Temerario II - El Trono de Jade

Pero Temerario sólo contestó:

 

—No, me ha gustado mucho —y bostezó despreocupado. Después se estiró cuan largo era y flexionó las garras—. ?Qué tal si ma?ana hacemos un vuelo largo? —preguntó, enroscándose otra vez—. Esta última semana no me he cansado nada cuando volvíamos. Estoy seguro de que puedo hacer viajes de mayor duración.

 

—Seguro que sí —dijo Laurence, contento de oír que se sentía más fuerte.

 

Keynes había puesto por fin un plazo a la convalecencia de Temerario, poco después de su partida de Costa del Cabo. Yongxing no había levantado en ningún momento su prohibición original de que alzara el vuelo con Temerario, pero Laurence no tenía la menor intención de tolerar esta restricción ni suplicarle que la revocara. Sin embargo Hammond, con cierto ingenio y una callada discusión, arregló la situación de forma diplomática: Yongxing subió a cubierta tras el dictamen final de Keynes y le concedió el permiso en voz alta, ?para garantizar el bienestar de Lung Tien Xiang mediante un ejercicio saludable?, tal como lo expresó. Así que ya eran libres de levantar el vuelo de nuevo sin la amenaza de recibir protestas, pero Temerario se había quejado de algunos dolores y se cansaba mucho antes de lo habitual.

 

El banquete había durado tanto que Temerario había empezado a comer al anochecer. Ahora ya había oscurecido del todo, y Laurence estaba sentado sobre el costado del dragón y miraba las estrellas del hemisferio sur, con las que estaba menos familiarizado. Era una noche perfectamente clara, y el primer oficial debería ser capaz de determinar bien la longitud gracias a las constelaciones, o al menos eso esperaba. Los marineros habían aguardado hasta el atardecer para la celebración, y el vino de arroz había corrido también con generosidad por sus mesas. Ahora estaban entonando una canción escandalosa y bastante explícita, y Laurence echó un vistazo para asegurarse de que Roland y Dyer no estaban en cubierta para interesarse en ella. No se veía a ninguno de los dos, así que probablemente se habían ido a la cama después de cenar.

 

Uno por uno, los hombres fueron abandonando poco a poco el festejo y buscaron sus hamacas. Riley subió prácticamente a gatas desde el alcázar, poniendo ambos pies a la vez en cada escalón, muy cansado y con la cara colorada. Laurence le invitó a sentarse, y por prudencia no le ofreció un vaso de vino.

 

—Sólo podemos llamarlo un éxito apabullante. Cualquier anfitrión político consideraría un gran triunfo organizar una cena como ésta —dijo Laurence—, pero confieso que habría sido más feliz con la mitad de platos, y aunque los criados hubiesen sido mucho menos solícitos no me habría quedado con hambre.

 

—Ah, sí, ciertamente —contestó Riley. Estaba distraído, y ahora que Laurence le observó con más atención, parecía descontento y perplejo.

 

—?Qué ha ocurrido? ?Algo va mal? —Laurence miró enseguida hacia las jarcias y los mástiles. Pero todo parecía estar en orden, y en cualquier caso tanto sus sentidos como su intuición le decían que la nave iba bien; o al menos todo lo bien que podía ir teniendo en cuenta que era una enorme masa de madera.

 

—Laurence, no me gusta nada andar contando chismes, pero no puedo ocultar esto —dijo Riley—. Se trata de su alférez, o creo que es más bien cadete, Roland. él… esto es, Roland se había dormido en el camarote de los chinos, y cuando me iba los criados me preguntaron por medio de su traductor dónde dormía, para que pudieran llevarle allí —Laurence ya se temía la conclusión, y no se sorprendió demasiado cuando Riley a?adió—, pero el tipo dijo ?llevarla? en vez de ?llevarle?. Estaba a punto de corregirle cuando me fijé y… Bueno, por no extenderme más, Roland es una chica. No tengo la menor idea de cómo ha podido ocultarlo tanto tiempo.

 

—Oh, diablos del averno… —dijo Laurence, demasiado cansado e irritable por el exceso de comida y bebida para preocuparse por su lenguaje—. No habrá dicho nada de esto a nadie, ?verdad, Tom? ?A nadie más? —Riley asintió con cautela, y Laurence a?adió—: Debo pedirle que lo guarde en secreto. El hecho puro y duro es que los Largarios no se dejan enjaezar por capitanes varones. Y hay otras razas que tampoco, pero no tienen tanta importancia material. Los Largarios son una raza de la que no podemos prescindir, y por eso hay que entrenar a algunas chicas para ellos.

 

Riley dijo no muy seguro y con una media sonrisa:

 

—?Me está diciendo…? Pero esto es absurdo. ?No estuvo el jefe de su formación aquí en este mismo barco con su Largario? —protestó, al ver que Laurence no hablaba en broma.

 

—?Se refiere a Lily? —preguntó Temerario, ladeando la cabeza—. Su capitana es Catherine Harcourt. No es un hombre.