—Oh, no hagas eso, no seas guarro —le reprendió James, levantándose. Sacó un gran pa?uelo de lino blanco de las bolsas de los arneses y sonó a Volly con el aire aburrido de quien tiene mucha práctica—. Supongo que nos quedaremos esta noche —a?adió observando a Volly—. No hace falta presionarle más ahora que os hemos encontrado a tiempo. Así, si queréis que lleve cartas, podéis escribirlas. Tenemos que volver a casa cuando os dejemos.
… y así mi pobre Lily, al igual que Excidium y Mortiferus, ha sido desterrada de su acogedor claro para ir a los Fosos de Arena, porque cuando estornuda no puede evitar expulsar algo de ácido, ya que, según me han dicho los cirujanos, los músculos responsables de este reflejo son los mismos. Los tres están muy disgustados con su situación, ya que no hay manera de quitarles la arena de encima de un día para otro, y se rascan como perros que no consiguen arrancarse las pulgas por mucho que se ba?en.
Maximus está muy triste, porque él fue el primero que empezó a estornudar, y a todos los demás dragones les encanta tener alguien a quien culpar de sus desgracias. Sin embargo, lo sobrelleva bastante bien o, como Berkley me ha pedido que escriba: “Le importan un pimiento todos los demás, y no deja de lloriquear todo el día, excepto cuando está ocupado rellenando la andorga: no ha perdido el apetito en lo más mínimo”.
Por lo demás, estamos muy bien, y todo el mundo os envía recuerdos. Los dragones también, y te piden que les transmitas sus saludos y su cari?o a Temerario. Le echan mucho de menos, aunque lamento decirte que últimamente hemos descubierto una causa algo innoble para su a?oranza: pura y simple glotonería. Evidentemente, les había ense?ado cómo abrir y cerrar de nuevo el comedero, de modo que eran capaces de servirse cada vez que les apetecía sin que nadie se enterara. Su secreto fue descubierto sólo cuando nos dimos cuenta de que los reba?os estaban disminuyendo de una forma extra?a y los dragones de nuestra formación estaban sobrealimentados, así que cuando les interrogamos lo confesaron todo.
He de dejar de escribir ya, porque tenemos patrulla, y Volatilus va al sur por la ma?ana. Todos rezamos por que tengáis un viaje seguro y un pronto retorno.
Etc.,
Catherine Harcourt
—?Qué es eso que cuenta Harcourt de que has ense?ado a los demás dragones a robar ganado del corral? —exigió Laurence, apartando la mirada de la carta. Estaba aprovechando la hora antes de la cena para leer y responder el correo.
Temerario puso una expresión tan reveladora que era imposible dudar de su culpabilidad.
—Eso no es verdad, no he ense?ado a nadie a robar. Los pastores de Dover son muy perezosos y no siempre vienen por la ma?ana —puntualizó—, así que tenemos que esperar y esperar junto a los corrales, y además, se supone que esas ovejas son para nosotros, así que no se le puede llamar robo.
—Supongo que debí haber sospechado algo cuando dejaste de quejarte de que siempre venían tarde —dijo Laurence—, pero ?cómo demonios lo conseguiste?
—La puerta es de lo más simple —respondió Temerario—. La cerca sólo tiene un barrote que puede levantarse con facilidad, y entonces se abre sola. Nitidus es el que mejor sabe hacerlo, porque tiene las manos más peque?as. Aunque es difícil mantener a los animales dentro del corral, y la primera vez que conseguí abrirlo se escaparon todos —a?adió—. Maximus y yo tuvimos que perseguirlos horas y horas. ?Eh, no fue nada divertido! —dijo, y levantó la gorguera, se sentó sobre los cuartos traseros y miró a Laurence con gran indignación.
—Te pido perdón —contestó Laurence cuando consiguió dejar de reírse—. De veras, te pido perdón. Es sólo que al imaginaros a ti y a Maximus, y a las ovejas… ?Oh, cielos! —Laurence volvió a troncharse de risa, aunque trataba de contenerse: los miembros de su tripulación le miraban atónitos, y el dragón estaba muy ofendido.
—?Hay más noticias en la carta? —preguntó Temerario en tono frío cuando Laurence recobró por fin la compostura.
—Nada nuevo, pero todos los dragones te envían sus saludos y su cari?o —dijo Laurence, conciliador—. Puedes consolarte pensando que todos se han puesto malos, y si estuvieses allí seguro que te habría pasado lo mismo —a?adió al ver que Temerario se ponía nostálgico al acordarse de sus amigos.
—No me importaría ponerme malo con tal de estar en casa. Además, seguro que Volly me pega el resfriado —dijo Temerario con voz tétrica, a la vez que miraba a Volly. El peque?o Abadejo Gris no dejaba de sorber en sue?os, y según respiraba en su hocico se formaban unas burbujas de mucosidad que se hinchaban y deshinchaban, y también había un hilillo de saliva colgando de su boca entreabierta.
Honradamente, Laurence no tenía mucha esperanza de que sucediese lo contrario, así que cambió de tema.