A Laurence no le apetecía hablar con Yongxing, y aún menos perder el tiempo, y la molestia física de tener que ir haciendo paradas todo el camino hasta la popa del barco y los aposentos del príncipe no contribuyó a mejorar su humor. Cuando los asistentes intentaron hacerle esperar en la antesala, espetó con sequedad:
—Cuando esté listo, que me avise —y se volvió enseguida para irse.
Los sirvientes formaron un corrillo y celebraron una apresurada conferencia. Uno llegó hasta el punto de interponerse en la puerta para bloquearle la salida, y unos instantes después hicieron pasar a Laurence directamente al gran camarote.
Había dos agujeros en las paredes, uno enfrente del otro; los habían cubierto con fajos de seda azul para tapar el viento, pero aun así los largos pergaminos escritos que colgaban de las paredes se movían y tableteaban de vez en cuando por la corriente. Yongxing estaba sentado con la espalda muy tiesa en un sillón drapeado en tela roja, junto a un peque?o escritorio de madera lacada. Pese a los movimientos de la nave, su pincel se movía sin temblar del tintero al papel, sin dejar caer una gota de tinta, y los caracteres aún frescos formaban hileras y columnas perfectas.
—Creo que deseaba verme, se?or —dijo Laurence.
Yongxing completó una línea final y dejó el pincel sin responderle de inmediato. Tomó el sello real, lo apoyó en una almohadilla de tinta roja y lo estampó en la parte inferior de la página. Después plegó ésta, la dejó a un lado, sobre otra similar, y las guardó ambas en una tela encerada.
—Feng Li —llamó.
Laurence se sobresaltó. Ni siquiera había reparado en el asistente vestido con un anodino traje de algodón azul oscuro que estaba en el rincón y que ahora se acercó al príncipe. Feng era un hombre alto, pero estaba tan encorvado todo el rato que lo único que podía ver Laurence era la línea perfecta que atravesaba su cabeza, por delante de la cual su cabello oscuro estaba afeitado. El asistente dirigió a Laurence una rápida mirada, curiosa y callada, después levantó en alto toda la mesa y se la llevó a un extremo de la estancia sin derramar una gota de tinta. Luego se apresuró a traer un reposapiés para Yongxing y se retiró de nuevo al rincón: era evidente que su amo no tenía intención de mandarle fuera para la entrevista.
El príncipe se sentó muy tieso con los brazos reposando en el sillón y no ofreció a Laurence un asiento, aunque había dos sillas más apoyadas contra la pared más alejada. Esto estableció de entrada el tono de la entrevista: Laurence sintió cómo los hombros se le ponían rígidos incluso antes de que Yongxing empezara a hablar.
—Aunque sólo se le ha traído aquí por necesidad —dijo Yongxing en tono gélido—, usted cree que sigue siendo el compa?ero de Lung Tien Xiang y que puede seguir tratándole como si fuera de su propiedad. Ahora ha ocurrido lo peor: él ha sufrido una grave herida como consecuencia de su comportamiento cruel e insensato.
Laurence apretó los labios. No confiaba en que fuera capaz de dar una respuesta remotamente civilizada. él mismo había cuestionado su propio juicio, tanto antes de conducir a Temerario a la batalla como durante la larga noche siguiente, al recordar el sonido de aquel terrible impacto y el de la penosa respiración del dragón. Pero que se lo cuestionara Yongxing era otra cosa.
—?Eso es todo? —contestó.
Yongxing tal vez había esperado que se arrastrara o que le pidiese perdón. Ahora, la ira que provocó en él aquella breve respuesta despertó su locuacidad.
—?Es que no tiene usted principios? —preguntó—. No muestra usted arrepentimiento. Habría llevado a Lung Tien Xiang a su muerte como quien lleva a un caballo a tropezar en una zanja. No volverá a volar con él, y mantendrá lejos de él a esos viles sirvientes suyos. Voy a enviar a mis propios guardias para que lo…
—Se?or —respondió Laurence sin rodeos—, puede usted irse al diablo —Yongxing se calló, más asombrado que ofendido por aquella interrupción, y Laurence a?adió—: En cuanto a sus guardias, si uno solo de ellos planta el pie en mi cubierta, haré que Temerario le arroje por la borda. Buenos días.