Temerario II - El Trono de Jade

—?Cuántos te has comido ya? —preguntó Berkley, que estaba subiendo las escaleras y se dirigía hacia su dragón—. ?Cuatro? Ya es suficiente. Si creces más, nunca conseguirás despegar del suelo.

 

Maximus le hizo caso omiso y limpió la última pata de oveja del comedero. Los demás también habían terminado, y los ayudantes del encargado empezaron a bombear agua sobre la cubierta para lavar la sangre: no tardó en organizarse una frenética reunión de tiburones debajo del barco.

 

El Guillermo de Orange estaba casi frente a ellos. Riley había cruzado hasta él para discutir con su capitán acerca de los suministros. Ahora volvió a aparecer en la cubierta y le trajeron remando de vuelta, mientras los hombres del Guillermo sacaban sus existencias de vergas nuevas y lona para velas.

 

—Lord Purbeck —dijo Riley, mientras trepaba por el costado de la Allegiance—, si le parece bien enviaremos la lancha a recoger el material.

 

—?Quiere que lo traigamos nosotros? —preguntó Harcourt, llamándole desde la cubierta de dragones—. En cualquier caso, tenemos que sacar de aquí a Maximus y a Lily. Nos da igual transportar material que volar en círculos.

 

—Gracias, se?or. Me harían un gran favor —dijo Riley, alzando la vista hacia ella y haciendo una inclinación, sin mostrar ninguna sospecha. Harcourt llevaba el cabello recogido y su larga trenza estaba escondida bajo la capucha de vuelo, mientras que el frac le tapaba bastante bien la figura.

 

Maximus y Lily levantaron el vuelo sin sus tripulaciones, dejando sitio en la cubierta para que los demás pudieran prepararse. Los equipos extendieron arneses y armaduras y empezaron a equipar a los dragones más peque?os, mientras que los dos grandes volaban al Guillermo de Orange a buscar el equipo. El momento de partir se acercaba, y Laurence se aproximó a Temerario cojeando. De pronto era consciente de una aguda e inesperada sensación de pesar.

 

—No conozco a ese dragón —le dijo Temerario, mirando hacia el otro transporte. Había una gran bestia tumbada con gesto de mal humor en la cubierta de dragones, un dragón con franjas verdes y marrones, rayas verdes en las alas y un cuello que parecía pintado. Laurence nunca había visto a ninguno de esa raza.

 

—Es una raza india, de una tribu del Canadá —explicó Sutton cuando Laurence le se?aló aquel dragón desconocido—. Me parece que es un Dakota, si no he pronunciado mal el nombre. Tengo entendido que él y su jinete, allí no usan tripulaciones por grande que sea el animal, sólo un hombre para cada dragón, fueron capturados cuando atacaban un asentamiento fronterizo. Ha sido un gran golpe, ya que se trata de una raza muy diferente, y por lo que sé son luchadores muy fieros. Querían utilizarlo en los campos de cría de Halifax, pero creo que se acordó que una vez nosotros les mandáramos a Praecursoris, ellos nos enviarían este ejemplar a cambio. Desde luego, tiene pinta de ser una criatura de lo más sanguinaria.

 

—Me parece muy duro que te envíen tan lejos de casa para quedarte —comentó Temerario en tono abatido, mirando al otro dragón—. No parece nada contento.

 

—Tan sólo estaría sentado en los campos de cría de Halifax en vez de aquí. No hay mucha diferencia —dijo Messoria, desplegando las alas para facilitar la tarea a los hombres del arnés, que ya estaban trepando sobre su cuerpo para enjaezarla—. Todos esos campos son muy parecidos y no tienen mucho de interesante, aparte del apareamiento —a?adió, con una franqueza un tanto alarmante. Era una dragona mucho mayor que Temerario, pues tenía más de treinta a?os.

 

—Eso tampoco suena demasiado interesante —replicó Temerario, y volvió a tumbarse, desanimado—. ?Crees que me llevarán a un campo de cría en China?

 

—Seguro que no —lo tranquilizó Laurence. En privado, estaba decidido a impedir que Temerario sufriera ese destino, dijera lo que dijera el emperador de China o cualquier otro—. Si sólo quisieran eso, no estarían organizando todo este jaleo.

 

Messoria resopló con indulgencia.

 

—A lo mejor no te parece tan terrible si lo pruebas.

 

—Deja de corromper la moral de los jóvenes —el capitán Sutton le dio una palmada en broma en el costado, y luego ajustó el arnés con un tirón final—. Bien, creo que ya estamos listos. Adiós por segunda vez, Laurence —dijo mientras se estrechaban la mano—. Espero que ya hayáis tenido emociones de sobra para todo el viaje y que el resto sea menos accidentado.