—Tienen miedo de ofrecer un blanco para su rugido —dijo Laurence en voz alta, para que Temerario pudiera escucharle. El dragón soltó un bufido de desdén, se detuvo de golpe en pleno vuelo y se revolvió sobre sí mismo, quedándose suspendido en el aire para enfrentarse a la pareja con la gorguera enhiesta. Los dragones más peque?os, claramente alarmados por aquella exhibición, retrocedieron instintivamente y les dejaron sitio libre.
—?Ja! —Temerario se quedó revoloteando en el sitio, complacido al ver que los otros tenían tanto miedo de su peculiar destreza. Laurence tuvo que dar un tirón del arnés para llamarle la atención sobre la se?al, que aún no había visto—. ?Oh, ya lo veo! —dijo, y se lanzó hacia delante para ocupar su posición a la izquierda de Maximus. Lily ya estaba a la derecha.
La intención de Harcourt era evidente.
—?Todos abajo! —dijo Laurence, acurrucándose junto al cuello de Temerario al mismo tiempo que daba la orden.
En cuanto estuvieron en posición, Berkley hizo avanzar a Maximus a toda la velocidad que podía alcanzar el gigantesco dragón, directo contra el enjambre de dragones franceses.
Temerario tomó aire y levantó la gorguera. Volaban tan deprisa que el viento arrancaba lágrimas de los ojos de Laurence, pero aun así pudo ver que Lily estaba echando atrás el cuello en un preparativo similar al de Temerario. En cambio, Maximus bajó la cabeza y se abalanzó en línea recta contra los dragones franceses, embistiendo entre sus filas para aprovechar su enorme ventaja en peso. Las bestias enemigas se apartaron a ambos lados, sólo para encontrarse con el rugido de Temerario y el chorro de ácido corrosivo de Lily.
A su paso se oyeron chillidos de dolor, y vieron cómo los franceses cortaban los arneses de los primeros tripulantes muertos y los dejaban caer al océano, flácidos como mu?ecas de trapo. El avance de los dragones franceses prácticamente se había detenido. Muchos de ellos se dispersaron, llevados por el pánico, esta vez sin prestar ninguna atención al dise?o de la formación. Entonces, Maximus y ellos consiguieron penetrar. El enjambre se había disgregado y ahora Accendare sólo estaba separada de ellos por un Petit Chevalier, ligeramente más grande que Temerario, y por otro de los se?uelos.
Refrenaron el vuelo. Maximus luchaba por recobrar el aliento y mantener la elevación. Desde la espalda de Lily, Harcourt le hizo unos gestos aparatosos a Laurence y, aunque ya estaban levantando la se?al sobre el lomo de su dragón, le gritó con voz ronca a través de la bocina:
—?Ve tras ella!
Laurence tocó el costado de Temerario para que volara hacia delante. Lily lanzó otro chorro de ácido y los dos dragones que defendían a Accendare se apartaron lo suficiente para que Temerario los esquivara y pasara entre ellos.
Desde abajo le llegó la voz de Granby, que gritaba:
—?Cuidado! ?Nos han abordado!
De modo que algunos franceses habían saltado sobre el lomo de Temerario. Laurence no tenía tiempo para mirar. Justo delante de su cara Accendare estaba retorciéndose en el aire, a menos de diez metros. Su ojo derecho era lechoso, pero el izquierdo tenía un brillo maligno, y su pupila amarillo pálido destacaba sobre la córnea negra. Tenía unos cuernos largos y finos que se curvaban desde su frente hasta llegar al borde de sus mandíbulas, que estaba abriendo en aquel preciso instante. Un ardiente brillo hizo distorsionarse el aire cuando el chorro de llamas se dirigió hacia ellos. Era como estar en la boca del infierno, pensó durante un fugaz instante mientras miraba fijamente aquellas fauces rojas. Después Temerario cerró de golpe las alas y se apartó del camino cayendo como una piedra.
Laurence sintió un vuelco en el estómago. A sus espaldas oyó golpes y gritos de sorpresa, mientras atacantes y defensores por igual perdían pie. Cuando Temerario abrió las alas de nuevo y empezó a batirlas con fuerza pareció que sólo había transcurrido un momento, pero habían caído a plomo cierta distancia, y Accendare se estaba apartando rápidamente de ellos y volaba de vuelta hacia las naves de debajo.
Los mercantes que navegaban en la retaguardia del convoy francés se hallaban ya dentro de la distancia en que los largos ca?ones de los buques de guerra ingleses podían disparar con precisión: empezó a sonar el rugido constante de los disparos, mezclado con el olor a humo y azufre. Las fragatas más rápidas ya se habían adelantado y estaban pasando junto a los mercantes sometidos al fuego inglés para alcanzar el botín más rico, que les aguardaba al frente de la formación. Pero al actuar así habían abandonado el refugio que les ofrecía la formación de Excidium, y Accendare bajó hacia ellos. Sus tripulantes dejaron caer por los lados bombas incendiarias de hierro, del tama?o de un pu?o, que ella ba?ó con sus llamas mientras descendía hacia los vulnerables barcos ingleses.