Este comentario estaba destinado a consolar a Laurence, que se limitó a asentir y se alejó.
El padre de Riley tenía plantaciones en las Indias Occidentales y cientos de esclavos que las trabajaban. En cambio, el de Laurence era un firme partidario de Wilberforce y Clarkson, había pronunciado discursos muy incisivos en la Cámara de los Lores contra el tráfico de seres humanos, y en una ocasión incluso había mencionado al padre de Riley por su nombre entre una lista de caballeros que poseían esclavos y que, tal como había se?alado, ?deshonran el nombre de cristianos y empa?an el carácter y la reputación de su país?.
En su momento dicho incidente había provocado frialdad entre ambos: Riley estaba muy unido a su padre, un hombre mucho más cordial que Lord Allendale, y como era natural se había tomado a mal aquel insulto en público. Aunque Laurence no sentía un cari?o especialmente intenso hacia su propio padre y le enojaba verse en una posición tan incómoda, tampoco estaba por la labor de ofrecer ningún tipo de disculpas. Había crecido rodeado por los libros y panfletos publicados por el comité de Clarkson, y a los nueve a?os le habían llevado de crucero en un antiguo barco negrero que estaba a punto de ser desguazado. Las pesadillas le habían durado varios meses después y habían grabado una profunda impresión en su joven mente. Nunca habían hecho las paces sobre aquel asunto, que habían resuelto con una tregua. Ninguno de los dos había vuelto a mencionar el tema y ambos evitaban deliberadamente criticar al padre del otro. Ahora Laurence no podía hablarle con franqueza a Riley de lo reacio que era a atracar en un puerto esclavista, aunque en su interior le desagradaba mucho aquel panorama.
En lugar de eso, le preguntó en privado a Keynes si Temerario se estaba recuperando bien y si se le podría permitir que volviera a hacer vuelos cortos para pescar.
—Mejor no —dijo el cirujano, a rega?adientes. Laurence le miró con severidad, y por fin consiguió que Keynes reconociera que estaba algo preocupado: la herida no sanaba como debería—. Los músculos aún están calientes al tacto, y tengo la sensación de que debajo de la piel hay parte de la carne que tiene desgarros. Es demasiado pronto para inquietarse de verdad, pero aun así no quiero correr riesgos. Nada de volar por lo menos en otras dos semanas.
De modo que esta conversación sólo sirvió para que Laurence tuviera una fuente adicional de preocupación. Ya había motivos de sobra, además de la escasez de comida y de la escala en Costa del Cabo, que ahora era inevitable. Entre la herida de Temerario y la rotunda oposición de Yongxing a cualquier trabajo en vuelo, los aviadores estaban prácticamente ociosos; los marineros, por el contrario, habían estado muy atareados reparando los da?os del barco y haciendo acopio de provisiones, lo que había provocado multitud de problemas bastante previsibles.
Con la intención de ofrecer a Roland y a Dyer algo de distracción, Laurence los había convocado a ambos a la cubierta de dragones poco después de la llegada a Madeira para examinarlos de sus deberes escolares. Los dos se le habían quedado mirando con expresiones tan culpables que Laurence no se sorprendió al descubrir que habían abandonado los estudios por completo desde que se convirtieran en sus mensajeros. Tenían muy pocas nociones de aritmética, ninguna en absoluto de matemáticas más avanzadas, nada de francés, y cuando les dio el libro de Gibbon que había subido a cubierta para leerle a Temerario más tarde, Roland se puso a tartamudear con tal torpeza que Temerario desplegó la gorguera y empezó a corregirla de memoria. Dyer lo hizo un poco mejor; cuando le preguntó, demostró que al menos se sabía la tabla de multiplicar casi entera y que tenía cierto sentido de la gramática. Roland se estrellaba en cuanto pasaba del ocho y se mostró sorprendida al saber que la oración hasta tenía partes. Laurence dejó de preguntarse cómo podía hacer que rellenaran el tiempo libre; tan sólo se reprochó por haber sido tan laxo con su educación, se nombró a sí mismo su maestro y se dedicó a su nueva tarea con ahínco.