Temerario II - El Trono de Jade

—Al menos tengo alguna noticia mejor —le dijo al dragón, tratando de levantarle el ánimo—. El se?or Pollitt ha sido tan amable de traerme unos cuantos libros nuevos tras bajar a tierra. ?Quieres que te traiga uno ahora?

 

Temerario emitió tan sólo un gru?ido por respuesta, dejó colgar la cabeza sobre la borda y miró con tristeza hacia la costa que se le negaba. Laurence bajó por el libro, esperando que el interés del material le animara; pero cuando aún estaba en el camarote, la nave se balanceó de repente, y una enorme zambullida en el exterior levantó un chorro de agua que entró por las claraboyas abiertas y empapó el suelo. Laurence corrió a asomarse por la portilla más cercana, tras rescatar a toda prisa las cartas que se habían mojado, y vio cómo Temerario se columpiaba arriba y abajo en el agua con gesto a la vez culpable y satisfecho.

 

Laurence corrió a cubierta. Granby y Ferris se habían asomado por la borda con gesto de alarma, y los botes que merodeaban por los costados de la nave, cargados de prostitutas y pescadores que hacían negocio con los marineros, volvían con una prisa frenética a la seguridad del puerto entre gritos y chapoteo de remos. Temerario los miró entre avergonzado y afligido.

 

—No pretendía asustarlos —dijo—. ?No tenéis por qué huir! —gritó, pero los botes no se detuvieron ni por un instante.

 

Los marineros, privados de su entretenimiento, lo miraron con desaprobación, pero Laurence estaba más preocupado por la salud de Temerario.

 

—Bueno, es lo más ridículo que he visto en mi vida, pero no creo que le pase nada. Las bolsas de aire le mantendrán a flote, y el agua salada nunca viene mal para las heridas —dijo Keynes cuando le hicieron subir a cubierta—. Pero no tengo la menor idea de cómo vamos a conseguir que vuelva a embarcar.

 

Temerario se sumergió un momento bajo la superficie y volvió a salir casi disparado, propulsado por su flotabilidad.

 

—?Es muy divertido! —gritó—. El agua no está nada fría, Laurence. ?Por qué no te metes?

 

éste no era un gran nadador, y la idea de zambullirse en mar abierto no le tranquilizaba demasiado: había casi dos kilómetros hasta la orilla. Aun así, subió en uno de los botes del barco y él mismo remó para hacerle compa?ía a Temerario y asegurarse de que el dragón no se cansaba demasiado tras tanto tiempo de inactividad forzosa en cubierta. El esquife se balanceaba un poco con las olas que levantaban los retozos de Temerario y a ratos se anegaba, pero él había tenido la prudencia de ponerse un par de pantalones viejos y la camisa más gastada que tenía.

 

Su propio ánimo estaba muy decaído. La derrota de Austerlitz no era una vulgar perdida sin más, sino que suponía la ruina de los meticulosos planes del primer ministro Pitt y la destrucción de la alianza que se había formado para detener a Napoleón. Inglaterra en solitario no podía movilizar un ejército la mitad de numeroso que la Grande Armée de Napoleón ni transportarlo al Continente con facilidad, y la situación era muy grave ahora que austriacos y rusos habían sido barridos del campo de batalla; pero a pesar de sus preocupaciones, no pudo dejar de sonreír al ver a Temerario rebosante de energías y divirtiéndose de una forma tan simple, y pasado un rato terminó por ceder a la insistencia del dragón y se tiró al agua. Tras nadar sólo unos metros, se encaramó al lomo de Temerario, mientras éste chapoteaba entusiasmado y se dedicaba a empujar el bote con la nariz como si fuera de juguete.

 

Laurence cerró los ojos y se imaginó que estaban de vuelta en Dover, o en Loch Laggan, pensando tan sólo en las preocupaciones ordinarias de la guerra y ocupados en misiones que él podía comprender, apoyados por la confianza de la amistad y de una nación unida tras ellos. En esa situación incluso el desastre actual podía superarse. La Allegiance sólo era un barco más en el puerto, su propio claro estaba a un corto vuelo de distancia y no había políticos ni príncipes de los que preocuparse. Laurence se tumbó de espaldas y extendió la mano abierta sobre el cálido costado de Temerario, acariciando las escamas negras caldeadas por el sol, y durante un rato se permitió el lujo de quedarse adormilado.

 

—?Crees que serás capaz de subir de nuevo a la Allegiance? —preguntó de repente, ya que llevaba un rato dándole vueltas al problema.

 

Temerario giró el cuello para mirarle.

 

—?No podemos esperar aquí en la orilla hasta que me ponga bien, y después nos reunimos con la flota? —sugirió. Una súbita emoción hizo que su gorguera se estremeciera, y a?adió—: Podemos atravesar el Continente volando y encontrarnos con ellos al otro lado. Por lo que recuerdo de tus mapas, no hay gente en el centro de áfrica, así que no puede haber franceses que nos derriben con sus disparos.