Temerario II - El Trono de Jade

—?Oh! —exclamó Hammond, algo decepcionado al darse cuenta finalmente de que se había equivocado de auditorio—. Bueno, supongo que no tiene demasiada importancia. Por decirlo en pocas palabras, la embajada fue un lamentable fracaso. Lord Macartney se negó a realizar el ritual de obediencia ante el emperador, el kowtow, y ellos se ofendieron. Ni siquiera consideraron la propuesta de concedernos una embajada permanente, y Macartney terminó escoltado fuera del Mar de China por una docena de dragones.

 

—De eso sí me acuerdo —dijo Laurence. De hecho, tenía el vago recuerdo de haber discutido aquel asunto con sus amigos en la sala de suboficiales, con cierto acaloramiento por el insulto contra el enviado inglés—. Pero el kowtow era bastante ofensivo. ?No pretendían ellos que se arrastrara por el suelo?

 

—No podemos despreciar las costumbres extranjeras cuando somos nosotros quienes llegamos a su país para solicitar un favor —repuso Hammond en tono serio, inclinándose hacia delante—. Usted mismo puede comprobar qué aciagas consecuencias tuvo. Estoy seguro de que la mala sangre creada por aquel incidente sigue envenenando nuestras actuales relaciones.

 

Laurence frunció el ce?o. Aquel argumento era bastante convincente, y explicaba mejor por qué Yongxing había venido a Inglaterra con tantas ganas de considerarse ofendido.

 

—?Cree usted que ese mismo incidente ha sido la razón de que le ofrecieran a Bonaparte un Celestial? ?Después de tanto tiempo?

 

—Seré del todo sincero con usted, capitán, no tenemos la menor idea —reconoció Hammond—. Nuestro único consuelo durante estos últimos catorce a?os, y una auténtica piedra angular de nuestra política exterior, ha sido nuestra certeza, nuestra absoluta certeza, de que los chinos estaban tan interesados en los asuntos de Europa como nosotros en las costumbres de los pingüinos. Ahora, todas nuestras convicciones se tambalean.

 

 

 

 

 

Capítulo 3

 

 

La nave Allegiance era una bestia gigantesca que se bamboleaba sobre las aguas: más de ciento veinte metros de eslora y, en proporción, curiosamente estrecha, salvo por la enorme cubierta para dragones que sobresalía de la parte delantera del barco y se extendía desde la proa hasta el trinquete. Tenía una forma muy rara, casi de abanico, vista desde arriba, pero el casco se estrechaba rápidamente bajo el amplio borde de la cubierta de dragones. La quilla estaba fabricada en acero en vez de madera de olmo y cubierta con una gruesa capa de pintura para evitar el óxido; la larga tira blanca que atravesaba la nave por debajo le confería un aspecto casi divertido.

 

Poseía un calado de casi siete metros para brindarle la estabilidad que se requería ante las tormentas, lo que la hacía demasiado grande para entrar en el puerto propiamente dicho. Tenía que ser amarrada a unos enormes pilares hundidos en aguas más profundas, y otros barcos más peque?os le traían y llevaban suministros, como una gran dama rodeada por atareados sirvientes. éste no era el primer transporte en el que Laurence y Temerario habían viajado, pero sería su primer buque transoceánico de verdad. El peque?o barco para tres dragones que hacía la travesía de Gibraltar a Plymouth, equipado con unos cuantos tablones para incrementar su anchura, no ofrecía comparación posible.

 

—Está muy bien. Me encuentro más a gusto incluso que en mi propio claro —aprobó Temerario, que podía contemplar toda la actividad del navío sin entorpecerla desde su lugar de gloria solitaria. Los hornos de la cocina estaban situados justo bajo la cubierta de dragones, lo que mantenía caliente la superficie—. No tendrás frío, ?verdad, Laurence? —preguntó, quizá por tercera vez al tiempo que agachaba la cabeza para observarle más de cerca.

 

—No, para nada —respondió Laurence con brevedad.