—Eso requerirá cierto estudio —dijo Lenton—. No tengo ningún empacho en decir, se?or, que todo este asunto se ha llevado mal desde el principio. Ahora Temerario está muy alterado y, para empezar, embaucar a un dragón para que haga algo que no le gusta no es cosa de broma.
—Basta de excusas, Lenton. Ya es suficiente —empezó Barham. En ese momento alguien llamó a la puerta. Todos miraron sorprendidos cuando un guardiadragón más bien pálido la abrió y dijo—: Se?or, se?or… —sólo para apartarse rápidamente. De no hacerlo, era evidente que habría sido pisoteado por los soldados chinos que entraron abriendo paso entre ellos al príncipe Yongxing.
Todos se quedaron tan asombrados que al principio olvidaron levantarse, y Laurence aún estaba intentando ponerse en pie cuando Yongxing ya había entrado en la estancia. Los asistentes se apresuraron a traer un asiento —el del Lord Barham— para el príncipe. Pero Yongxing lo rechazó con un gesto, obligando a los demás a seguir de pie. Lenton agarró discretamente el brazo de Laurence para darle un poco de apoyo, pero el despacho seguía dándole vueltas, y los colores brillantes del traje de Yongxing le hacían da?o en los ojos.
—Ya veo la forma en que demuestran su respeto por el Hijo del Cielo —dijo Yongxing, dirigiéndose a Barham—. Una vez más han arrojado a la batalla a Lung Tien Xiang. Ahora mantienen un conciliábulo en secreto, tramando cómo pueden aprovecharse del fruto de su latrocinio.
Aunque Barham había maldecido a los chinos cinco minutos antes, ahora empalideció y se puso a tartamudear:
—Se?or, Su Alteza, de ninguna manera…
Pero aquello no hizo calmarse a Yongxing.
—He recorrido esta base, como llaman ustedes a estos establos para animales —dijo—. Cuando uno tiene en cuenta los métodos bárbaros que usan, no es sorprendente que Lung Tien Xiang haya desarrollado este apego tan equivocado. Es natural que no desee ser separado del compa?ero que es responsable de los escasos cuidados que recibe —se volvió hacia Laurence y le miró de arriba abajo con desprecio—. Usted se ha aprovechado de su juventud y su inexperiencia, pero no toleraremos esto más. No vamos a aceptar más excusas por estas demoras. Una vez que haya vuelto a su hogar y al lugar que le pertenece, pronto dejará de valorar una compa?ía que está muy por debajo de él.
—Se equivoca, Su Alteza. Nuestra intención es colaborar con ustedes —dijo Lenton sin tapujos, mientras Barham seguía esforzándose por hallar frases más retóricas—. Pero Temerario no abandonará a Laurence, y estoy seguro de que usted sabe bien que a un dragón no se le puede mandar a un sitio sin más, sino que hay que convencerlo.
Yongxing replicó con voz gélida:
—Entonces, es evidente que el capitán Laurence también debe venir. ?O ahora va a intentar convencernos de que a él tampoco se le puede mandar?
Todos ellos le miraron perplejos. Laurence no se atrevía a creer que lo había entendido bien cuando de repente Barham saltó:
—?Dios Santo, si quieren a Laurence, llévensele de una pu?etera vez, y de nada!
El resto de la reunión pasó entre nieblas para Laurence, pues la mezcla de confusión e inmenso alivio que sentía le tuvieron distraído todo el rato. La cabeza aún le daba vueltas, y contestó a algunas preguntas más bien al azar hasta que finalmente Lenton intervino de nuevo y le envió a la cama. Consiguió mantenerse despierto el tiempo necesario para mandarle una nota a Temerario por medio de la criada, y después se hundió en un sue?o profundo y en absoluto reparador.
A la ma?ana siguiente tuvo que hacer un gran esfuerzo para despertarse, después de haber dormido catorce horas. La capitana Roland estaba dando una cabezada junto a su cama, con la cabeza apoyada en el respaldo de la silla y la boca entreabierta. Cuando Laurence se movió, ella se despertó y se frotó la cara con un bostezo.
—Bueno, Laurence, ?estás despierto? Nos has dado a todos un buen susto, puedes jurarlo. Emily vino a verme porque el pobre Temerario estaba preocupadísimo por ti. ?Cómo se te ha ocurrido enviarle una carta como ésa?
Laurence trató de recordar qué había escrito. Fue imposible: lo había olvidado por completo, y en general recordaba muy poco del día anterior, salvo el punto más importante y vital, que tenía grabado en la mente.
—Roland, no tengo ni la más remota idea de lo que le dije. ?Temerario sabe que voy a ir con él?
—Bueno, ahora sí, ya que Lenton me lo contó cuando vine a buscarte, pero desde luego que no se ha enterado por esto —dijo ella, tendiéndole un trozo de papel.
Estaba escrito de su pu?o y letra y tenía su firma, pero le resultaba completamente desconocido y no tenía lógica:
Temerario:
No tengas miedo. Yo me voy. El Hijo del Cielo no tolera más retrasos, y Barham me ha dado permiso para el largo viaje. ?La Lealtad[3] nos reunirá de nuevo! Por favor, no dejes de comer.
L.