Sus maneras eran todo menos amistosas, pero si había decidido ignorar el límite y hablar con Temerario, Laurence lo consideraba el equivalente de una invitación formal y se sentía justificado para iniciar la conversación. Quizá Yongxing no estuviera de acuerdo en su interior, pero el atrevimiento de Laurence no le disuadió de ulteriores visitas: ahora todas las ma?anas empezaban con él en cubierta, dándole a Temerario lecciones diarias sobre el idioma y ofreciéndole más muestras de la literatura china para despertar su apetito.
Al principio Laurence sólo sentía irritación ante aquellos intentos tan transparentes de seducir al dragón. Pero Temerario parecía mucho más alegre de lo que lo había estado desde que partieran Maximus y Lily; de modo que, aunque le desagradara la fuente de dicha alegría, Laurence no podía desaprobar que Temerario gozase de la oportunidad de ocupar su mente en algo tan nuevo, máxime cuando su herida aún le obligaba a seguir confinado en cubierta. En cuanto a la idea de que aquellas lisonjas orientales pudieran hacer tambalearse la lealtad del dragón, Yongxing podía alimentar esa creencia si así lo deseaba: Laurence no albergaba dudas.
Pero no pudo evitar cierta desazón conforme los días pasaban y Temerario no se cansaba del asunto. Ahora descuidaba a menudo sus propios libros a cambio de recitar piezas literarias chinas que además le gustaba aprender de memoria, ya que no podía escribirlas ni leerlas. Laurence era consciente de que él mismo no era ningún erudito y de que su idea de una ocupación placentera era pasar la tarde conversando, o quizás escribiendo cartas o leyendo un periódico cuando tenía a mano alguno que no estaba demasiado atrasado. Aunque por influencia de Temerario había llegado paulatinamente a disfrutar de los libros mucho más de lo que habría imaginado, era mucho más duro compartir la emoción del dragón por obras compuestas en un lenguaje que para él no tenía ni pies ni cabeza.
No quería brindarle a Yongxing la satisfacción de verle consternado, pero lo vivía como una victoria del príncipe a su costa, sobre todo en aquellas ocasiones en que Temerario dominaba un nuevo poema y se hinchaba de forma visible ante las alabanzas escasas y difíciles de conseguir de Yongxing. A Laurence también le preocupaba el hecho de que Yongxing parecía casi sorprendido por los avances de Temerario, y a menudo especialmente complacido. Como es natural, Laurence pensaba que su dragón era excepcional entre los demás dragones, pero no deseaba que Yongxing compartiera aquella opinión: no hacía ninguna falta dar al príncipe motivos adicionales para intentar arrebatarle a Temerario.
A modo de consuelo, el dragón cambiaba constantemente al inglés para que Laurence le entendiera, y Yongxing tenía por fuerza que conversar de forma educada con él si no quería arriesgarse a perder las ventajas que había conquistado. Pero aunque esto supusiera una minúscula satisfacción, Laurence no podía afirmar que disfrutara demasiado de esas conversaciones. Cualquier afinidad espiritual entre ellos habría sido inadecuada ante una animadversión tan violenta en la práctica, y ninguno de los dos podría haber sentido inclinación hacia el otro en ningún caso.
Una ma?ana Yongxing salió a cubierta temprano. Temerario aún estaba dormido, y mientras sus sirvientes le traían su asiento, lo cubrían con una funda y le preparaban los rollos que pensaba leerle al dragón ese día, el príncipe se acercó a la borda para asomarse al océano. Estaban en medio de una preciosa zona de aguas azules, sin tierra a la vista y con un viento fresco que soplaba del mar, y el propio Laurence estaba de pie en la proa para disfrutar del paisaje. Las aguas oscuras se extendían infinitas hasta el horizonte, con peque?as olas esporádicas que rompían unas con otras levantando blanca espuma, y la nave estaba sola bajo la curvada bóveda del cielo.
—Sólo en el desierto puede uno encontrar un paisaje tan desolado y monótono —dijo Yongxing de repente. Laurence, que estaba a punto de hacer un comentario cortés sobre la belleza de la escena, se quedó anonadado, y aún más cuando Yongxing a?adió—: Ustedes los ingleses siempre están navegando a lugares nuevos. ?Tan descontentos están de su propio país?
En vez de esperar respuesta, meneó la cabeza y se alejó, confirmando a Laurence en su creencia de que le habría sido casi imposible encontrar a otro hombre con el que tuviera menos armonía en ningún aspecto.
Normalmente, la dieta de Temerario a bordo habría consistido sobre todo en pescado capturado por él mismo. Laurence y Granby lo habían planeado así al calcular la cantidad de provisiones, ovejas y vacas que debían embarcar para que hubiese variedad en el menú por si el mal tiempo confinaba a Temerario en la nave, pero el dragón, que tenía prohibido volar por culpa de la herida, no podía cazar, de modo que estaba consumiendo las provisiones a un ritmo mucho más rápido del que habían previsto en un principio.
—Tendremos que navegar cerca de la costa del Sáhara en cualquier caso, o corremos el riesgo de que los alisios nos empujen directos hacia Río —dijo Riley—. Así que seguro que podemos hacer escala en Costa del Cabo para abastecernos de provisiones.