Temerario II - El Trono de Jade

A Temerario siempre le entusiasmaba entrar en batalla, así que no le puso ninguna objeción y se limitó a mirar abajo, hacia las fragatas.

 

—Esos barcos parecen mucho más peque?os que la Allegiance —comentó el dragón, dubitativo—. ?De verdad está en peligro?

 

—Y en un peligro gravísimo. Tienen la intención de hacer fuego de enfilada contra ella.

 

Mientras Laurence hablaba, estalló otro cohete. Ahora que estaba en el aire a lomos de Temerario, la explosión fue alarmantemente cerca: Laurence se deslumbró y tuvo que cubrirse los ojos con una mano. Cuando los puntos de luz se borraron por fin de su vista, comprobó con espanto que la fragata de sotavento había virado sobre el ancla para cambiar de dirección. Era una maniobra arriesgada, que él mismo no habría realizado tan sólo por conseguir ventaja en la posición; aunque, para ser justo, no podía negar que la habían llevado a cabo con brillantez. Ahora la vulnerable popa de la Allegiance estaba completamente expuesta a los ca?ones de babor del barco francés.

 

—?Dios santo, ahí! —dijo en tono perentorio, mientras se?alaba hacia abajo, aunque Temerario no podía ver el gesto.

 

—Ya lo veo —repuso Temerario al tiempo que se lanzaba en picado. Sus costados empezaron a hincharse al reunir el aliento que necesitaba para el viento divino, y su piel negra y reluciente se hinchó como un tambor al expandirse su pecho. Laurence pudo sentir un trepidar lento y palpable formándose bajo la piel de Temerario, heraldo del destructivo poder que estaba a punto de brotar.

 

El Fleur-de-Nuit había comprendido sus intenciones y venía detrás de ellos. Laurence podía oír el batir de sus alas, pero Temerario era más rápido, y el hecho de pesar más no era ningún estorbo para lanzarse en picado. Sonaron ruidosos estampidos de pólvora cuando los fusileros del dragón dispararon, pero sus intentos eran pura elucubración en la oscuridad. Laurence se pegó más al cuello de Temerario y en silencio le urgió a que incrementara la velocidad.

 

Bajo ellos, el ca?ón de la fragata vomitó una gran nube de humo y furia. Las llamas lamieron las portas y proyectaron un espeluznante resplandor escarlata en el pecho de Temerario. Una nueva descarga de fusiles llegó desde la cubierta de la fragata, y el dragón dio un tirón repentino, como si le hubieran golpeado. Laurence, intranquilo, le llamó por su nombre, pero Temerario no había cejado en su ataque contra la nave. Se niveló para disparar contra ella, y el sonido de la voz de Laurence se perdió, aplastado por el terrible retumbar del viento divino.

 

Temerario no había usado nunca el viento divino para atacar a un barco. Pero en la batalla de Dover, Laurence había visto cómo aquella resonancia letal actuaba contra los transportes de tropas de Napoleón y destrozaba su madera ligera. Aquí había esperado algo similar: la cubierta saltando en astillas, da?os en las vergas, incluso tal vez los mástiles rotos. Sin embargo, la fragata francesa estaba sólidamente construida con planchas de roble de más de medio metro de espesor, y sus mástiles y vergas estaban bien asegurados para la batalla con cadenas de hierro que reforzaban el aparejo.

 

En su lugar, las velas absorbieron la fuerza del rugido de Temerario; durante unos instantes flamearon, y después se abombaron y tensaron llenas de aire. Un buen número de brazas se partió como cuerdas de violín y los mástiles se inclinaron. Aun así aguantaron, entre crujidos de madera y lona, y por un momento a Laurence se le vino el alma a los pies. Al parecer, no habían provocado grandes da?os.

 

Pero si parte del barco no cedía, por fuerza tenía que inclinarse todo. Cuando Temerario dejó de rugir y pasó sobre la nave como un relámpago, toda la fragata viró, quedando de costado al viento, y poco a poco empezó a ladearse. La tremenda fuerza la dejó escorada prácticamente sobre las cabezas de los baos. Los hombres colgaban de las jarcias y de las barandillas pataleando en el aire, y algunos cayeron al océano.

 

Cuando pasaron casi rozando el agua, Laurence se retorció para mirar atrás. En la popa unas bonitas letras de oro rezaban Valérie, iluminadas por las linternas que colgaban en las ventanas de los camarotes, y que ahora se columpiaban como locas a punto de volcarse. El capitán conocía su trabajo. Laurence pudo oír gritos que llegaban sobre las aguas, y los hombres ya estaban trepando sobre el costado provistos con todo tipo de anclas y arrojando cabos, listos para intentar adrizarla.