Más de la mitad de los proyectiles, muchos más, cayeron al mar. Consciente de que Temerario la perseguía, Accendare no había bajado demasiado, y desde tanta altura no se podía apuntar con precisión. Pero Laurence pudo ver cómo un pu?ado estallaba en llamas bajo él: las finas vainas de metal se rompieron al estrellarse en las cubiertas de los buques, y la nafta del interior entró en ignición al contacto contra el metal caliente, esparciendo un mar de llamas.
Temerario emitió un grave gru?ido de rabia al ver que las velas de una fragata se inflamaban, y de inmediato dio otro acelerón para perseguir a Accendare. Su huevo se había incubado en cubierta y había pasado sus primeras tres semanas de vida en alta mar, de ahí le venía el cari?o que aún sentía por los barcos. Laurence, poseído por la misma furia, lo apremió hablándole y tocándolo. Decidido a la persecución, se dedicó a buscar con la vista otros dragones que estuvieran lo bastante cerca para dar apoyo a Accendare, pero algo lo sacó de su concentración de forma muy desagradable: Croyn, uno de los lomeros, cayó sobre él antes de rodar por la espalda de Temerario, con la boca muy abierta y las manos estiradas. Alguien había cortado la cincha de su mosquetón.
Croyn no consiguió coger el arnés y sus manos resbalaron por la lisa piel de Temerario. Laurence trató de agarrarle, pero en vano: el cuerpo cayó agitando los brazos en el vacío durante cuatrocientos metros y se estrelló en el agua. Sonó un peque?o chapoteo, y ya no volvió a emerger. Otro hombre cayó detrás de él, uno de los atacantes, pero ya estaba muerto mientras giraba por los aires con los miembros desmadejados. Laurence se desabrochó sus propias cinchas y se puso en pie, desenfundando las pistolas al mismo tiempo que se giraba. Aún quedaban siete atacantes a bordo y la lucha era encarnizada. Uno que llevaba galones de teniente estaba a unos pocos pasos de él, enzarzado en una pelea cuerpo a cuerpo con Quarle, el segundo de los guardiadragones asignados para proteger a Laurence.
Mientras Laurence se incorporaba, el teniente apartó el brazo de Quarle con la espada y con la izquierda le clavó en el costado un cuchillo largo que tenía un aspecto temible. Quarle dejó caer su propia espada, rodeó con las manos la empu?adura del cuchillo y se desplomó tosiendo sangre. Laurence tenía un disparo perfecto, pero justo detrás del teniente otro de los atacantes había obligado a Martin a ponerse de rodillas, y ahora el cuello del guardiadragón estaba expuesto al machete de su enemigo.
Laurence levantó la pistola y disparó. El francés cayó de espaldas, con un agujero en el pecho del que brotaba un chorro de sangre, y Martin consiguió ponerse en pie. Antes de que Laurence pudiese apuntar de nuevo, el teniente corrió el riesgo de cortar sus propias cinchas, saltó sobre el cuerpo de Quarle y agarró el brazo de Laurence para apoyarse y a la vez apartar la pistola. Fue una maniobra extraordinaria, ya fuese fruto de la valentía o de la insensatez.
—?Bravo! —se le escapó a Laurence.
El francés le miró perplejo, sonrió en un gesto juvenil que no cuadraba con su cara manchada de sangre y después empu?ó la espada.
Laurence jugaba con ventaja, desde luego. Muerto era inútil, pues un dragón cuyo capitán era asesinado se volvía contra el enemigo con extrema fiereza: incontrolado, pero aun así muy peligroso. El francés necesitaba hacerle prisionero, no matarle, y eso le hacía actuar con gran cautela, mientras que Laurence podía apuntar sin problemas para hacer un disparo mortal y golpear lo mejor posible.
Pero la situación actual no era tan buena. Se trataba de una batalla extra?a: estaban sobre la estrecha base del cuello de Temerario, tan cerca el uno del otro que Laurence no estaba en desventaja ante la mayor envergadura del teniente, que era muy alto; pero esa misma situación permitía al francés seguir agarrando a Laurence, cuando de lo contrario seguramente habría resbalado ya. Estaban empujándose el uno al otro más que peleando en un auténtico combate de esgrima: sus espadas apenas se separaban tres o cuatro centímetros antes de chocar de nuevo, y Laurence empezó a pensar que el duelo sólo podía terminar con la caída de uno de los dos.
Laurence se arriesgó a avanzar un paso. Eso hizo que ambos se giraran ligeramente, lo que le permitió ver por encima de los hombros del teniente cómo se estaba desarrollando la lucha. Martin y Ferris seguían en pie, así como varios fusileros, pero los superaban en número, y con que lograran pasar sólo dos atacantes más la situación se volvería muy delicada para Laurence. Varios de los ventreros intentaban subir desde abajo, pero los franceses habían apostado a un par de hombres para contenerlos. Mientras Laurence miraba, Johnson recibió una estocada y cayó.