de seda.

 

—No, gracias, se?or. Estoy lleno de polvo —dijo Laurence, observando aquella hermosa funda de color naranja claro y adornada con flores—. Estoy bien así.

 

Pero Yongxing repitió la invitación. Laurence cedió, se sentó con cuidado en el borde de la silla y aceptó la taza de té que le ofrecían. Sun Kai le miró y asintió con la barbilla, en un extra?o gesto de aprobación.

 

—?Ha sabido usted algo de su familia, capitán? —le preguntó a través del traductor—. Espero que estén todos bien.

 

—No tengo ninguna noticia nueva, se?or, aunque le agradezco el interés —respondió Laurence.

 

Después pasaron un cuarto de hora dedicados a conversaciones intrascendentes sobre el tiempo y los pronósticos para su partida. Laurence estaba un tanto sorprendido de aquel cambio tan súbito en la acogida que le dispensaban los chinos.

 

Poco después trajeron de la cocina un par de corderos abiertos en canal, sobre un lecho de masa y ba?ados en una salsa gelatinosa de color entre rojo y naranja, y los llevaron al claro en grandes bandejas de madera. Temerario se puso contento en cuanto los vio, pues las especias eran tan fuertes que podía saborearlas incluso con sus sentidos embotados, e hizo una comida en condiciones.