—Si no vuelves ma?ana por la ma?ana, iré a buscarte —prometió, y no hubo forma de disuadirlo.
Honradamente, poco podía hacer Laurence para tranquilizarlo. A menos que Lenton hubiera conseguido un milagro de persuasión, tenía todas las probabilidades de ser arrestado, y después de sus múltiples faltas el consejo de guerra bien podía condenarle a muerte. Lo habitual era que no ahorcaran a un aviador por ningún delito más leve que la traición. Pero seguramente Barham le llevaría ante un tribunal de oficiales de la Armada, que serían mucho más severos y no tendrían en cuenta para sus deliberaciones que había que conservar al dragón para el servicio: Inglaterra ya había perdido a Temerario como dragón de combate debido a las exigencias de los chinos.
No era en absoluto una situación fácil ni confortable, y saber que había puesto en peligro a sus hombres la empeoraba aún más. Granby tendría que responder por su rebeldía, y también los demás tenientes, Evans, Ferris y Riggs. Podían expulsar del servicio a algunos de ellos o a todos; un destino terrible para aviadores criados desde ni?os en la Fuerza Aérea. Ni siquiera solía despedirse a los guardiadragones que no llegaban a tenientes: siempre les encontraban algún trabajo en los campos de cría o en las bases para que pudieran seguir en compa?ía de sus camaradas.
Aunque su pierna había mejorado un poco durante la noche, Laurence se puso pálido y sudoroso tras el corto paseo que se arriesgó a dar al subir las escaleras principales del edificio. El dolor era cada vez más agudo y le provocaba mareos, y tuvo que detenerse para recuperar el aliento antes de entrar en el peque?o despacho.
—?Cielo santo, pensé que los cirujanos le habían dado el alta! Siéntese, Laurence, antes de que se caiga. Tenga, tome esto —dijo Lenton, ignorando la mirada ce?uda e impaciente de Barham, y le tendió a Laurence una copa de brandy.
—Gracias, se?or. No se equivoca usted, me han soltado —respondió Laurence, y dio un sorbo sólo por cortesía, pues ya tenía la cabeza lo bastante nublada.
—Ya basta, no está aquí para que le den mimos —dijo Barham—. Jamás en mi vida había visto un comportamiento tan intolerable, y menos de un oficial. Por Dios, Laurence, nunca he sentido placer ahorcando a nadie, pero en esta ocasión casi lo estoy deseando. Sin embargo, Lenton me jura y perjura que su bestia será inmanejable si lo hago; aunque, la verdad, no sabría decir cuál es la diferencia.
Su tono desde?oso hizo que Lenton apretara los labios. Laurence podía imaginar a duras penas a qué alturas de humillación se habría visto obligado para conseguir que Barham entendiera aquello. Aunque Lenton era almirante y acababa de obtener otra gran victoria, eso significaba poco en las más altas esferas. Barham podía insultarle con impunidad, mientras que cualquier almirante de la Armada habría tenido influencia política y amigos de sobra para exigir un trato más respetuoso.
—Se le va a expulsar del servicio, eso ni se cuestiona —prosiguió Barham—. Pero el animal debe ir a China y para eso, siento decirlo, necesitamos su colaboración. Encuentre alguna forma de convencerlo y dejaremos correr el asunto. Si persiste en su actitud recalcitrante, que me aspen si no acabo ahorcándole después de todo. ?Sí, y además haré que fusilen a ese animal, y que se vayan al diablo también esos chinos!
Aquello último casi hizo saltar a Laurence de la silla, a pesar de su herida. Sólo la mano de Lenton apretando con fuerza su hombro le impidió moverse del sitio.
—Se?or, va usted demasiado lejos —dijo Lenton—. En Inglaterra nunca hemos fusilado a dragones a no ser que hayan devorado a seres humanos, y no vamos a empezar ahora. Tendría un motín de verdad entre las manos.
Barham arrugó el entrecejo y masculló algo apenas inteligible sobre la falta de disciplina. Era irónico viniendo de un hombre que, como Laurence sabía de sobra, había servido durante los grandes motines navales del a?o 97, cuando media flota se había sublevado.
—Bien, esperemos que la cosa no llegue a tanto. Hay un transporte libre de servicio en el puerto de Spithead, el Allegiance. Puede estar listo para hacerse a la mar en una semana. ?Cómo vamos a conseguir que el animal suba a bordo, puesto que ha decidido ser tan testarudo?
Laurence no fue capaz de contestar. Una semana era un tiempo terriblemente corto, y durante unos instantes sus pensamientos se desataron tanto que incluso se permitió considerar la opción de huir. Temerario podía llegar al continente desde Dover sin ningún problema, y había lugares en los bosques de los estados alemanes donde aún vivían dragones salvajes, aunque sólo de razas peque?as.