Temerario II - El Trono de Jade

El repique en la chimenea de la cocina, los gritos y las pisadas de muchos pies resonaban huecos en las cubiertas de artillería: los guardiamarinas y tenientes de Riley ya estaban apremiando a los hombres a ocupar sus puestos en los ca?ones, y sus voces sonaban agudas e impacientes mientras repetían las instrucciones una y otra vez, tratando a fuerza de repeticiones de meter en las cabezas de hombres confusos y adormilados lo que debería haber ocupado meses de práctica.

 

—Calloway, guarde las bengalas —ordenó Laurence, aunque odiaba dar esa orden, ya que Temerario sería vulnerable al Fleur-de-Nuit en la oscuridad, pero quedaban tan pocas que había que conservarlas hasta que tuvieran alguna oportunidad mejor de da?ar de verdad al dragón francés.

 

—?Atentos para repeler el abordaje! —gritó el contramaestre.

 

Finalmente, la Allegiance estaba virando a favor del viento, y reinó un momento de silencio. Abajo, en la oscuridad, los remos seguían chapoteando, y a través de las aguas les llegaba el tenue sonido de una voz contando en francés. En ese momento, Riley ordenó:

 

—Fuego de través.

 

Los ca?ones de abajo rugieron y escupieron humo y llamaradas rojas. Era imposible determinar con seguridad cuánto da?o habían hecho, aunque el sonido entremezclado de gritos y madera astillada les hizo saber que al menos algunos disparos habían hecho blanco. Los ca?ones siguieron disparando en una andanada constante mientras la Allegiance continuaba su lento y pesado viraje, pero la inexperiencia de la tripulación empezó a pasar factura cuando los ca?ones hubieron hablado una vez.

 

El primer ca?ón disparó de nuevo al menos cuatro minutos después de la primera andanada. El segundo no disparó en absoluto, ni el tercero. El cuarto y el quinto lo hicieron juntos, causando algunos da?os más por lo que se llegó a escuchar. Pero también pudieron oír el chapoteo del sexto proyectil al hundirse en el agua, y lo mismo sucedió con el séptimo. Entonces, Purbeck gritó:

 

—?Alto el fuego!

 

La Allegiance ya no podía disparar de nuevo hasta completar el viraje una vez más. Y mientras tanto, el grupo de abordaje seguiría aproximándose a ellos, con los remeros aún más encorajinados para aumentar su velocidad.

 

Los ca?ones se callaron. Las espesas nubes de humo gris flotaron sobre el agua. La nave volvía a estar a oscuras, salvo por los peque?os halos de luz de las linternas que se columpiaban en cubierta.

 

—Tenemos que conseguir que monte sobre Temerario —dijo Granby—. Aún no estamos demasiado lejos de la orilla, así que puede llegar volando, y de todos modos es posible que haya barcos cerca: el transporte de Halifax debe de andar también por estas aguas.

 

—?No voy a huir y a dejar que un transporte con cien ca?ones caiga en manos de los franceses! —repuso Laurence en tono feroz.

 

—Estoy seguro de que podemos aguantar, y en cualquier caso, si usted consigue avisar a la flota, ésta podrá recuperar la Allegiance antes de que se la lleven a puerto —argumentó Granby. Ningún oficial de la Armada habría insistido así en discutir con su superior, pero la disciplina de los aviadores era mucho más laxa, y no se le podía acusar por ello: como teniente primero, era su deber cuidar la seguridad del capitán.

 

—También se la pueden llevar a las Indias Occidentales o a cualquier puerto de Espa?a, lejos del bloqueo. No podemos perderla —dijo Laurence.

 

—Aun así es mejor que usted esté a bordo del dragón, donde no puedan ponerle las manos encima si nos vemos obligados a rendirnos —repuso Granby—. Tenemos que encontrar la forma de que Temerario quede libre.

 

—Le pido perdón, se?or —dijo Calloway, levantando la mirada de la caja de bengalas—. Si me consiguiera uno de esos ca?ones de pimienta, podríamos llenar una bala con polvo de bengalas, y tal vez eso le daría un poco de espacio para respirar —a?adió, apuntando con la barbilla hacia el cielo.

 

—Voy a hablar con Macready —dijo Ferris al instante, y salió corriendo a buscar al teniente de infantería de marina.

 

Trajeron de abajo el ca?ón de pimienta: dos infantes de marina cargaban con sendas mitades el largo tubo estriado, mientras que Calloway abría con cuidado una bala de pimienta. El artillero quitó más o menos la mitad de ésta y abrió la caja de pólvora de bengala, sacó un solo cartucho de papel y volvió a sellar la caja. Mantuvo el cartucho apartado sobre un lado; dos de sus compa?eros le agarraron la mu?eca para mantenerla firme mientras desenvolvía el papel y con cuidado vertía el polvo amarillo en la caja, mirando con un solo ojo, mientras gui?aba el otro y apartaba a medias la cara. Tenía el rostro lleno de cicatrices negras, recuerdo de trabajos anteriores con el polvo de bengalas: no necesitaba mecha y se prendía sin querer con cualquier golpe, y la llama que daba era mucho más caliente que la de la pólvora normal, aunque se gastaba más rápido.

 

Selló la bala y tiró el resto del cartucho de papel en un cubo de agua. Sus compa?eros echaron el agua por la borda, mientras que él untaba el sello de la bala con un poco de brea y la recubría toda de grasa antes de cargar el arma. Después atornillaron la segunda mitad del tubo.