Tenía una carta más, de su madre, que le habían remitido desde Dover. Los aviadores recibían su correo más rápido que nadie, ya que los dragones mensajeros hacían sus rondas de base a base, y a partir de ahí las cartas viajaban a caballo. Su madre, evidentemente, había escrito y enviado su misiva antes de recibir la carta del propio Laurence informándole de su partida.
La abrió y leyó la mayor parte en voz alta para entretener a Temerario. Su madre le hablaba sobre todo de su hermano mayor, George, que acababa de tener una ni?a aparte de sus otros tres hijos, y de las tareas políticas de su padre, uno de los pocos temas en los que Laurence y Lord Allendale estaban en armonía y que ahora además interesaba también al dragón. Sin embargo, se detuvo a la mitad, pues acababa de leer unas cuantas líneas que su madre había escrito como de pasada y que explicaban el inesperado silencio de sus colegas oficiales:
Naturalmente, todos estamos conmocionados por las terribles noticias del desastre de Austria, y dicen que el se?or Pitt se ha puesto enfermo, lo que por supuesto ha apenado mucho a tu padre, ya que el primer ministro siempre ha sido un amigo de la Causa. Me temo que en la ciudad no se deja de hablar de que la Providencia está sonriendo a Bonaparte. Parece extra?o que un único hombre marque tanta diferencia en el curso de la guerra, cuando ambos bandos están igualados en número, pero es una vergüenza lo rápido que ha caído el olvido sobre la gran victoria de Lord Nelson en Trafalgar y también sobre vuestra noble defensa de nuestras costas. Hay hombres de menos determinación que empiezan ya a hablar de paz con el Tirano.
Era obvio que ella había escrito esperando que él estuviera aún en Dover, donde las noticias del Continente llegaban más pronto, por lo que creía que Laurence debía de haberse enterado mucho antes de todo lo que había que saber. Pero, al contrario, fue una sorpresa muy desagradable para él, sobre todo porque su madre no le daba más pormenores. En Madeira había oído informes sobre varias batallas libradas en Austria, pero nada tan decisivo. Al momento le pidió a Temerario que le disculpara y se apresuró a bajar al camarote de Riley, esperando que éste tuviera más noticias, y de hecho le encontró leyendo con gesto aturdido un despacho del Ministerio que Hammond le acababa de entregar.
—Los ha hecho pedazos a todos cerca de Austerlitz —le informó Hammond, y los tres buscaron el lugar en los mapas de Riley. Austerlitz era una peque?a población situada en el corazón de Austria, al noreste de Viena—. No me han contado demasiado, porque el gobierno se reserva los detalles, pero ha causado al menos treinta mil bajas entre muertos, heridos y prisioneros. Los rusos se han dado a la fuga y los austriacos ya han firmado un armisticio.
Los hechos escuetos ya eran lo bastante graves sin necesidad de a?adir más, y los tres se quedaron en silencio, estudiando las breves líneas del mensaje, que se negaban a ofrecerles nueva información por más veces que las releyeran.
—Bien —dijo Hammond finalmente—, tendremos que rendirle por hambre. ?Gracias a Dios por Nelson y por Trafalgar! No creo que se atreva a intentar otra invasión aérea ahora que hay tres Largarios apostados en el Canal.
—?No deberíamos volver? —aventuró Laurence tímidamente. Le parecía una proposición tan egoísta que se sintió culpable al decirla en alto, y aun así estaba convencido de que en Inglaterra los necesitaban con urgencia. Las formaciones de Excidium, Mortiferus y Lily constituían una fuerza letal con la que había que contar, pero tres dragones no podían estar en todas partes, y Napoleón ya había encontrado antes formas de atraerlos adonde quería.
—No he recibido órdenes de regresar —contestó Riley—, aunque debo a?adir que es una sensación muy rara navegar a China tras leer estas noticias como si no pasara nada, cuando llevamos un navío con ciento cincuenta ca?ones y un dragón de combate pesado.
—Caballeros, están en un error —intervino Hammond en tono mordaz—. Este desastre sólo hace más urgente nuestra misión. La única forma de que Napoleón sea derrotado, y de que nuestra nación sea algo más que una isla sin importancia situada frente a las costas de una Europa francesa, es el comercio. Puede que los austriacos y los rusos hayan sufrido una derrota momentánea, pero mientras podamos suministrar fondos y recursos a nuestros aliados continentales, pueden estar seguros de que seguirán resistiéndose a la tiranía de Bonaparte. Debemos continuar. Si no conseguimos ningún otro beneficio, al menos debemos asegurar la neutralidad de China y proteger nuestro comercio oriental. Ningún objetivo militar es más importante que éste.