Excidium y el resto de la formación más numerosa descendieron sobre los barcos británicos para adoptar la posición defensiva, que era más importante, y les dejaron campo abierto a ellos. Cuando Lily incrementó su velocidad, Temerario emitió un sordo gru?ido, con un temblor palpable a través de su piel. Laurence dedicó un momento a inclinarse sobre él y apoyar la mano desnuda en el cuello de Temerario. Las palabras no eran necesarias: Laurence sintió que la tensión nerviosa del dragón se aliviaba un poco, y después se enderezó y volvió a ponerse el guante de cuero.
—?Enemigo a la vista! —el viento les trajo la voz tenue pero aguda y audible del vigía de proa de Lily, y unos segundos después le hizo eco el joven Allen, que estaba apostado cerca de la articulación del ala de Temerario. Un murmullo general corrió entre los hombres y Laurence volvió a usar el catalejo para echar un vistazo.
—La Crabe Grande, creo yo —dijo, y le pasó el telescopio a Granby, con la esperanza interior de no haber pronunciado demasiado mal. Estaba casi seguro de que había identificado correctamente el estilo de la formación, pese a su falta de experiencia en acciones aéreas. Había pocas que estuvieran compuestas por catorce dragones, y la forma era muy característica, con dos tenazas formadas por sendas hileras de dragones más peque?os a ambos lados del grupo de dragones grandes que se api?aban en el centro.
El Flamme-de-Gloire no era fácil de divisar, ya que había varios dragones de colores parecidos moviéndose como se?uelo: un par de Papillon-Noirs a los que habían pintado marcas amarillas sobre las franjas verdes y azules de su piel natural para que desde lejos fueran enga?osamente parecidos.
—?Ja, ya la he visto! Es Accendare. Allí está esa criatura diabólica —dijo Granby, devolviéndole el catalejo y se?alando con el dedo—. Le falta una garra en la pata trasera izquierda, y es tuerta del ojo derecho: le metimos una buena dosis de pimienta en la batalla del Glorioso Primero.
—La veo. Se?or Harley, pase la voz a todos los vigías. Temerario —le llamó, usando la bocina—, ?ves a la Flamme-de-Gloire? Es la que vuela bajo y a la derecha, a la que le falta una garra. No ve bien por el ojo derecho.
—?La veo! —respondió Temerario con vehemencia, volviendo la cabeza ligeramente—. ?Vamos a atacarla?
—Nuestra misión principal es mantener sus llamas lejos de los buques de la Armada. No la pierdas de vista si puedes —dijo Laurence; Temerario inclinó la cabeza una sola vez en una rápida respuesta y volvió a enderezarla.
Laurence guardó el catalejo en la funda enganchada al arnés. Pronto ya no lo necesitaría más.
—Es mejor que baje, John —dijo Laurence—. Creo que intentarán un abordaje con algunos de los dragones más ligeros que tienen en los bordes.
Mientras tanto, habían estado acortando distancias rápidamente. De repente ya no quedaba más tiempo, y los franceses estaban virando en perfecta armonía sin que ni un solo dragón se saliera de la formación, tan gráciles como una bandada de pájaros. Laurence oyó un silbido bajo detrás de él; había que reconocer que era un espectáculo impresionante, pero frunció el ce?o aunque su propio corazón se había acelerado de forma involuntaria.
—No quiero ruidos.
Uno de los Papillon estaba directamente frente a ellos, abriendo las mandíbulas como si fuera a exhalar unas llamaradas que no podía fabricar. Con cierto desapego, Laurence se sintió extra?amente divertido al ver fingir a un dragón. Temerario no podía rugir desde su posición en retaguardia, ya que tenía a Messoria y Lily delante de él, pero no por ello eludió el ataque. En lugar de eso levantó las garras, y cuando ambas formaciones se encontraron y se entremezclaron, él y el Papillon se pararon y colisionaron con una fuerza que hizo sacudirse y soltarse a toda la tripulación.
Laurence se aferró al arnés y consiguió apoyarse de nuevo sobre los pies.
—Agárrese aquí, Allen —dijo, estirándose. El chico estaba colgado de sus mosquetones y agitaba brazos y piernas sin parar, como una tortuga puesta boca arriba. Allen, con la cara pálida y poniéndose verde, consiguió asegurar su posición; como los demás vigías, sólo era un alférez biso?o que apenas tenía doce a?os, y aún no había aprendido del todo a maniobrar a bordo durante las paradas y sacudidas de la batalla.
Temerario estaba mordiendo y clavando las garras, y batiendo las alas con furor, como si intentara atrapar al Papillon. El dragón francés era más ligero de peso, y resultaba obvio que lo único que quería ahora era liberarse y regresar a su formación.
—?Mantén la posición! —gritó Laurence. Por el momento, era más importante conservar la formación. De mala gana, Temerario dejó ir al Papillon y enderezó el vuelo.