Temerario II - El Trono de Jade

Laurence abrió la boca y la cerró de nuevo sin aventurar ninguna explicación. Se daba cuenta de que era una batalla perdida.

 

—Entonces, ?os vais a quedar unos días con nosotros?

 

—Sólo hasta ma?ana —contestó Harcourt—. Si parece que la cosa se puede prolongar, creo que tendremos que emprender el vuelo. No me gusta forzar a los dragones sin necesidad, pero aún me gusta menos dejar a Lenton en Dover corto de personal, y se estará preguntando dónde demonios estamos. Se supone que tan sólo íbamos a hacer maniobras nocturnas con la flota de Brest cuando os vimos disparando fuegos como el día de la Conspiración de la Pólvora.

 

Riley les había invitado a todos a cenar, por supuesto, y también a los oficiales franceses capturados. Harcourt se vio obligada a alegar el mareo como excusa para evitar aquel contacto cercano en el que podría descubrirse su sexo, y Berkley era un tipo taciturno y poco proclive a hablar con frases de más de cinco palabras, pero Warren era un hombre de conversación fácil y libre a la vez, y más aún después de un par de copas de vino fuerte; mientras que Store, que había servido en la Fuerza Aérea casi treinta a?os, tenía una buena colección de anécdotas. Juntos llevaron el peso de la conversación con energía, aunque también con cierto caos.

 

Los franceses, aún conmocionados, guardaron silencio, mientras que los marinos británicos hicieron poco más o menos lo mismo. Lord Purbeck estuvo rígido y formal, y Macready lúgubre. Incluso Riley se mostró callado y propenso a largos periodos de silencio, algo raro en él; era evidente que no estaba a gusto.

 

Después, en la cubierta de dragones, mientras tomaban café, Warren comentó:

 

—Laurence, no pretendo insultar a tu antiguo Cuerpo ni a tus compa?eros de barco, ?pero Dios santo!, es difícil aguantarlos. Esta noche me ha dado la impresión de que los hemos ofendido mortalmente en vez de ahorrarles un largo combate y Dios sabe cuánta sangre.

 

—Sospecho que creen que llegamos más bien tarde y no les ahorramos demasiado —Sutton se apoyó en su dragona Messoria con camaradería y encendió un puro—. Así que lo único que hemos hecho es robarles toda la gloria, por no mencionar que tenemos una parte del botín: ya sabéis, llegamos antes de que el buque francés atacara. ?Quieres una calada, querida? —preguntó, sujetando el puro donde Messoria pudiera aspirar el humo.

 

—No, os habéis equivocado de medio a medio con ellos, os lo aseguro —dijo Laurence—. Nunca habríamos capturado la fragata si no hubieseis llegado vosotros. Aún no había sufrido demasiados da?os, así que podría habernos ense?ado la popa y huir en cuanto hubiese querido. Todos los hombres de a bordo se alegraron muchísimo al veros llegar —no tenía muchas ganas de dar explicaciones, pero no quería dejar que se llevaran una impresión tan mala, así que a?adió sucintamente—: Es por la otra fragata, la Valérie, que hundimos antes de que llegarais. La pérdida de vidas fue muy grande.

 

Percibieron su propio tormento y no le presionaron más. Cuando Warren hizo ademán de hablar, Sutton le dio un codazo para que se callara y mandó a su mensajero a por una baraja. Empezaron una partida informal. Ahora que ya no estaban con los oficiales de la Armada, Harcourt se había incorporado. Laurence terminó su café y se alejó en silencio.

 

Temerario estaba sentado y contemplando la inmensidad del mar. Había dormido casi todo el día, y sólo se había despertado para darse otra comilona. Se movió para hacer un sitio a Laurence sobre la pata y con un suave suspiro se enroscó a su alrededor.

 

—No te lo tomes tan a pecho —Laurence era consciente de que le estaba dando un consejo que él mismo no podía seguir, pero tenía miedo de que Temerario se obsesionara demasiado tiempo con el hundimiento y cayera en un estado de melancolía—. Con la segunda fragata a babor, probablemente nos habrían cogido a sotavento, y es muy difícil que Lily y los demás nos hubiesen encontrado en plena noche si hubieran apagado todas las luces y detenido nuestros fuegos artificiales. Salvaste muchas vidas, y también a la Allegiance.

 

—No me siento culpable —repuso Temerario—. Yo no pretendía hundirla, pero no me arrepiento. Querían matar a mucha gente de mi tripulación, y desde luego no se lo iba a permitir. Es por los marineros: ahora me miran muy raro, y no les gusta que me acerque.