Hammond parecía Pandora cuando abrió la caja y dejó que todos los males se diseminaran por el mundo. Laurence estuvo a punto de soltar la carcajada, pero se contuvo por simpatía. Hammond era joven para su trabajo y, por muy brillante que fuese su talento, sin duda era consciente de su falta de experiencia. En nada ayudaría volverle aún más aprensivo.
—No, amigo mío, eso no sirve —dijo Laurence—. Seguro que nos culpan por ense?arte malos modales y se deciden aún más a quedarse contigo.
—Oh… —desconsolado, Temerario hundió la cabeza entre las patas delanteras—. Bueno, supongo que tampoco está tan mal ir, excepto porque todos los demás van a combatir sin mí —dijo con resignación—. No obstante, el viaje será muy interesante, y creo que me va a gustar ver China, pero van a intentar quitarme a Laurence otra vez, de eso estoy seguro, y no pienso consentirlo.
Prudentemente, Hammond no opinó sobre aquel asunto. En vez de eso se apresuró a decir:
—Todo esto del embarque ha tardado mucho. Me imagino que no suele ocurrir, ?verdad? Estaba convencido de que a mediodía habríamos recorrido ya la mitad del Canal, y aquí estamos, ni siquiera nos hemos hecho a la mar.
—Creo que ya casi han terminado —dijo Laurence.
El último de aquellos inmensos baúles ya estaba siendo izado con la ayuda de cuerdas y poleas hasta las manos de los marineros que lo esperaban a bordo. Los hombres parecían cansados e irritables, lo que era comprensible, ya que para subir a un solo hombre y todo su vestuario habían tardado tanto como para embarcar a diez dragones; además, su turno de cena llevaba ya media hora de retraso.
Cuando el baúl desapareció de la vista, el capitán Riley subió las escaleras del alcázar para unirse a ellos y se quitó el sombrero un momento para secarse el sudor de la frente.
—No tengo la menor idea de cómo consiguieron llegar a Inglaterra con todas esas cosas. Supongo que no lo hicieron en un transporte…
—No, o seguramente volveríamos en su barco —respondió Laurence. Hasta ese momento no había pensado en ello, y sólo ahora se dio cuenta de que no tenía la menor idea de cómo había viajado la embajada china—. Tal vez vinieron por tierra.
Hammond frunció el ce?o y no dijo nada: obviamente, se estaba haciendo la misma pregunta.
—Debe de ser un viaje muy interesante, con muchos lugares diferentes que visitar —comentó Temerario—. No quiero decir que no me guste ir por mar, para nada —se apresuró a a?adir, bajando la mirada para comprobar que no había ofendido a Riley—. ?Es más rápido ir en barco?
—No, en absoluto —le contestó Laurence—. He oído hablar de un correo que llegó de Londres a Bombay en dos meses, y nosotros con suerte llegaremos a Cantón en siete, pero no hay ninguna ruta terrestre que sea segura. Francia está en medio, por desgracia, y además hay muchos bandoleros, por no hablar de las monta?as o de cruzar el desierto de Taklamakán.
—Yo apostaría por lo menos por ocho meses —dijo Riley—. A juzgar por el cuaderno de bitácora, si conseguimos hacer seis nudos con viento que no sea directo de popa, será más de lo que espero —abajo y arriba había mucho ajetreo; todos se aprestaban a levar anclas y hacerse a la mar. La marea baja acariciaba suavemente el costado de barlovento—. Bien, es hora de ponerse en marcha. Laurence, esta noche la pasaré en cubierta para acostumbrarme a la nave, pero espero que cene conmigo ma?ana. Y, por supuesto, usted también, se?or Hammond.
—Capitán —dijo Hammond—, no estoy familiarizado con la vida cotidiana de un barco. Espero que sea indulgente conmigo, pero ?sería apropiado invitar a los miembros de la embajada?
—?Cómo ha…? —dijo Riley, atónito. Laurence no pudo culparle por esa reacción, ya que invitar a gente a la mesa de otra persona era pasarse, pero Riley recobró la compostura y a?adió en tono más educado—: Seguramente, se?or, deba ser el príncipe Yongxing el primero en plantear esa invitación.
—Dado el estado presente de nuestras relaciones, estaremos en Cantón antes de que eso suceda —dijo Hammond—. No, debemos hacer cambios para ganárnoslos de alguna forma.
Riley ofreció algo más de resistencia, pero Hammond ya tenía la presa entre los dientes y se las arregló, mediante una hábil mezcla de persuasión y oídos sordos a las indirectas, para llevarse el gato al agua. Riley podría haber peleado más tiempo, pero los hombres esperaban impacientes la orden de levar anclas, la marea bajaba por momentos, y finalmente Hammond acabó diciendo:
—Gracias por su comprensión, se?or. Ahora, caballeros, les ruego que me disculpen. En tierra tengo buena caligrafía con la escritura china, pero me imagino que a bordo de la nave voy a necesitar más tiempo para redactar una invitación aceptable.
Con esto, se levantó y escapó antes de que Riley pudiera retractarse de una rendición que no había llegado a presentar.