No tuvieron tiempo. Al paso de Temerario, una tremenda ola creada por el poder del viento divino sobre el agua empezaba a levantarse sobre la marejada. Fue subiendo poco a poco, como si tuviera un propósito deliberado. Por unos instantes todo se quedó quieto, la nave suspendida sobre la negrura, la enorme pared de agua borrando incluso la noche. Después, la ola cayó y volcó la nave como si fuera un juguete, y el océano apagó todos los fuegos de sus ca?ones.
La fragata no volvió a salir a flote. Una pálida espuma se formó en el agua, y unas peque?as olas dispersas que perseguían a la grande rompieron contra la curva del casco, que sobresalía por encima de la superficie, pero sólo fue un momento. Se hundió enseguida bajo las aguas mientras un estallido de fuegos artificiales dorados alumbraba el cielo. El Fleur-de-Nuit estaba sobrevolando las aguas revueltas en círculos bajos, rugiendo con su voz profunda y solitaria, como si fuera incapaz de comprender la súbita ausencia de la nave.
Laurence no oyó vítores desde la Allegiance, aunque tenían que haberlo visto. él mismo se quedó silencioso y abatido: trescientos hombres, tal vez más, con una mar lisa y cristalina, sin olas. Un barco podía irse a pique en una galerna, con vientos huracanados y olas de quince metros. O podía de vez en cuando ser hundido en combate, arder o estallar tras una larga batalla, o incluso encallar en las rocas. Pero aquella fragata estaba en mar abierto, con una marejada suave y viento de quince nudos, no había recibido un solo impacto y, sin embargo, había quedado aniquilada por completo.
Temerario soltó una tos húmeda y emitió un quejido de dolor. Laurence le dijo con voz ronca:
—Vuelve al barco, enseguida.
Pero el Fleur-de-Nuit ya estaba batiendo las alas con furia hacia ellos. Recortándose contra la siguiente bengala, Laurence pudo ver las siluetas de los atacantes, que esperaban listos para el abordaje, y los bordes blancos de sus cuchillos, espadas y pistolas.
Temerario volaba con torpeza, fatigado. Hizo un esfuerzo desesperado y aceleró para eludirlo cuando se acercó el Fleur-de-Nuit, pero ya no era el más rápido en el aire, y no consiguió sortear al dragón para alcanzar la seguridad de la Allegiance.
Laurence casi pensó en dejar que le abordaran para que trataran la herida de Temerario. Podía sentir el tembloroso esfuerzo en sus alas, y en su mente no hacía más que ver aquel momento escarlata, el impacto terrible y sordo de la bala. Cada instante que prosiguieran en el aire sólo contribuiría a agravar la herida, pero también podía oír los gritos de los tripulantes del dragón francés, impregnados de un horror y una pena que no precisaban traducción, y pensó que no aceptarían una rendición.
—Oigo alas —jadeó Temerario, con voz aguda y quebradiza de dolor.
Se refería a otro dragón, y Laurence escrutó en vano la impenetrable oscuridad de la noche. ?Inglés o francés? De repente, el Fleur-de-Nuit volvió a arremeter contra ellos. Temerario reunió fuerzas para otro convulsivo estallido de velocidad y entonces, siseando y escupiendo, Nitidus apareció allí, sobre la cabeza del dragón francés, batiendo a toda velocidad sus alas de color gris plateado. El capitán Warren estaba de pie en su lomo, sujeto por el arnés, y agitaba el sombrero con ímpetu mientras le gritaba a Laurence:
—?Marchaos! ?Marchaos!
Dulcia también había venido y estaba al otro lado, mordiendo los flancos del Fleur-de-Nuit y obligando al dragón francés a retroceder para responder el ataque. Los dos dragones ligeros eran los más rápidos de su formación, y aunque no llegaban al peso del gran Fleur-de-Nuit, podían hostigarlo durante un rato. Temerario ya estaba girando en un lento arco, moviendo las alas en temblorosos barridos. Mientras se acercaban a la nave, Laurence pudo ver cómo la tripulación se apresuraba a despejar la cubierta de dragones para su aterrizaje, ya que estaba sembrada de astillas, extremos de cabos y trozos de metal retorcido: la Allegiance había sufrido grandes da?os por el fuego de enfilada enemigo, y la segunda fragata seguía disparando andanadas constantes contra las cubiertas inferiores.
Temerario no aterrizó en realidad, sino que prácticamente se derrumbó sobre la cubierta e hizo sacudirse toda la nave. Laurence ya estaba soltándose de las correas antes de posarse. Se deslizó por la cruz del dragón sin agarrarse al arnés. Su pierna cedió bajo él cuando cayó pesadamente en cubierta, pero se levantó a duras penas y corrió trastabillando junto a la cabeza de Temerario.
Keynes ya había puesto manos a la obra, y estaba manchado hasta los codos de sangre negra. Para ofrecerle mejor acceso, Temerario se inclinó muy despacio sobre un costado, con la ayuda de muchas manos, mientras los hombres del arnés sostenían la luz para el cirujano. Laurence se arrodilló junto a la cabeza de Temerario y apretó su mejilla contra el suave hocico del dragón. La sangre caliente le empapó los pantalones, y los ojos le escocían, nublados de lágrimas. Habló sin saber muy bien lo que decía ni si tenía algún sentido. Temerario le respondió con un soplo de aire cálido, aunque no habló.