Temerario II - El Trono de Jade

—Por Dios, aunque… —dijo, con la mirada fría debido a su propia ira, pero se detuvo cuando Laurence meneó la cabeza, y se fue.

 

Los aviadores rompieron los corrillos y bajaron en silencio. El ejemplo debió de servir de algo, porque los marineros no montaron ningún altercado cuando se les ordenó hacer lo mismo. Además, sabían muy bien que en este caso los oficiales no eran sus enemigos. La furia era una criatura viva en cada pecho, un sentimiento compartido que los unía a todos, y hubo poco más que murmullos cuando Lord Purbeck, el primer teniente, subió a cubierta y, caminando entre ellos, les ordenó con su deje lento y afectado:

 

—Prosiga, Jenkins. Prosiga, Harvey.

 

Temerario estaba esperando en la cubierta de dragones, con la cabeza levantada y los ojos brillantes. Había escuchado lo suficiente como para estar en ascuas por la curiosidad. Al oír el resto de la historia, soltó un bufido y dijo:

 

—Si sus propios barcos no podían traerlos, sería mucho mejor que se hubiesen quedado en casa.

 

En su caso, sin embargo, se trataba más de simple antipatía que de indignación por la ofensa, y no era proclive a sentir gran rencor. Como la mayoría de los dragones, tenía un punto de vista sobre la propiedad muy informal; salvo, por supuesto, las joyas y el oro que le pertenecían. De hecho, mientras hablaba se dedicaba a sacarle brillo al enorme colgante de zafiros que Laurence le había regalado y que nunca se quitaba salvo para ese propósito.

 

—Es un insulto a la Corona —dijo Laurence, frotándose la pierna con la mano y dándose en ella pu?etazos breves. La herida le dolía, y se moría por poder caminar. Hammond estaba de pie junto a la barandilla del alcázar de popa, fumándose un puro. El tenue resplandor rojo de las cenizas se avivaba con sus caladas e iluminaba su semblante pálido y empapado de sudor. Laurence le miró con amargura desde el otro lado de la cubierta casi vacía.

 

—Me maravilla ese hombre. él y Barham. ??Cómo se han tragado un ultraje así sin montar ningún escándalo?! Es algo que no se puede tolerar.

 

Temerario le miró y parpadeó.

 

—Pero yo creía que teníamos que evitar la guerra con China a cualquier coste —dijo en tono muy razonable, ya que llevaban semanas aleccionándolo sin parar sobre ese asunto, incluso el propio Laurence.

 

—Si hubiera que elegir el mal menor, preferiría llegar a un acuerdo con Bonaparte —repuso Laurence, demasiado furioso por el momento para meditar sobre aquello de forma racional—. Al menos, él tuvo la decencia de declarar la guerra antes de capturar a nuestros ciudadanos, en vez de esta forma tan arrogante y despreocupada de insultarnos a la cara, como si no nos atreviéramos a responderlos. Claro, no es que el gobierno les haya dado razón alguna para pensar de otro modo: son un hatajo de pu?eteros chuchos, revolcándose en el suelo para que les rasquen la tripa. Y pensar —a?adió, calentándose cada vez más— que esa sabandija me estaba intentando convencer para que hiciera el kowtow, sabiendo que eso iba después de…

 

Temerario resopló, sorprendido de tanta vehemencia, y le dio un suave empujón con la nariz.

 

—Por favor, no te enfades tanto. No puede ser bueno para ti.

 

Laurence meneó la cabeza, aunque no en se?al de desacuerdo, se recostó contra Temerario y se calló. No, no podía ser bueno ventilar su furia de ese modo, cuando algunos de los hombres que quedaban en cubierta podían oír por casualidad sus palabras y tomárselas como estímulo para algún acto violento, y tampoco quería preocupar a Temerario, pero de pronto comprendía muchas cosas: después de tragarse tama?o insulto, era evidente que el gobierno no tenía el menor problema en entregar un simple dragón. Probablemente, todos en el Ministerio estarían contentos de librarse de un recordatorio tan desagradable y echar tierra sobre todo aquel asunto.

 

Acarició el costado de Temerario para tranquilizarlo.

 

—?Te quedas un rato conmigo en cubierta? —le preguntó Temerario, zalamero—. Será mucho mejor si te sientas y descansas, y no te preocupas tanto.

 

Lo cierto era que Laurence no quería alejarse de él. Qué curioso, podía sentir cómo recuperaba la calma perdida bajo la influencia de aquel latido regular bajo sus dedos. De momento, el viento no soplaba muy fuerte, y tampoco podían enviar abajo a toda la guardia nocturna. Un oficial extra en el puente no les vendría mal.

 

—Sí, me quedo. En cualquier caso, no me gusta dejar solo a Riley cuando los ánimos están así en el barco —respondió, y se acercó cojeando a coger ropa de abrigo.

 

 

 

 

 

Capítulo 4