Laurence se quedó mirándola con cierto desasosiego y preguntándose cómo se le había ocurrido escribir eso.
—No recuerdo ni una sola palabra. ?Espera, no! Allegiance es el nombre del transporte, y el príncipe Yongxing se refirió al emperador como Hijo del Cielo, aunque no tengo la menor idea de por qué se me ha ocurrido repetir esa blasfemia —le devolvió la nota a Roland—. Creo que se me estaba yendo la cabeza. Por favor, tírala al fuego. Ve a decirle a Temerario que ahora estoy bastante bien, y que pronto volveré a estar con él. ?Puedes tocar la campanilla para que alguien me ayude? Tengo que vestirme.
—Me parece que deberías quedarte justo donde estás —replicó Roland—. En serio: quédate en la cama un rato. De momento, por lo que sé, no hay demasiada prisa, y sé que ese tal Barham quiere hablar contigo; y Lenton también. Voy a decirle a Temerario que no te has muerto ni te ha crecido una segunda cabeza, y haré que Emily os haga de recadera si queréis mandaros mensajes.
Laurence cedió a sus argumentos. Lo cierto era que no se sentía lo bastante bien para levantarse, y pensó que si Barham quería volver a hablar con él necesitaría ahorrar las escasas fuerzas que le quedaban. Sin embargo, al final se evitó esa conversación: Lenton vino a verle solo.
—Bien, Laurence, me temo que va a hacer un viaje endiabladamente largo, y espero que no lo pase mal —dijo el almirante, acercando una silla—. Mi transporte sufrió una galerna de tres días cuando se dirigía a la India, allá por los noventa. La lluvia se congelaba al caer, así que los dragones no podían volar sobre las nubes para no mojarse. La pobre Obversaria estuvo enferma todo el tiempo. No hay nada peor para ellos o para uno mismo que un dragón mareado.
Laurence nunca había mandado un transporte de dragones, pero la imagen descrita por Lenton era bastante vívida.
—Me alegra decirle, se?or, que Temerario no ha tenido nunca el menor problema, y que de hecho le gusta mucho viajar en barco.
—Veremos cuánto le gusta si se topan con un huracán —repuso Lenton, meneando la cabeza—. Aunque, dadas las circunstancias, supongo que ninguno de los dos pondrá objeciones.
—No, en absoluto —admitió Laurence de corazón. Se suponía que estaban saltando de la sartén al fuego, pero aunque sólo se cocieran a fuego más lento lo agradecía. El viaje duraría muchos meses, y había lugar para la esperanza, antes de que llegaran a China podían suceder muchas cosas.
Lenton asintió.
—Bien, tiene usted un aspecto más bien cadavérico, así que permítame que sea breve. He conseguido convencer a Barham de que lo mejor es empaquetarlos a la vez con todo su equipaje, en este caso su tripulación. De otro modo, algunos de sus oficiales van a tener ciertos problemas, y lo mejor será que los enviemos a todos de camino antes de que se lo piense mejor.
Otro alivio inesperado.
—Se?or —dijo Laurence—, debo decirle hasta qué punto estoy en deuda con…
—Déjese de tonterías, no me dé las gracias —Lenton se apartó de la frente los escasos cabellos grises y dijo de pronto—: Siento mucho todo esto, Laurence. En su lugar, yo habría perdido los estribos mucho antes que usted. Todo esto se ha llevado de una forma muy cruel.
Laurence no supo qué decir. No había esperado recibir simpatía, y tenía la impresión de que no se la merecía. Pasado un rato, Lenton prosiguió en tono más enérgico:
—Siento no darle más tiempo para recuperarse, pero de todos modos cuando esté a bordo de la nave no tendrá mucho que hacer salvo reposar. Barham les ha prometido que la Allegiance zarpará en una semana. Aunque, por lo que tengo entendido, será difícil encontrar un capitán para ella en ese plazo.
—Creía que la iba a capitanear Cartwright —musitó Laurence, recordando algo vagamente. Aún seguía leyendo el Naval Chronicle, y estaba al tanto de los nombramientos para las naves. Tenía el nombre de Cartwright grabado en la cabeza. Muchos a?os antes, habían servido juntos en el Goliath.
—Sí, cuando se suponía que la Allegiance se dirigía a Halifax. Al parecer, allí están construyendo otro barco para él, pero no pueden esperar a que termine un viaje de ida y vuelta a China de dos a?os —dijo Lenton—. Pero, sea como sea, encontrarán a alguien. Debe estar preparado.
—Puede estar seguro de ello, se?or —respondió Laurence—. Para entonces estaré bastante bien.
Tal vez su optimismo era infundado: cuando Lenton se fue, Laurence intentó escribir una carta y descubrió que no podía hacerlo, pues tenía una fuerte jaqueca. Por suerte, Granby vino a verle una hora después, emocionado ante la perspectiva del viaje y desde?ando el peligro en que había puesto su propia carrera.
—?Como si eso me importara una cáscara de huevo, cuando esa sabandija estaba intentando arrestarle y apuntando con un ca?ón a Temerario! —dijo—. No piense más en ello, por favor, y dígame qué quiere que escriba.