Temerario II - El Trono de Jade

—Pocas veces pienso en ello —admitió Laurence. No era del todo sincero: la verdad era que nunca pensaba en ello—. Al fin y al cabo, Drake, Cook y muchos otros grandes hombres han sido enterrados en alta mar. La verdad, se?or, es que no puedo quejarme por compartir mi tumba con ellos o con su propio almirante Zheng.

 

—Bueno, espero que tenga muchos hijos en casa —dijo Liu Bao, meneando la cabeza. La despreocupación con que dejó caer aquel comentario tan personal pilló por sorpresa a Laurence.

 

—No, se?or, ninguno —dijo, tan sorprendido que ni siquiera se le ocurrió no responder—. Nunca me he casado —a?adió, al ver que Liu Bao empezaba a adoptar un gesto de simpatía que tras la traducción de su respuesta se convirtió en otro de franco asombro. Yongxing e incluso Sun Kai volvieron la cabeza y se le quedaron mirando. Acosado, Laurence trató de explicarse—. No hay ninguna prisa. Tengo dos hermanos mayores, y el primogénito ya tiene tres hijos.

 

—Disculpe, capitán: con su permiso —Hammond intervino en su rescate y explicó a los chinos—: Caballeros, entre nosotros el hijo mayor hereda todas las propiedades de la familia, y se espera que los más jóvenes se abran camino por su cuenta. Ya sé que entre ustedes no ocurre lo mismo.

 

—Me imagino que su padre debe de ser un soldado como usted —dijo de pronto Yongxing—. ?Es que su hacienda es tan peque?a que no puede mantener a todos sus hijos?

 

—No, se?or. Mi padre es Lord Allendale —respondió Laurence, exasperado por aquella insinuación—. La finca de mi familia es Nottinghamshire, y no creo que nadie pueda decir que es peque?a.

 

Yongxing pareció sorprendido y en cierto modo molesto por esta respuesta, aunque tal vez si fruncía el ce?o era por la sopa que les estaban sirviendo en aquel momento: un caldo claro, de color dorado pálido y un curioso sabor ahumado, con jarritas de vinagre rojo como acompa?amiento para sazonarlo y fideos secos y cortos en cada cuenco, extra?amente crujientes.

 

Mientras los camareros traían la sopa, el traductor había estado murmurando en respuesta a una pregunta de Sun Kai, y ahora, obedeciendo una orden del diplomático, miró al otro lado de la mesa y dijo:

 

—Capitán, ?su padre es pariente del rey?

 

Aunque la pregunta le desconcertó, Laurence agradeció aquella excusa para dejar la cuchara; aunque no hubiera comido ya seis platos, la sopa le habría resultado difícil de ingerir.

 

—No, se?or. No me atrevería a ser tan audaz como para llamar pariente a Su Majestad. La familia de mi padre pertenece al linaje de los Plantagenet. Nuestra relación con la casa real es muy lejana.

 

Sun Kai escuchó la traducción y después insistió un poco más:

 

—?Pero tiene usted más parentesco con el rey que Lord Macartney?

 

Como el traductor lo pronunció con cierta torpeza, a Laurence le resultó un poco difícil reconocer el nombre del anterior embajador, hasta que Hammond le susurró al oído y le dejó claro a quién se refería Sun Kai.

 

—Oh, ciertamente —respondió Laurence—. Le ascendieron a la nobleza por sus servicios a la Corona. Eso no quiere decir que lo consideremos menos honorable, puedo asegurárselo, pero mi padre es el decimoprimer conde de Allendale, título cuya creación data de 1529.

 

Mientras pronunciaba estas palabras, le divirtió descubrir lo absurdamente celoso que se sentía de sus antepasados, cuando estaba a medio mundo de distancia y en compa?ía de unos hombres a quienes les daba igual, mientras que jamás había alardeado de ello en Inglaterra con sus propios conocidos. De hecho, se había sublevado a menudo contra las charlas de su padre sobre aquel tema; había tenido que escuchar muchas, sobre todo después de su primer y fracasado intento de hacerse a la mar. Pero era evidente que las cuatro semanas de acudir a diario al despacho de su padre para soportar el discurso una y otra vez debían de haber surtido efectos hasta ahora insospechados, ya que el hecho de compararle con un gran diplomático de un linaje tan respetable provocaba en él una respuesta tan quisquillosa.

 

Pero en contra de lo que esperaba, Sun Kai y sus compatriotas mostraron una profunda fascinación al conocer esa información y revelaron un entusiasmo por la genealogía que hasta entonces Laurence sólo había encontrado entre sus parientes más encopetados. Enseguida le acosaron preguntándole detalles de la historia familiar que únicamente recordaba con vaguedad.

 

—Les pido disculpas —dijo por fin, cada vez más desesperado—. No soy capaz de seguir mi genealogía de memoria si no la pongo por escrito. Deben perdonarme.

 

Fue un gambito poco acertado. Liu Bao, que también le había escuchado con sumo interés, se apresuró a decir: