—No, pero según los informes hay muchos dragones salvajes, por no mencionar otras criaturas peligrosas, y además podríamos contraer enfermedades —dijo Laurence—. No podemos sobrevolar tierras del interior que no figuran en los mapas, Temerario. Ese riesgo no está justificado, sobre todo ahora.
Temerario renunció con un suspiro a su ambicioso proyecto, y accedió a subir a cubierta, o al menos a intentarlo. Después de jugar un rato más, nadó de regreso al barco, y dejó pasmados a los marineros que lo esperaban cuando les dio el esquife para que no tuvieran que izarlo a bordo. Laurence, que había trepado por la borda desde el hombro de Temerario, mantuvo una rápida conferencia en privado con Riley.
—?Y si bajamos el ancla de salvación de estribor como contrapeso? —sugirió—. Eso, junto con el ancla de proa, debería mantener la nave estable, y además está cargada hasta la popa.
—Laurence, no me gustaría pensar qué me diría el Almirantazgo si hundo un barco de transporte en las aguas de un puerto y en un día despejado —repuso Riley, al que la idea no le hacía ninguna gracia—. Apuesto a que me llevarían a la horca, y me lo tendría merecido.
—Si hay peligro de zozobrar, siempre puede soltarse en un instante —argumentó Laurence—. De lo contrario, tendremos que quedarnos al menos una semana en el puerto, hasta que Keynes le dé permiso para volver a volar.
—No voy a hundir el barco —aseguró Temerario indignado, asomando la cabeza sobre la regala del alcázar y entrando en la conversación para sobresalto de Riley—. Tendré mucho cuidado.
Aunque aún tenía sus dudas, Riley acabó dándole permiso. El dragón consiguió levantarse sobre las patas traseras y agarrarse con las zarpas al costado del barco. La Allegiance se inclinó hacia él, pero no se escoró demasiado gracias a las dos anclas, y Temerario, tras sacar las alas fuera del agua, las batió un par de veces y subió por la borda a medias saltando y a medias gateando.
Cayó sin demasiada elegancia sobre la cubierta, ara?ando la borda con las patas traseras durante un momento un tanto embarazoso, pero al final consiguió subir a bordo y la Allegiance sólo se balanceó un poco bajo su peso. Se apresuró a esconder las patas bajo su cuerpo y se dedicó a sacudirse el agua de la gorguera y los tirabuzones que rodeaban sus mandíbulas para disimular su anterior torpeza.
—No ha sido nada difícil volver a subir —le dijo a Laurence, complacido—. Ahora puedo nadar todos los días hasta que me dejen volar de nuevo.
Laurence se preguntó cómo recibirían estas noticias Riley y sus marineros, pero no se preocupó demasiado. Sufrir miradas hostiles le parecía un precio muy bajo con tal de ver que el dragón recuperaba el ánimo. Y cuando poco después le sugirió que comiera algo, Temerario asintió alegremente y devoró dos vacas y una oveja hasta las pezu?as.
Cuando a la ma?ana siguiente Yongxing volvió a aventurarse en cubierta, encontró a Temerario de un humor excelente: fresco tras otro chapuzón, bien alimentado y muy contento consigo mismo. Esta segunda vez había subido a bordo con mucha más elegancia, aunque Lord Purbeck había encontrado un motivo para quejarse en los ara?azos de la pintura del barco y los marineros seguían molestos porque el dragón ahuyentaba los botes que les traían provisiones. El propio Yongxing se benefició de su buen humor, ya que Temerario se sentía magnánimo y poco propenso a guardarle un rencor que Laurence juzgaba bien merecido. Aun así, el príncipe no parecía nada contento, y se pasó toda la visita matutina observándolos con el ce?o fruncido mientras Laurence le leía a Temerario pasajes de los libros nuevos que el se?or Pollitt había traído tras su visita a tierra firme.
Yongxing no tardó en marcharse. Poco después, su sirviente Feng Li subió a cubierta para pedirle a Laurence que bajara, haciéndose entender mediante gestos y mímica y aprovechando que Temerario se había tumbado para echar la siesta durante las horas más calurosas del día. Laurence, cauteloso y más bien reacio, insistió en pasar primero por su camarote para vestirse. Había vuelto a ponerse ropas viejas para darse un ba?o con Temerario, y no se sentía preparado para enfrentarse a Yongxing en sus austeros y elegantes aposentos sin blindarse antes con su casaca de gala, sus mejores pantalones y un pa?uelo de lazo con el nudo recién hecho.
Esta vez le recibieron sin ningún teatro y le hicieron pasar enseguida. Yongxing incluso despidió a Feng Li para que pudieran conversar en privado; pero al principio, en vez de hablar, se quedó en silencio con las manos entrelazadas detrás de la espalda y mirando por las ventanas de popa con el ce?o fruncido. Luego, cuando Laurence estaba a punto de comentar algo, se dio la vuelta de repente y dijo: