El resto tomaba el aire con más tranquilidad y se mantenía bien apartado de la borda. A menudo subían taburetes para sentarse y hablaban libremente entre sí en aquel lenguaje cantarín de extra?as cadencias que Laurence era incapaz de descomponer en frases —le parecía absolutamente impenetrable—, pero, pese a que la conversación directa era imposible, rápidamente se dio cuenta de que la mayoría de los asistentes no sentía una hostilidad tan fuerte contra los ingleses. Siempre eran educados, al menos en el gesto y la expresión, y solían saludar y despedirse con corteses reverencias.
Sólo omitían tales cortesías cuando estaban en compa?ía de Yongxing: en esas ocasiones seguían su ejemplo, y no saludaban con la barbilla ni hacían ningún otro gesto hacia los aviadores ingleses, sino que iban y venían como si no hubiera nadie más a bordo. Pero el príncipe únicamente subía a cubierta raras veces: su camarote tenía amplias ventanas y era tan espacioso que no tenía que salir de él para hacer ejercicio. Al parecer, su principal propósito para subir era fruncir el ce?o y vigilar a Temerario, a quien aquellas inspecciones le daban igual, ya que casi siempre estaba dormido. Aún estaba convaleciente de la herida y se pasaba prácticamente todo el día dormitando ajeno a lo demás; de vez en cuando la cubierta retumbaba con un enorme y somnoliento bostezo, sin prestar atención a la vida del barco que se desarrollaba a su alrededor.
Liu Bao ni siquiera se permitía esas breves visitas, sino que permanecía confinado en sus aposentos de forma permanente, al menos por lo que parecía. Nadie le había visto asomar ni la punta de la nariz desde que subiera a bordo, aunque se alojaba en la cabina que había debajo de la cubierta de popa y sólo tenía que abrir la puerta principal para salir al exterior. Ni siquiera bajaba a comer ni a consultar con Yongxing, y sólo unos cuantos sirvientes iban y venían un par de veces al día trotando entre su camarote y la cocina.
Por contraste, Sun Kai rara vez pasaba encerrado un momento: salía a tomar el aire después de cada comida y siempre se quedaba en el puente un buen rato. En aquellas ocasiones en que Yongxing subía, Sun Kai siempre saludaba al príncipe con una reverencia formal, y después se mantenía discretamente apartado de su séquito de sirvientes, y ninguno de los dos conversaba demasiado. Los propios intereses de Sun Kai parecían centrados en la vida del barco y en su construcción. En particular, le fascinaban los ejercicios de artillería.
Riley se vio obligado a reducir éstos más de lo que hubiese querido, pues Hammond argumentaba que no podían estar molestando al príncipe constantemente. La mayor parte de los días, los hombres hacían una pantomima de instrucción, sin disparar los ca?ones, y sólo de cuando en cuando se permitían organizar el estrépito y las explosiones de unos ejercicios con fuego real. En cualquier caso, Sun Kai siempre aparecía en cuanto sonaba el tambor, si es que no estaba ya en cubierta, y observaba atentamente el proceso de principio a fin, sin sobresaltarse por los tremendos estallidos ni el retroceso de las piezas. Tenía cuidado de colocarse donde no estorbara a nadie, incluso cuando los hombres subían corriendo a la cubierta de dragones para manejar los ca?ones que había en ella, y a la segunda o tercera vez los servidores de las piezas dejaron de prestarle atención.
Cuando no había ejercicios, se dedicaba a estudiar los ca?ones que tenía más cerca. Los de la cubierta de dragones eran carronadas de tubo corto que disparaban enormes proyectiles de veinte kilos, con menos precisión que los ca?ones cortos pero también con menos retroceso, de modo que no necesitaban demasiado espacio. Sun Kai estaba fascinado en particular por el soporte fijo que permitía al pesado ca?ón de hierro deslizarse adelante y atrás en su recorrido de retroceso. Por lo visto, no le parecía de mala educación mirar fijamente cómo los hombres realizaban sus tareas, ya fueran aviadores o marineros, aunque no podía entender una sola palabra de lo que decían. También estudiaba la Allegiance con el mismo interés, y prestaba atención a sus mástiles, sus velas y, sobre todo, al dise?o de su casco. Laurence le veía a menudo asomarse por encima de la borda de la cubierta de dragones para observar la línea blanca de la quilla y dibujar en la propia cubierta en un intento de bosquejar un esquema de su construcción.
Pese a su evidente curiosidad, había en él una profunda reserva que iba más allá del exterior y de la severidad de su aspecto extranjero. Su estudio era más intenso que ávido, se adivinaba en él menos la pasión de un erudito que una cuestión de laboriosidad e industria, y en su forma de actuar no había nada que invitara a tratar con él. Hammond, inasequible al desaliento, había hecho ya unas cuantas tentativas que habían sido recibidas con cortesía, pero también con frialdad. A Laurence le resultaba casi dolorosamente obvio que Sun Kai no acogía con agrado aquellos intentos: su rostro no mostraba ninguna emoción cuando Hammond se acercaba o se marchaba. No había sonrisas ni ce?os fruncidos, sólo una atención cortés.