—No, no tengo hambre —dijo cuando Laurence le sugirió que comiera algo, y volvió a quedarse quieto y callado. A ratos ara?aba la cubierta con las garras, haciendo sin darse cuenta un espantoso chirrido.
Riley estaba al otro extremo del barco, paseando por la cubierta de popa. Pero al alcance del oído había muchos marineros que estaban bajando por la borda la lancha y la barcaza del oficial para empezar las labores de abastecimiento, y Lord Purbeck las estaba supervisando. En cualquier caso, si uno hacía un comentario en voz alta en cubierta debía saber que sus palabras llegarían hasta el otro extremo y volverían en menos tiempo del que se tardaba en recorrer a pie esa distancia. Laurence era consciente de que era una falta de educación decir algo que podía parecer una crítica contra Riley a bordo de su propio barco, y eso sin tener en cuenta la hostilidad larvada entre ellos, pero ya no pudo aguantarse más.
—Por favor, no te aflijas —intentó consolar a Temerario, sin llegar hasta el punto de hablar sin rodeos contra aquella práctica—. Hay motivos para creer que pronto se acabará con este tráfico. La cuestión se va a plantear ante el Parlamento en esta misma sesión.
Temerario se alegró de forma evidente al escuchar esta noticia; pero no se quedó satisfecho con una explicación tan escueta y procedió a interrogarle con gran vehemencia sobre el futuro de la abolición. Laurence no tuvo más remedio que contarle cómo funcionaba el Parlamento, las diferencias entre la Cámara de los Comunes y la de los Lores y las diversas facciones enfrentadas en el debate. Para explicarle los pormenores confió en las actividades de su padre; pero, a sabiendas de que estaban espiando su conversación, trató de ser lo más diplomático posible.
Incluso Sun Kai, que había pasado toda la ma?ana en cubierta y había visto cómo las actividades del barco negrero afectaban al humor de Temerario, le observaba pensativo: era evidente que adivinaba parte de la conversación. Se había acercado a ellos, pero sin cruzar la línea pintada, y durante una pausa le pidió a Temerario que le tradujera. El dragón le explicó algo de la conversación; Sun Kai asintió y después le preguntó a Laurence:
—?Eso quiere decir que su padre es un funcionario y considera que esa práctica no es honorable?
Una pregunta sin ambages como ésa no se podía eludir por muy ofensiva que pudiera ser la respuesta: el silencio era casi deshonroso.
—Sí, se?or, lo cree —respondió Laurence.
Antes de que Sun Kai pudiera prolongar la conversación con más preguntas, Keynes subió a cubierta. Laurence le llamó a voces y le preguntó si le daba permiso para un breve vuelo hasta la playa con Temerario, y así consiguió interrumpir la conversación. Pero abreviada y todo, no contribuyó a mejorar las relaciones a bordo. Los marineros, que en su mayoría no tenían una opinión muy definida sobre el tema, se pusieron de parte de su capitán, como era natural, y pensaron que era una ofensa para Riley que en su propio barco alguien manifestara abiertamente aquellos sentimientos cuando las conexiones de su propia familia con el tráfico de esclavos eran bien conocidas.
El bote con el correo llegó poco antes de la hora de comer, y Lord Purbeck eligió al joven guardiamarina Reynolds para llevarles las cartas a los aviadores. Se trataba casi de una provocación deliberada si se tenía en cuenta que era él quien había empezado la pelea aún reciente. El chico, que todavía tenía el ojo morado por el tremendo pu?etazo de Blythe, sonreía con tal insolencia que Laurence decidió al instante poner fin al castigo de Martin, casi una semana antes de lo que tenía pensado, y dijo de forma intencionada:
—Mira, Temerario, una carta de la capitana Roland. Seguro que trae noticias de Dover.
Al oír eso, Temerario no tuvo más remedio que bajar la cabeza para examinar al carta. Ver tan de cerca la sombra amenazadora de su gorguera y el brillo de sus aserrados dientes impresionó a Reynolds; su sonrisa se esfumó, y él mismo no tardó en hacerlo retirándose a toda prisa de la cubierta de dragones.
Laurence se quedó allí para leer las cartas con Temerario. La de Jane Roland, apenas una página, había sido enviada tan sólo unos días después de su partida y no contenía apenas novedades; únicamente un divertido relato de la vida en la base cuya lectura les infundió ánimos, aunque también dejó al dragón suspirando por su hogar. Laurence sintió lo mismo, pero también se sorprendió un poco al no recibir más cartas de sus colegas. Ya que había llegado un correo, esperaba tener al menos noticias de Harcourt, pues sabía que era buena corresponsal, y tal vez de algún otro capitán.