Temerario II - El Trono de Jade

Los tres dragones más peque?os despegaron uno tras otro de la cubierta (Nitidus apenas hizo que la Allegiance se moviera) y volaron hacia el Guillermo de Orange. Después Maximus y Lily volvieron para que los enjaezaran por turnos y para que Berkley y Harcourt se despidieran de Laurence. Por fin, toda la formación se trasladó al otro transporte, dejando a Temerario solo en la Allegiance una vez más.

 

Riley dio órdenes de hacerse a la vela directamente. El viento soplaba este-sureste y no era demasiado fuerte, de modo que desplegaron incluso las alas de los mástiles en una radiante exhibición de blanco. El Guillermo de Orange disparó una salva al pasar a sotavento, que fue respondida enseguida por orden de Riley, y los vítores de las tripulaciones cruzaron las aguas mientras los dos transportes se alejaban por fin, lentos y majestuosos.

 

Maximus y Lily habían levantado el vuelo para retozar con la energía de dos dragones jóvenes y recién alimentados. Se los pudo ver durante un buen rato persiguiéndose entre las nubes que se cernían sobre el barco, y Temerario continuó mirándolos hasta que la distancia hizo que parecieran simples pájaros. Entonces dio un suspiro, bajó la cabeza y se enroscó sobre sí mismo.

 

—Supongo que tardaré mucho en volver a verlos —dijo.

 

Laurence apoyó la mano en el lustroso cuello del dragón y no dijo nada. Esta despedida parecía más definitiva: sin bullicio ni ajetreo, sin la sensación de emprender una nueva aventura; sólo los tripulantes del barco, atareados y aún retraídos, y nada que ver salvo kilómetros y kilómetros de océano vacío y azul, un camino incierto hacia un destino todavía más incierto.

 

—El tiempo pasará más rápido de lo que crees —le dijo—. Venga, vamos a seguir con el libro.

 

 

 

 

 

Segunda Parte

 

 

 

 

 

Capítulo 6

 

 

El tiempo estuvo despejado durante la primera y más breve etapa de su viaje, con esa peculiar nitidez del invierno. El agua se veía muy oscura, el cielo sin nubes y el aire se iba calentando gradualmente según descendían hacia el sur. Pasaron un tiempo muy atareados reemplazando las vergas da?adas y colgando velas nuevas, de modo que su ritmo se incrementaba día a día conforme restauraban la nave a su antigua forma. Sólo avistaron un par de peque?os mercantes a lo lejos, que les rehuyeron, y una vez sobre sus cabezas pasó un dragón correo de servicio llevando mensajes. Sin duda era un Abadejo Gris, un animal capaz de volar largas distancias, pero estaba tan lejos que Temerario no pudo distinguir si era algún conocido.

 

Los guardias chinos habían aparecido puntuales al amanecer del primer día tras el acuerdo. Habían pintado una raya muy ancha para se?alar un sector de la parte de babor de la cubierta de dragones. Pese a que no llevaban armas a la vista, hacían guardia allí en turnos de tres, tan formales como infantes de marina en un desfile. La tripulación se había enterado ya de la discusión, que había tenido lugar lo bastante cerca de las ventanas de popa como para que se oyera desde la cubierta. Los marineros estaban predispuestos a sentirse ofendidos con la presencia de los guardias, y aún más con la de los miembros más importantes de la embajada china, y los miraban mal a todos sin distinción, del primero al último.

 

No obstante, Laurence estaba empezando a distinguir rasgos individuales entre ellos, o al menos entre los que decidían subir a la cubierta. Algunos de los más jóvenes mostraban auténtico entusiasmo por el mar y se quedaban cerca de la amura de babor para disfrutar mejor de la espuma que levantaba la proa de la Allegiance. Uno de esos jóvenes, Li Honglin, era particularmente aventurero, y llegaba al extremo de imitar las costumbres de algunos guardiamarinas y colgarse de las vergas pese a lo inadecuado de sus ropas: los faldones de su media túnica parecían a punto de enredarse con las cuerdas, y sus botines negros tenían las suelas demasiado gruesas para adherirse bien al borde de la cubierta, al contrario que los pies descalzos o las finas alpargatas de los marineros. Sus compatriotas se alarmaban mucho cada vez que lo hacía y le urgían a que volviera a bajar con gritos y gestos apremiantes.