Mientras el Fleur-de-Nuit estaba distraído, Temerario se posó sobre la cubierta, y la nave se estremeció ligeramente.
—?Rápido, rápido! —dijo, agachando la cabeza para meterla entre las cinchas mientras los encargados del arnés corrían a ponérselo—. Es muy rápido, y no creo que la luz le haya hecho tanto da?o como al otro con el que combatimos en oto?o. Tiene los ojos diferentes.
Estaba jadeando para recuperar el aliento, y sus alas temblaban un poco: había estado suspendido sobre la nave un buen rato, y no era una maniobra que estuviera acostumbrado a realizar tanto tiempo.
Sun Kai, que se había quedado en el puente observándolo todo, no protestó cuando le pusieron el arnés. Tal vez, pensó Laurence con sarcasmo, no les importaba tanto cuando era su propio pellejo el que corría peligro. Entonces reparó en las gotas de sangre oscura que caían sobre cubierta.
—?Dónde te han herido?
—No pasa nada. Sólo me ha pillado dos veces —dijo Temerario, retorciendo el cuello para lamerse al flanco derecho. Allí tenía un corte superficial, y otra herida de garras marcada más arriba, en el lomo.
Dos veces ya eran demasiadas para el gusto de Laurence. Avisó a voces a Keynes, al que habían enviado para acompa?arlos en el viaje. Los demás le ayudaron a subir y el cirujano empezó a vendar la herida.
—?No debería coserlas?
—Tonterías —respondió el cirujano—. Con esto vale. Apenas se puede llamar a esto un rasgu?o. Deje de preocuparse.
Macready se había puesto en pie, y se estaba secando la frente con el dorso de la mano. Al oír la respuesta del cirujano, le dirigió una mirada suspicaz, y después miró de soslayo a Laurence, con más extra?eza aún cuando Keynes prosiguió su tarea rezongando de forma bien audible sobre capitanes nerviosos y protectores como madres.
El propio Laurence sentía demasiado alivio y agradecimiento para protestar.
—?Están listos, caballeros? —preguntó, comprobando las pistolas y la espada. Esta vez era la buena, un sable pesado forjado en acero espa?ol y de empu?adura lisa. Se alegró de sentir su sólido peso bajo la mano.
—?Listo para usted, se?or! —dijo Fellowes, apretando la última correa. Temerario estiró el brazo y subió a Laurence sobre su hombro—. Dele un tirón ahí. ?Aguanta el arnés? —preguntó cuando Laurence ocupó su puesto y aseguró los cierres.
—Aguanta —le respondió Laurence desde arriba, tras apoyar su peso sobre el arnés reducido al mínimo—. Gracias, Fellowes: buen trabajo. Granby, envíe a los fusileros arriba con los infantes de marina, y a los demás a repeler el abordaje.
—Muy bien, y, Laurence… —empezó Granby, con la evidente intención de convencerle para que alejara al dragón de la batalla. Laurence le interrumpió mediante la táctica de darle a Temerario un rápido empujón con la rodilla. La Allegiance volvió a balancearse por la fuerza de su salto, y por fin emprendieron el vuelo.
El aire sobre el barco estaba cargado con el humo acre y sulfuroso de los fuegos artificiales, que era parecido al olor de la chispa de un fusil y se pegaba a la lengua y a la piel a pesar del viento frío.
—Allí está —dijo Temerario, aleteando otra vez para ganar altura.
Laurence siguió su mirada y vio que el Fleur-de-Nuit se acercaba de nuevo desde muy arriba. En efecto, se había recuperado de la luz cegadora con mucha rapidez, a juzgar por su experiencia previa con aquella raza; se preguntó si no se trataría de un nuevo tipo de cruce.
—?Vamos tras él?
Laurence vaciló. Lo más urgente era dejar fuera de combate al Fleur-de-Nuit para evitar que Temerario cayera en manos del enemigo, pues si la Allegiance se veía obligada a rendirse y Temerario tenía que regresar a la orilla, el dragón podría darles caza en la oscuridad durante todo el camino de regreso a casa. Sin embargo, las fragatas francesas podían infligir mucho más da?o al transporte, pues disparando en enfilada provocarían una auténtica masacre. Si se apoderaban de la Allegiance, sería a la vez un golpe terrible para la Armada y para la Fuerza Aérea: no les sobraban precisamente barcos de transporte de gran tama?o.
—No —dijo al fin—. Nuestro primer deber ha de ser defender la Allegiance. Tenemos que hacer algo con esas fragatas.
Hablaba más para convencerse a sí mismo que a Temerario. Presentía que su decisión era correcta, pero aún le carcomía una terrible duda: lo que en un hombre normal era valor, a menudo se consideraba temeridad en un aviador, que tenía en sus manos la responsabilidad de un dragón, un bien muy valioso y escaso. El deber de Granby era pasarse de precavido, pero eso no quería decir que no tuviese razón. Laurence no se había educado en la Fuerza Aérea, y sabía que a su temperamento le repelían muchas de las restricciones impuestas a un capitán de dragón. No pudo evitar preguntarse si estaba dejándose aconsejar demasiado por el orgullo.