Temerario II - El Trono de Jade

Yongxing levantó su copa para el primer brindis y todos se apresuraron a beber con él; el vino de arroz se servía caliente y bajaba con una facilidad peligrosa. Aquélla era, evidentemente, la se?al para empezar: los chinos atacaron las bandejas y los hombres más jóvenes siguieron su ejemplo con pocas dudas. Al echar un vistazo, Laurence comprobó con cierto embarazo que Roland y Dyer no tenían la menor dificultad con los palillos y que ya estaban masticando a dos carrillos. él mismo sólo había conseguido llevarse un trozo de carne de buey a la boca a fuerza de pincharlo con uno de los palillos. La carne tenía un sabor ahumado que no resultaba desagradable. En cuanto terminó de tragárselo, Yongxing levantó la copa para otro brindis y tuvo que beber otra vez. Este procedimiento se repitió varias veces más, hasta que Laurence sintió un calor bastante incómodo y la cabeza empezó a darle vueltas.

 

Poco a poco se envalentonó con los palillos y se arriesgó a coger una gamba, aunque los oficiales que le rodeaban las evitaban, pues la salsa las hacía resbaladizas y difíciles de manejar. La gamba bailó en un precario equilibrio y le miró con sus diminutos ojos negros; Laurence siguió el ejemplo de los chinos y la mordió justo por debajo de la cabeza. Enseguida buscó la copa, respirando hondo por la nariz: la salsa era increíblemente picante e hizo que su frente rompiera a sudar de nuevo, con gotas que le caían por las mandíbulas hasta el cuello de la camisa. Liu Bao soltó una risa escandalosa al ver su expresión y le sirvió más vino, inclinándose por encima de la mesa para darle una palmada de aprobación en el hombro.

 

Poco después retiraron las bandejas y las reemplazaron por un surtido de platos de madera con bolas rellenas hervidas, algunas de ellas recubiertas de una capa tan fina como papel crepé y otras de una masa blanca gruesa y fermentada. Al menos cogerlas con los palillos era más fácil, y se podían masticar y tragar de una vez. Era evidente que los cocineros, a falta de ingredientes esenciales, habían recurrido al ingenio. Laurence encontró un trozo de alga en una bola, y los ri?ones de cordero hicieron su aparición en otra. Las siguieron otras tres tandas de platos peque?os, y después uno extra?o hecho de pescado crudo, rosado y carnoso, con fideos fríos y verduras encurtidas que se habían vuelto marrones tras su largo almacenaje. Cuando Hammond preguntó qué era una extra?a sustancia crujiente que había en la mezcla, le dijeron que se trataba de medusa seca; información que hizo que varios hombres cogieran aquellos trozos y los tiraran al suelo con disimulo.

 

Recurriendo a ademanes y a su propio ejemplo, Liu Bao animó a Laurence a mezclar los ingredientes lanzándolos literalmente al aire, y Hammond tradujo sus palabras para informar de que esto daba buena suerte, mejor cuanto más alto se lanzaban. Los ingleses se mostraron dispuestos a intentarlo, pero su coordinación no estaba a la altura de la tarea, y pronto los uniformes y las mesas quedaron sembrados de trozos de pescado y verduras. La solemnidad de la ocasión recibió así un golpe mortal: tras casi una jarra de vino de arroz por comensal, ni siquiera la presencia de Yongxing pudo reprimir la hilaridad entre los oficiales al ver cómo sus compa?eros se ponían perdidos.

 

—Es un espectáculo más presentable que el que dimos en el cúter de la Normandía —le dijo Riley a Laurence en voz muy alta, refiriéndose al pescado crudo. Cuando Hammond y Liu Bao se interesaron por saber más, Riley amplió la historia para todo el auditorio—. Cuando el capitán Yarrow estrelló la Normandía contra un arrecife, todos naufragamos en una isla desierta a más de mil kilómetros de Río. Nos enviaron en el cúter para buscar ayuda; aunque en aquella época Laurence sólo era segundo teniente, el capitán y el primer oficial sabían tanto de la mar como simios adiestrados, razón por la cual nos habían hecho encallar. No estaban dispuestos a ir ellos mismos por nada del mundo, y para colmo apenas nos dieron provisiones —a?adió, escocido aún por aquel recuerdo.

 

—Doce hombres con nada más que bizcocho duro y un saco de cocos. Cuando cogíamos peces, nos los comíamos crudos con los dedos —prosiguió Laurence—, pero no me puedo quejar: estoy casi seguro de que Foley me eligió por eso primer teniente del Goliath, así que habría comido bastante más pescado crudo a cambio de esa oportunidad. Pero esto está mucho más rico, desde luego —se apresuró a a?adir, al darse cuenta de que la historia implicaba que el pescado crudo sólo era un plato apropiado en circunstancias desesperadas; opinión que en su interior aún mantenía, pero que en aquel momento no convenía compartir.

 

Esta historia hizo que varios oficiales navales contaran sus propias anécdotas, y la comilona desató las lenguas e hizo que las espaldas estuvieran menos tiesas. El intérprete estaba muy ocupado traduciendo para su auditorio chino, muy interesado en aquellas historias. Incluso Yongxing las escuchó todas; aún no se había dignado a hablar, pero sus ojos tenían una mirada menos dura de lo habitual.

 

Liu Bao era menos circunspecto con su curiosidad.

 

—Por lo que veo ha estado usted en muchos lugares y ha vivido aventuras insólitas —le comentó a Laurence—. El almirante Zheng navegó por toda la costa de áfrica, pero murió en su séptimo viaje y su tumba está vacía. Usted ha dado la vuelta al mundo más de una vez. ?Nunca le ha preocupado la posibilidad de morir en el mar y de que nadie celebre los rituales en su tumba?