Temerario II - El Trono de Jade

El capitán de Volly, Langford James, se deslizó hasta el suelo.

 

—Hola, Laurence, ya veo que estáis aquí. Os hemos estado buscando arriba y abajo por toda la costa —dijo mientras le tendía la mano a Laurence—. No tienes por qué preocuparte, Temerario. Sólo ha cogido este maldito catarro al pasar por Dover. La mitad de los dragones están quejándose y moqueando. Son los ni?os más grandes del mundo, pero estará como nuevo en una o dos semanas.

 

Aquello más que tranquilizar alarmó a Temerario, que se apartó a cierta distancia de Volly. No parecía demasiado deseoso de experimentar su primera enfermedad. Laurence asintió. La carta de Jane Roland mencionaba de pasada la epidemia.

 

—Espero que no le hayas agotado demasiado por nuestra culpa al venir hasta tan lejos. ?Quieres que avise a mi cirujano? —le ofreció.

 

—No, gracias, ya le ha atendido un médico. Tardará por lo menos una semana en olvidarse de la medicina que se tomó y en perdonarme que se la mezclara con la cena —contestó James, rechazando la propuesta—. En cualquier caso, tampoco ha sido un viaje tan largo: hemos estado volando por la ruta sur las últimas dos semanas, y se está mucho más caliente aquí que en la vieja Inglaterra, ya sabes. Además, cuando no quiere volar, Volly no tiene el menor reparo en decírmelo, así que mientras no hable le mantendré en el aire —acarició al peque?o dragón, que restregó la nariz contra la mano de James y después bajó la cabeza directamente para dormirse.

 

—?Qué noticias hay? —preguntó Laurence, revolviendo entre las cartas que James le había dado. Eran más responsabilidad suya que de Riley, ya que las habían traído por dragón mensajero—. ?Ha habido algún cambio en el Continente? Recibimos noticias de Austerlitz en Costa del Cabo. ?Nos llaman de vuelta? Ferris, lleva éstas a Lord Purbeck y reparte las demás entre nuestra tripulación —a?adió mientras le daba el resto de las cartas. Para él habían llegado un despacho oficial y un par de misivas, aunque tuvo la cortesía de guardárselas en la chaqueta en vez de leerlas enseguida.

 

—La respuesta a ambas preguntas es no, por desgracia, pero al menos podemos hacer que vuestro viaje sea un poco más fácil. Hemos tomado la colonia holandesa en Ciudad del Cabo —dijo James—. Cayó el mes pasado, así que podéis hacer escala allí.

 

Las noticias recorrieron la cubierta de un extremo al otro, con una velocidad alimentada por el entusiasmo de unos hombres que llevaban largo tiempo rumiando las funestas noticias de la última victoria de Napoleón, y la Allegiance se inflamó al instante con hurras patrióticos. Era imposible proseguir la conversación hasta que se recuperara la calma en cierta medida. El correo sirvió en parte: Purbeck y Ferris lo repartieron entre sus respectivas tripulaciones, y poco a poco la algarabía general se redujo a gritos más peque?os, mientras muchos otros hombres estaban absortos en sus cartas.

 

Laurence ordenó que subieran a cubierta una mesa y varias sillas, e invitó a Riley y Hammond a reunirse con ellos para escuchar las noticias. James les ofreció de buena gana un relato de la conquista más detallado que el que contenían las breves líneas del despacho: llevaba siendo correo desde que tenía catorce a?os y poseía talento para el dramatismo, aunque en este caso no tenía mucho material sobre el que trabajar.

 

—Siento que la historia no sea un poco mejor —se disculpó—. No fue un combate de verdad, ya saben. Teníamos allí al regimiento de los Highlanders, mientras que los holandeses sólo disponían de unos cuantos mercenarios que huyeron incluso antes de que llegáramos a la ciudad. El gobernador tuvo que rendirse. Los habitantes todavía andan un poco inquietos, pero el general Baird está dejando en sus manos los asuntos locales y de momento no han organizado demasiado alboroto.

 

—Bueno, con eso nuestro reabastecimiento será más fácil, sin duda —dijo Riley—. Así no tendremos que hacer escala en Santa Helena, lo que supone ahorrarnos al menos dos semanas. La verdad es que son muy buenas noticias.

 

—?Te quedas a cenar o tienes que irte ahora mismo? —preguntó Laurence a James.

 

De pronto, Volly soltó un estornudo detrás de ellos, un ruido tan fuerte que los sobresaltó.

 

—?Puaj! —dijo el peque?o dragón, despertándose de su sue?o, y se frotó la nariz con la pata haciendo un gesto de asco e intentando quitarse los mocos del hocico.