Temerario II - El Trono de Jade

—Usted siente un afecto sincero por Lung Tien Xiang, y él por usted. Eso he llegado a comprenderlo. Sin embargo, en su país se le trata como a un animal y se le expone a todos los peligros de la guerra. ?Desea usted un destino así para él?

 

Laurence se quedó atónito ante una apelación tan directa y supuso que Hammond había demostrado tener razón: la única explicación posible para tal cambio de actitud era que Yongxing estuviera cada vez más convencido de que era imposible enga?ar a Temerario para que se apartara de él. Pero, aunque en otras circunstancias se habría alegrado al ver que Yongxing renunciaba a sus intentos de separarlos, Laurence se sintió aún más inquieto. Era obvio que entre ellos no existía ningún interés común, y no comprendía qué motivos podía tener Yongxing para buscar alguno.

 

—Se?or —dijo después de un momento—, debo cuestionar sus acusaciones de malos tratos. En cuanto a los peligros de la guerra, son un riesgo común para aquellos que se dedican a servir a su país. Su Alteza no puede esperar de mí que considere inaceptable tal opción cuando él la ha elegido voluntariamente. Yo mismo la he escogido de esa manera, y considero un honor afrontar ese tipo de riesgos.

 

—Sin embargo, es usted un hombre de origen mediocre, y como militar su rango no es demasiado alto. Debe de haber decenas de miles de hombres como usted en Inglaterra —dijo Yongxing—. No puede compararse a sí mismo con un Celestial. Tenga en cuenta la felicidad del dragón y escuche mi petición. Ayúdenos a devolverlo a su legítimo lugar, y después despídase de él con alegría, hágale creer que no siente pesar por irse para que él pueda olvidarle con más facilidad y encontrar un compa?ero apropiado a su categoría. Seguramente, su deber no consiste en rebajarlo al nivel de usted, sino en comprobar que disfruta de todas las ventajas a las que tiene derecho.

 

Yongxing no recurrió a un tono ofensivo para estos comentarios, sino que los hizo con seriedad, como quien afirma hechos escuetos.

 

—Se?or, yo no creo en ese tipo de amabilidad que consiste en mentir a un ser querido y en enga?arle por su propio bien —replicó Laurence, que aún no estaba muy seguro de si debía sentirse ofendido o interpretar aquello como un intento de apelar a sus mejores instintos. Pero sus dudas se disiparon de repente cuando Yongxing insistió:

 

—Sé que lo que le pido es un gran sacrificio. Tal vez las esperanzas de su familia se vean defraudadas, y además se le entregó una gran recompensa por llevarlo a su país y ahora es posible que se la confisquen. Nosotros no deseamos que se enfrente a la ruina. Haga lo que le pido y recibirá diez mil taels de plata junto con el agradecimiento del emperador.

 

Laurence se le quedó mirando de hito en hito y después enrojeció de vergüenza. Por fin, cuando consiguió dominarse lo suficiente para hablar, le dijo con amargo resentimiento:

 

—Es una suma magnífica, sin duda, pero no hay plata suficiente en China para comprarme, se?or.

 

Su intención era marcharse en el acto; pero al escuchar su negativa Yongxing se quitó la careta de paciencia que había llevado puesta durante toda la entrevista y dijo, ya fuera de quicio:

 

—Es usted un estúpido. No podemos permitir que siga siendo compa?ero de Lung Tien Xiang, y al final le enviaremos de vuelta a su país. ?Por qué no acepta mi oferta?

 

—No dudo que usted pueda separarnos por la fuerza en su propio país —aceptó Laurence—, pero será usted quien lo haga, no yo. Y él sabrá hasta el final que yo soy tan leal como lo es él mismo —quería marcharse. No podía retar a Yongxing ni golpearle, y lo único que podía satisfacer en parte la profunda y violenta sensación de haber sido injuriado era salir de allí, pero la magnífica invitación que le brindaba el príncipe para discutir ofrecía al menos un escape a su ira. Laurence a?adió con todo el desprecio que pudo imprimir en sus palabras—: No se moleste en intentar embaucarme más. Puede estar seguro de que todos sus sobornos y maquinaciones van a fracasar como ahora, y tengo demasiada fe en Temerario como para imaginar que consigan convencerlo de que prefiera una nación donde una discusión como ésta se considera el modo civilizado de hacer las cosas.

 

—Habla usted con ignorante desprecio de la nación más importante del mundo —dijo Yongxing, que también estaba cada vez más enfadado—. Es igual que todos sus compatriotas, que no muestran ningún respeto por quienes son superiores y nos insultan al menospreciar nuestras costumbres.