Temerario II - El Trono de Jade

—Motivo por el cual podría considerar que le debo una disculpa, se?or, si usted no me hubiera insultado a mí mismo y a mi país numerosas veces, o si hubiera mostrado alguna vez respeto por otras costumbres distintas de las suyas propias —repuso Laurence.

 

—Nosotros no codiciamos nada que les pertenezca, ni queremos obligarles a que adopten nuestras costumbres —replicó Yongxing—. Desde su peque?a isla han venido a nuestro país, y gracias a nuestra amabilidad les hemos permitido comprar el té, la seda y la porcelana que con tanta pasión desean, pero aun así no están satisfechos y reclaman siempre más y más, mientras sus misioneros tratan de propagar su religión extranjera y sus mercaderes trafican con opio desafiando a la ley. Nosotros no necesitamos sus baratijas ni sus relojes ni sus lámparas ni sus ca?ones. Nuestro país es autosuficiente. Estando en una posición tan desigual, deberían mostrar el triple de agradecimiento y sumisión al emperador, pero en vez de eso acumulan los insultos uno tras otro. Ya hemos tolerado esta falta de respeto demasiado tiempo.

 

Yongxing enumeró con vehemencia y pasión esta lista de agravios tan alejados del tema que discutían. Era lo más sincero e improvisado que Laurence le había oído decir hasta el momento, y no pudo esconder la sorpresa en su rostro. Al darse cuenta, Yongxing recordó cuál era la situación y refrenó su torrente verbal. Durante un rato permanecieron en silencio. Laurence estaba indignado y era tan incapaz de formular una respuesta como si Yongxing le hubiera hablado en su lengua nativa. Aquella descripción de las relaciones entre sus países, que mezclaba a misioneros cristianos con contrabandistas y que se negaba absurdamente a reconocer los beneficios del libre comercio para ambos bandos, le había dejado desconcertado.

 

—Se?or, como no soy un político no puedo discutir con usted asuntos de relaciones exteriores —dijo al fin—, pero defenderé hasta mi último aliento el honor y la dignidad de mi país y de mis compatriotas. Ningún argumento le valdrá para conseguir que yo actúe de una forma deshonrosa, y con Temerario aún menos.

 

Yongxing había recobrado la compostura, aunque todavía parecía muy contrariado. Meneó la cabeza, frunció el ce?o y dijo:

 

—Si no se deja persuadir en consideración a Lung Tien Xiang o a usted mismo, ?por qué no sirve al menos a los intereses de su nación? —con enorme y evidente renuencia, a?adió—: El que les abramos otros puertos además de Cantón es innegociable, pero permitiremos que su embajador permanezca en Pekín, ya que tanto lo desean, y aceptaremos no hacer la guerra contra ustedes ni sus aliados siempre que mantengan la obediencia debida al emperador. Eso es todo lo que les podemos garantizar si usted facilita el regreso de Lung Tien Xiang.

 

Terminó y aguardó una respuesta. Laurence se quedó inmóvil, pálido y sin aliento. Después, dijo de forma casi inaudible:

 

—No.

 

Y sin esperar a oír más palabras, se dio la vuelta y salió de la estancia, apartando las cortinas al pasar.

 

Subió a la cubierta casi a ciegas y encontró a Temerario apaciblemente dormido, con la cola enroscada alrededor del cuerpo. Sin tocarlo Laurence se sentó en un arcón que había al borde de la cubierta, agachó la cabeza para no toparse con ninguna mirada y se agarró las manos para que nadie las viera temblar.

 

—Se habrá negado usted, supongo… —dijo Hammond de forma inesperada. Laurence, que estaba preparado para afrontar sus furiosos reproches con gesto impasible, se quedó mirándole—. ?Gracias a Dios! No se me había ocurrido que podía intentar un acercamiento tan directo, ni mucho menos tan pronto. Debo pedirle, capitán, que se asegure de no comprometernos con ninguna de sus propuestas sin consultarme antes en privado, por muy atractivas que puedan parecerle. Ni aquí en el barco ni después de que lleguemos a China —a?adió como si se le acabara de ocurrir—. Ahora, por favor, vuelva a explicármelo. ?Es cierto que le ofreció una promesa de neutralidad y una embajada permanente en Pekín?

 

Sus ojos brillaron un instante como los de un depredador, y Laurence tuvo que rastrear los pormenores de la conversación en su memoria para responder a sus numerosas preguntas.

 

—Estoy seguro de que lo recuerdo bien. Ha dicho muy tajante que nunca abrirán otros puertos —protestó Laurence cuando Hammond desplegó sus mapas de China y empezó a especular en voz alta sobre cuál sería el puerto más ventajoso y preguntó a Laurence qué lugares le parecían más apropiados para el transporte marítimo.

 

—Sí, sí —dijo Hammond, desechando sus objeciones con un gesto de la mano—, pero si ha llegado hasta el punto de admitir la posibilidad de una embajada permanente, ?cuántas concesiones más podemos esperar de él? Ha de saber que el propio Yongxing es enemigo acérrimo de cualquier intercambio con Occidente.