Esta cena tuvo mucho más éxito que la anterior. Granby seguía en el dispensario guardando cama y le habían prohibido tomar comidas pesadas, pero el teniente Ferris estaba dispuesto a aprovechar su oportunidad para dejar buena impresión en cualquier sentido que se le sugiriese. Era un oficial joven y enérgico, que muy recientemente había sido ascendido a capitán de los lomeros de Temerario gracias a un abordaje que había dirigido con gran acierto en Trafalgar. En circunstancias normales tendría que haber esperado al menos un a?o, y probablemente dos o tres, antes de convertirse en teniente segundo por derecho propio; pero al haber enviado a casa al pobre Evans, Ferris había ocupado su lugar como segundo en funciones y era evidente que esperaba conservar aquel puesto.
Por la ma?ana, Laurence escuchó divertido cómo aleccionaba con severidad a los guardiadragones sobre la necesidad de comportarse de forma civilizada en la mesa y no sentarse como vulgares zoquetes. Laurence sospechó que incluso había contado un repertorio de anécdotas a los oficiales subalternos, pues durante la cena se dedicó a dirigir miradas elocuentes de vez en cuando a sus muchachos, y en cada ocasión el blanco de la mirada se apresuraba a tragar el vino y a empezar el relato de una historia que sonaba más bien improbable para un oficial de tan tierna edad.
Sun Kai acompa?ó a Liu Bao, aunque se comportó como hasta ese momento, más con aire de observador que de comensal, pero Liu Bao no demostró tantas reservas, ya que había venido con la clara intención de dejarse agasajar. Ciertamente había que ser un hombre muy duro para resistirse al cochinillo que llevaba asándose en un espetón desde por la ma?ana, reluciente bajo una capa de mantequilla y crema. Ninguno de los chinos desde?ó una segunda porción, y Liu Bao expresó en voz alta su aprobación por el ganso dorado y crujiente, un magnífico ejemplar que habían comprado en Madeira especialmente para la ocasión y que se mantuvo gordo y lustroso hasta el día de su defunción, al contrario de lo que solía pasar con las aves de corral en altamar.
Los esfuerzos de los oficiales por mostrar urbanidad también fueron eficaces, aunque algunos de los más jóvenes se mostraron torpes y desma?ados. Liu Bao era de risa fácil y generosa, y también compartió con los demás muchas historias divertidas, en su mayor parte sobre contratiempos de caza. El único infeliz fue el pobre traductor, que tuvo mucho trabajo recorriendo la mesa de arriba abajo y traduciendo del inglés al chino y viceversa. La atmósfera fue muy diferente casi desde el principio y completamente amigable.
Sun Kai permanecía callado, escuchando más que hablando. Laurence no sabía a ciencia cierta si se lo estaba pasando bien: comía con frugalidad y bebía muy poco, aunque Liu Bao, al que no le faltaban tragaderas, le rega?aba en broma de vez en cuando y le volvía a llenar la copa hasta el borde. Pero cuando trajeron con toda ceremonia la gran tarta de Navidad y, entre aplausos, la flambearon y las llamas del brandy resplandecieron azules, y después la cortaron y repartieron para que todos disfrutaran de ella, Liu Bao se volvió hacia él y le dijo:
—Esta noche estás siendo muy aburrido. Venga, canta El duro camino para nosotros. ?Es el poema más apropiado para este viaje!
Pese a sus reservas, Sun Kai parecía dispuesto a complacerlos. Se aclaró la garganta y recitó:
El vino puro cuesta, para el tazón dorado, diez mil cobres la jarra,
y una bandeja de jade para golosinas vale un millón de monedas.
Yo dejo a un lado el tazón y la comida, no puedo comer ni beber…
Levanto las garras hacia el cielo, examino los cuatro caminos en vano.
Cruzaría el Río Amarillo, pero el hielo agarrota mis miembros.
Volaría sobre las monta?as de Tai-hang, pero la nieve ciega el cielo.
Me sentaría a ver a la carpa dorada, perezoso junto a un arroyo…
Pero de repente sue?o en cruzar las olas y navegar siguiendo el sol.
Viajar es duro,
viajar es duro.
El camino da muchas vueltas,
?cuál de ellas debo tomar?
Algún día cabalgaré un fuerte viento y romperé la pesada capa de nubes,
y desplegaré mis alas para tender un puente sobre el ancho, ancho mar.
Si el poema tenía rima o métrica, en la traducción desaparecieron; pero todos los aviadores aprobaron y aplaudieron el contenido.
—?Es obra suya, se?or? —preguntó Laurence con interés—. Creo que nunca había oído un poema compuesto desde el punto de vista de un dragón.
—No, no —dijo Sun Kai—. Es una de las obras del venerable Lung Li Po, de la dinastía Tang. Yo sólo soy un humilde erudito, y mis versos no son dignos de ser recitados en compa?ía.
Sin embargo, no tuvo ningún reparo en ofrecerles una amplia selección de poetas clásicos, todos ellos recitados de memoria en lo que a Laurence le pareció una proeza mental.
Todos los invitados se separaron al final en los términos más armoniosos, ya que habían evitado cuidadosamente discusiones sobre soberanía inglesa o china referente a naves o dragones.
—Voy a ser tan osado como para asegurar que ha sido un éxito —comentó después Laurence, tomándose un café en la cubierta de dragones mientras que Temerario se comía su oveja—. En compa?ía no son tan estirados, después de todo, y puedo decir que estoy realmente satisfecho con Liu Bao. He estado en más de un barco donde habría agradecido cenar en una compa?ía tan buena.